El Ojo En El Cielo

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Etiqueta: abstracción

Porque te ve

The camera doesn’t make a bit of difference. All of them can record what you are seeing. But, you have to SEE. (La cámara no marca la diferencia. Todas pueden captar lo que ves. Pero eres tú quien tiene que ver)

Ernst Haas (pintor y fotógrafo austríaco en un taller de fotografía en 1985)

Prescindir de un kilo de margarina en plena postguerra, cuando el racionamiento, la miseria y el hambre marcaban la vida de las personas puede parecer un gesto heroico o una locura. Un muchacho austríaco llamado Ernst Haas, que había interrumpido sus estudios artísticos al comienzo de la II Guerra Mundial, decidió cambiar en el mercado negro un día del año 1946 ese kilo de margarina por una cámara de fotos. Una Rolleiflex, más concretamente. Y ese trueque le cambió la vida.

Ernst Haas (1921-1986) había nacido en una familia acomodada de origen judío, donde su padre, un alto funcionario de la administración, era un gran aficionado a la fotografía y al arte en general. Su madre disfrutaba pintando y escribiendo. Y Ernst pronto despuntó como dibujante y pintor. Tanto que ingresó en una exclusiva escuela privada donde su dominio de la técnica hacía que los profesores le pidieran que formara parte de los jurados que valoraban los trabajos de sus propios compañeros de clase en los concursos de pintura del centro. esta fue una etapa de formación que se interrumpió bruscamente en 1938, tras la anexión de Austria a Alemania. Haas fue trasladado a un campo de trabajo alemán donde permaneció hasta 1940, cuando pudo regresar a Viena. Entonces ingresó en la facultad de Medicina y comenzó a estudiar allí hasta que le expulsaron al poco tiempo por ser judío.

Ernst Haas sobrevivió a la guerra después de enterrar sus sueños de ser pintor y médico. Pero, por muy profunda que fuera la fosa donde había depositado sus ansias artísticas, ésta volvió a abrirse aquel día en que renunció a la margarina por tener en sus manos una cámara de fotos. Caminando por las calles de la capital austriaca era testigo de la huella de la guerra no tanto en el decorado urbano como en las personas. Los años de guerra y nazismo habían dejado a Viena y sus habitantes en ruinas, en escombros sobre los que a veces brillaba una luz débil de esperanza. Haas y su Rolleiflex fotografiaron Viena en esos años y el resultado fue su primera exposición fotográfica, en la  sede de la Cruz Roja Americana.

La imagen muestra una fotografía en blanco y negro donde se ve un edificio de varias plantas en ruinas y, delante de él una montaña de escombros formada por piedras y algún hierro. Delante de todo ello, y en el centro de la fotografía, aparece una mujer muy mayor y encorvada, tanto que su espalda es una joroba. Va completamente vestida de negro: zapatos, abrigo, gorro. Y se apoya con dificultad en un bastón. Pulse para ampliar.

Ernst Haas – Viena (1946-1948)

Las fotografías de Haas llamaron la atención de los editores de la revista Heute que le contrataron para que realizara varios reportajes fotográficos sobre el retorno de los prisioneros de guerra austriacos en los que también trabajó con otra colega fotógrafa que se llamaba Inge Morath. Haas compuso el panorama de la desolación en una serie de fotografías que le hicieron famoso. En ellas, la alegría por el regreso a casa pasaba siempre de largo y el ojo del fotógrafo se detenía en el estupor, la soledad y la desesperanza de quien seguía aguardando. Existen pocas fotografías tan conmovedoras en su sencillez como la de la madre que busca desesperada alguien que haya podido haber visto a su hijo en un campo de prisioneros, mientras los retornados la ignoran en su alegría por encontrarse con sus seres queridos.

La imagen muestra un grupo de hombres apoyados en un muro, algunos vestidos de civiles, otros con capotes y gorras militares. Delante de todos ellos aparece una mujer de mediana edad, vestida con una gabardina y con sombrero. Con una mano aferra un bolso y con la otra muestra una fotografía de un joven vestido de soldado. Ese gesto se dirige a un hombre, uno de los presos retornados, que sonriendo, ignora su gesto de súplica y pasa por delante de ella. Pulse para ampliar.

