El traje nuevo del emperador

En el año 1806, Jean Baptiste Dominique Ingres decidió pintar un retrato del nuevo emperador de Francia, Napoleón Bonaparte. No fue un encargo oficial, en contra de lo que pueda parecer, sino una iniciativa del pintor. El resultado final fue tremendamente criticado: por arcaizante, por acumular un exceso de simbolismo, por la minuciosidad de su dibujo que recordaba a los maestros flamencos del XV, por su poca modernidad…

El retrato fue hecho dos años después de que Bonaparte fuera nombrado Cónsul vitalicio de la República Francesa por la Constitución del Año X, el paso previo a ser coronado Emperador. Esta era una cuestión delicada: Napoleón era un producto de la Revolución Francesa y de sus logros políticos y sociales, y la idea de Imperio estaba demasiado cerca de la de la monarquía absoluta que había combatido la propia Revolución. Combinar ambos extremos requería una habilidad comunicativa realmente extraordinaria. Y Bonaparte lo consiguió. Por un lado, gracias a sus triunfos militares, que le granjearon apoyos fervorosos de sus soldados y también de gran parte de la sociedad francesa; y por otro lado, utilizando de modo consciente los simbolos en las imágenes que daba a conocer al pueblo francés.

Buena parte de las críticas hacia la obra de Ingres se basaron en el simbolismo que abarrotaba la imagen. En verdad, este retrato de Bonaparte es un excelente tratado acerca de cómo se puede crear una imagen política superponiendo diferentes elementos claramente identificables. Pero también es la partida de nacimiento de la ciencia del marketing.

Napoleón aparece sentado en el trono como un monarca, pero al que había que despojar de semejanzas con los reyes anteriores, así que se rodea de elementos que se refieren al mundo clásico para equipararse a los antiguos emperadores (ya fueran romanos, bizantinos o germánicos):

La corona de laurel era el símbolo de la victoria para los generales romanos. Napoleón se corona con una, eludiendo la referencia a la realeza y dirigiéndola hacia el mundo militar.

La utilización del armiño para los ropajes era una prerrogativa real así como el tinte púrpura del manto de terciopelo, en este caso exclusivo de los emperadores romanos.

A sus pies, en la alfombra, aparece un águila (símbolo de la I República francesa y posteriormente del Imperio). El águila se asocia a Zeus y Júpiter y a las casas reinantes europeas: de hecho, también aparece en el cetro que sostiene en la mano derecha:

Además aparecen también los signos del zodíaco, que aluden a la bóveda celeste. Tanto el águila como el cielo están indefectiblemente asociados al sol, con quien quiere identificarse Napoleón:

Por si todo estos fuera poco, en su mano izquierda sostiene la mano de la justicia de Carlomagno (fundador del Imperio Carolingio y primer gran heredero de la tradición imperial romana en la Edad Media). Engastado junto a la mano está el anillo de Saint-Denis (depositado en la Abadía de Saint-Denis, panteón de los reyes de Francia). La mano de la justicia junto con el cetro  y la espada conforman los regalia o emblemas del poder real. La espada simboliza la protección del orden social y la de Napoleón está realizada a propósito a imitación de la de Carlomagno:

En el manto aparecen bordadas abejas, como también en los broches,  y en el tapizado del sillón. La abeja es el sustituto napoleónico de la flor de lis de los Borbones, y se elige por dos motivos: 1º porque desde la antigüedad es símbolo de laboriosidad y trabajo, modos en que Napoleón había llegado al poder; 2º, porque recoge el emblema utilizado por Childerico I, el primer rey merovingio, en cuya tumba se encontraron unos 300 broches con forma de abeja. Así, con el símbolo de la abeja, Napoleón enlaza con una monarquía anterior a los Borbones y al resto de dinastías francesas y mucho más cercana al Imperio Romano:

Y para terminar, Napoleón lleva el collar de la Legión de Honor. Es una condecoración creada por el propio Napoleón en 1804 y que se concedía el día de su cumpleaños como recompensa a méritos tanto civiles como militares tanto a hombres como mujeres y a franceses y extranjeros. Hoy en día es la más conocida e importante de las condecoraciones que otorga el Estado francés:

Se supone que el retrato no fue un encargo del emperador pero es difícil creer que Ingres se moviera impulsado por el fervor bonapartista. Quizá la iniciativa del pintor se debió a que en 1801 había ganado el Grand Prix de Rome de la Academia de Bellas Artes, pero había tenido que posponer su viaje y su estancia en Italia por la falta de fondos estatales para pagar su beca. Cinco años después de haber ganado el premio, al poco tiempo de haber terminado este cuadro, pudo por fin viajar a Roma,  ciudad en la que residió durante 18 años y en la que pudo contemplar de cerca la obra de su admirado Rafael Sanzio.

Aunque quizás todo fue una casualidad.