Ernst Haas – El retorno de los prisioneros de guerra. Viena (1947)

El reportaje sobre los retornados llamó la atención de la revista estadounidense LIFE que lo publicó y ofreció a Haas un contrato como reportero gráfico. Hubiera sido la oportunidad de salir de una Europa destrozada y comenzar una nueva vida dedicado profesionalmente a la fotografía, pero el destino le tenía reservado un premio mayor. Robert Capa, uno de los directores de la recién creada agencia Magnum Photos, y uno de los corresponsales de guerra más famosos del momento, había visto también el reportaje de Haas e inmediatamente le ofreció un puesto de fotógrafo en la agencia. Haas valoró la libertad que le daba trabajar para la agencia y no para una publicación. Y en lugar de a América se fue a París.

La imagen muestra una fotografía en blanco y negro del interior de una habitación. Está muy oscuro y al fondo se aprecia la luz que entra a través de una ventana que no se ve. En primer plano aparece, sentado a una mesa, el fotógrafo Robert Capa que está mirando hacia alguien que está fuera del encuadre y gesticulando con su mano izquierda como si estuviera explicando algo. Su figura está casi a oscuras pero la luz que procede del fondo le ilumina el perfil de modo que podemos apreciar sus rasgos. Pulse para ampliar.

Ernst Haas – Robert Capa en la sede central de la agencia Magnum. París (1949)

Trabajando para Magnum (llegaría a ser uno de los directores de la agencia y finalmente, su presidente), Haas al final acabó por trasladarse a Estados Unidos en 1951. Ese fue otro punto de inflexión en su carrera ya que comenzó a experimentar con la fotografía en color -aunque sus experimentos con esa técnica se remontaban a 1949-, convirtiéndose en uno de los pioneros en el uso del color fotográfico. Utilizaba película Kodachrome, que posibilitaba la plasmación de los colores reales y muy saturados pero que, como contrapartida, necesitaba de un proceso de revelado bastante más complejo que el de otras películas. Y su vieja Rolleiflex, la cámara que había cambiado por el trozo de margarina, se quedó en el camino tras ser sustituida por la Leica 35mm que le acompañaría hasta el fin de sus días. Con estas herramientas la mirada del artista adolescente que nunca llegó a ser pintor convirtió en lienzos increíbles las fotografías que Haas hacía de lo que le rodeaba. De hecho, un reportaje en color de 24 páginas sobre Nueva York publicado por LIFE en 1953 le convirtió en el referente de la fotografía documental.

la imagen muestra una calle de la ciudad. En primer plano, cuatro binoculares de los utilizados para ver las vistas panorámicas y que están sujetos al suelo por un poste. tras ellos aparece una verja y una especie de parque y mas alla el perfil de los rascacielos de la ciudad. Pulse para ampliar

Ernst Haas – Binoculares. Nueva York (1952)

Estados Unidos fascinó al fotógrafo austriaco. En 1952 recorrió el país en autostop hasta Nuevo México dejando constancia del recorrido en una serie de fotografías magníficas. Además de dedicarse a la fotografía documental, Haas trabajó haciendo la fotografía fija de varias películas entre las que destacan Vidas Rebeldes, Rojo Atardecer, West Side Story, Hello, Dolly! Pequeño Gran Hombre. En esa foto fija Haas no sólo documentó los rodajes sino que realizó una serie de retratos perspicaces de actores y directores.

La imagen muestra al actor Yul Brynner en un plano medio -hasta la cintura- de perfil, mirando hacia la derecha e iluminado desde el fondo, lo que hace que su perfil se resalte. Está fumando un cigarrillo y expulsa el humo por la nariz con una mirada pensativa. lleva colgada del cuello por una correa una cámara de fotos. Pulse para ampliar.

Ernst Haas – Yul Brynner en el rodaje de «Rojo atardecer» (Anatole Litvak, 1959)

La imagen muestra una fotografía hecha a través de la ventanilla de una camioneta. Se ve el primer plano de la actriz apoyada en el asiento, mirando hacia atrás y con la mirada perdida. Pulse para ampliar.

Ernst Haas – Marilyn Monroe en el rodaje de «Vidas Rebeldes» (John Houston, 1961)

La imagen muestra un primerísimo plano del director y actor de cine Woody Allen. Está abrigado con un impermeable oscuro y lleva una capucha, de modo que lo único que se parecía de su rostro son sus gafas y sus ojos. Pulse para ampliar.

Ernst Haas – Woody Allen en el rodaje de «La última noche de Boris Grúshenko» (1975)

 

También experimentó con la fotografía de objetos moviéndose a gran velocidad: coches, deportistas o jinetes en rodeos (incluso toreros en los sanfermines españoles). Pero algunos de los trabajos más interesantes de Ernst Haas tienen que ver con su visión pictórica de la realidad. Sus planos detalle de elementos urbanos que acaban conformando composiciones abstractas muestran una vuelta más de tuerca de las posibilidades de la fotografía y del color. Y nos hacen descubrir un mundo donde antes sólo éramos capaces de adivinar una mancha o un golpe.

La imagen muestra una composición formada por círculos deformados concéntricos de varios colores, producto de haber hecho la fotografía de la abolladura desde muy cerca- Pulse para ampliar.

Ernst Haas – Abolladura de coche (1977)

 

La imagen muestra una composición de colores muy vivos: negro, violeta, verde y rojo que son producto de haber fotografiado muy cerca un cartel medio arrancado de la pared. Pulse para ampliar.

Ernst Haas – Cartel rasgado IV. Nueva York (1960)

 

La obra de Ernst Haas (que puede verse en este Enlace a la fundación Ernst Haas. de donde proceden todas las imágenes de esta entrada) no es sólo la de un pionero de la fotografía en color o la de un pintor abstracto con un lienzo de celuloide. Es la obra de un observador que se apartaba del tumulto para ver la vida y las personas desde ese ángulo en el que todos estamos expuestos y nos mostramos tal cual somos. Para él la cámara no era importante: lo que definía al fotógrafo era su capacidad de ver, haciendo realidad los versos de Antonio Machado:

El ojo que ves no es

ojo porque lo veas;

es ojo porque te ve.

Retrato de Ernst Haas en Munich (años 40)

Ernst Haas en Munich (años 40)

Peculiaridades de los ojos

Nadie puede negar que una de las grandes obsesiones (por no decir la mayor) del ser humano ha sido conocer la Verdad, así, con mayúsculas. De hecho, los antiguos griegos no tuvieron reparo en crear una disciplina a la que denominaron Filosofía, para tratar de buscarla de modo sistematizado. Hasta ese momento, el estudio de la verdad se había canalizado a través de las explicaciones religiosas. Y a partir de los griegos, la religión volvería a monopolizar esa búsqueda, por lo menos hasta el siglo XIX.

De todo este proceso de incesante estudio se deduce que la verdad, la realidad, no es tan fácilmente identificable como podría parecer. El ser humano entiende el entorno en el que vive y a sí mismo a través de una serie de percepciones. Aquellas que proceden de factores externos, y que son captadas por los cinco sentidos, le enseñan a comprender el mundo y su posición en él. La vista y el oído ganan por goleada al resto de los sentidos en cuanto a captura de información ya que juntos constituyen el 70% del aporte perceptivo a nuestro aprendizaje. Cuando algún sentido falla, otro debe proporcionar la información acerca de lo que nos rodea. Si no es así, estamos a merced del entorno.

Hay otro tipo de percepciones, denominadas subjetivas, que son las que sólo pueden ser percibidas por el propio individuo y que afectan, sobre todo, a su mundo interno (sensaciones, equilibrio, memoria motriz, etc.) y que aportan información muy valiosa para la supervivencia de la especie (sensación de hambre, de sed, dolor, aprendizaje de procesos mecánicos). Estas percepciones subjetivas complementan a las objetivas y dan al hombre una visión global de si mismo y del mundo que le rodea. Toda esta información entra en nuestro cerebro de modo incesante, como un torrente de datos que debemos organizar, filtrar y reconducir para actuar en consecuencia. El problema surge cuando debemos elegir cual es la información que necesitamos.

Probablemente fue la consciencia de este proceso (no somos capaces de procesar toda la información recibida y desechamos gran parte de ella) la que provocó la curiosidad del ser humano por la búsqueda de la verdad. El descubrimiento de que no podíamos atender a todos los estímulos simultáneos que recibíamos, dejó claro que no éramos capaces de elaborar un retrato de la realidad a partir de “todos” los datos, sino que necesariamente construíamos una imagen parcial a partir de sólo unos cuantos. Así que una de las primeras conclusiones a las que llegó el ser humano es que “no todo es lo que parece ser”.

El arte, en sus diferentes manifestaciones, ha sido admirado precisamente por su capacidad de reproducir la realidad. Pero ¿qué realidad?. Si lo representado en una pintura o escultura era fácilmente reconocible podía considerarse “verdadero”. Aunque para llegar a esa conclusión había que salvar otro obstáculo: no todos los seres humanos perciben del mismo modo los mismos estímulos. Así que, aquello que puede ser perfecto para unos, para otros resulta fingido. Las normas de representación académica intentaron crear una realidad estándar que fuera entendida por todo el mundo, a imagen y semejanza del concepto de realidad que defendían los filósofos presocráticos: aquello que vemos no es sino una mera apariencia que enmascara la verdadera esencia de las cosas. Para comprender el universo, que cada ser humano ve de un modo particular (idios kosmos o mundo subjetivo), los seres humanos llegan a un entendimiento a través de unas convenciones que dan en llamar mundo objetivo (koinos kosmos).

El mundo que vemos representado es, pues, fruto de una convención, de un acuerdo al que ha llegado el ser humano con sus congéneres para comprender la realidad. Cuanto más se incline la balanza hacia el universo subjetivo, más difícil será interpretar esa representación. Cuantos más elementos de ella respondan a las normas del mundo objetivo, más fácilmente llegará a todo el mundo. Siempre será más fácil identificar un paisaje holandés del siglo XVII que comprender una composición de Jackson Pollock:

Un bisonte de Altamira será más familiar para nosotros (aunque nunca hayamos visto uno delante) que una acuarela de Kandinsky:

Muchas variantes del arte abstracto, como el Neoplasticismo holandés, sostienen que lo que se representa en sus obras es el concepto puro de la realidad, desprovista de toda forma externa que pudiera engañar a la vista. De ese modo el cuadro se convierte en la esencia del arte en sí, sin la intermediación de las falsas apariencias. Algo que puede apreciarse en la obra de uno de los líderes de ese movimiento, Piet Mondrian, cuya pintura va evolucionando desde la simplificación de las formas paisajísticas a la abstracción geómetrica de la realidad.

El Neoplasticismo sostenía que todo el mundo visible podía abstraerse en sus formas elementales, que no eran otras que las líneas rectas verticales y horizontales, que formaban una especie de red que era la estructura verdadera y la esencia real de todas las cosas. Un camino similar siguió otro artista abstracto, Kassimir Malevich, cuyo objetivo era llegar a la abstracción suprema en pintura:

Su cuadro «Composición suprematista: blanco sobre blanco» parece la respuesta a esa búsqueda de la abstracción total.

Si retomamos las percepciones de las que hablábamos al principio, podemos relacionarlas de algún modo con aquellos que representa el arte en sus diversas etapas y cómo lo hace. Mientras el arte académico se centra en reflejar aquello que podemos identificar como percepciones objetivas (las que proceden de factores externos), el de vanguardia parece decantarse por las percepciones subjetivas. El action painting norteamericano (con Pollock a la cabeza) expresa el sentimiento y las sensaciones del artista a través de los materiales. Y ¿qué forma tienen los sentimientos? La expresión de los mismos se refleja en conceptos abstractos (de ahí el nombre del movimiento pictórico: «expresionismo abstracto»).

La pregunta que nos hacemos al llegar a este punto es: si ya no importan las formas externas, ¿qué representa la pintura entonces? ¿Qué función realiza si ya no sirve para ilustrar la realidad comprensible? ¿Sirve sólo para expresar el mundo interior del artista? La respuesta es sencilla: la pintura se representa a sí misma. El pigmento, la herramienta con la que se aplica, el soporte, la textura, el color: ¿acaso todo ello no conforma una realidad verdadera, liberada de los corsés formales, que puede reflejar una consciencia diferente a la de los sentidos? En eso consiste la abstracción. Es la realidad del arte que se sostiene por sí mismo y que no necesita fingir ser otra cosa para existir. Pero que también constituye un desafío para quien se pone frente a él por primera vez y se encuentra perdido ante la falta de referencias conocidas.

Recuerdo una frase de Woody Allen, ingeniosa, como todas las suyas: “¿Y si todo es una ilusión y no existe nada? Entonces he pagado demasiado por esta alfombra…” El conflicto entre apariencia y realidad salta de la filosofía griega a un cómico neoyorquino sin solución de continuidad y pone ante nuestros ojos, una vez más, el dilema de creer aquello que vemos y reconocemos o de guiar nuestra búsqueda de conocimiento por otros caminos. Quizá no estaría de más reflexionar si lo que percibimos no es sino la sombra proyectada en la pared interior de una cueva, mientras que la realidad se pasea delante de su entrada al tiempo que permanecemos encadenados a nuestras percepciones de espaldas a la luz.

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