Y ahora ¡bebamos!
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Quinto Horacio Flacco – Oda XXXVII
¿Es consciente un artista de que ha realizado un diseño que puede seguir funcionando más de un siglo después de haberlo creado? ¿Puede prever el arraigo en el imaginario popular que tendrá ese diseño a lo largo y ancho de este mundo? ¿O simplemente se felicita de haber encontrado una buena idea y pasa al siguiente trabajo?
Marius Rossillon (1867-1946) fue un hombre al que se le podrían haber hecho todas esas preguntas. Dibujante de viñetas y caricaturas, cineasta, cartelista y pintor, de sus manos salió uno de los iconos publicitarios del siglo XX al que, casi 120 años después de su aparición, seguimos saludando con reconocimiento.
Rossillon era un muchacho espabilado, que disfrutaba asombrando a sus camaradas con su capacidad de dibujar y escribir con destreza con ambas manos. Rossillon ganó numerosos premios en matemáticas, contabilidad, lengua y latín en el Liceo Lalande de Bourg-en-Bresse, donde residían sus abuelos, con quienes fue a vivir tras fallecer su madre. Fue allí donde comenzó a realizar sus primeras acuarelas. Su habilidad y gusto para el dibujo le permitieron iniciar en 1885 sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Lyon, la ciudad donde había nacido y en la que aún vivía su padre. Allí en Lyon permaneció cuatro años, hasta que terminó su formación y decidió instalarse en París junto a su hermano Ulysse, escritor y redactor en diferentes publicaciones humorísticas.
En 1891 Marius Rossillon comenzó a colaborar con numerosas revistas y editoriales como caricaturista y dibujante. Como el uso de pseudónimo era un hábito común en el mundo periodístico (su propio hermano firmaba sus obras como Jean Rosnil) Marius decidió adoptar el sobrenombre de O´Galop, que es el que aparecería en todos sus trabajos. A través de su hermano, colaboró con publicaciones como La Rire, La Vie Drôle, Le Cri de Paris, Le Charivari o La Bicyclette realizando viñetas humorísticas e historietas animadas.
En los años siguientes, O´Galop trabajó sin cesar en proyectos como la revista Le Chat Noir o haciendo ilustraciones para novelas como Paris Gomorrhe, de Victor Jozé (cuya obra también ilustraría Tolouse-Lautrec). Comenzó, también, a trabajar para Le National Illustré, para quien creó en 1904 el personaje de Fifí Céleri, que se haría famoso en toda Francia.
En 1895 O´Galop conoció a dos hermanos empresarios llenos de ideas y de entusiasmo con los que colaboró para la publicidad de sus productos expuestos en el Salón de La Bicicleta de París. Los hermanos se llamaban Edouard y André Michelin y los productos que fabricaban eran, sobre todo, neumáticos de caucho. Aquel material precioso para la industria automovilística (entre otras) tenía su cultivo exclusivo en Sudamérica y, más concretamente, en Brasil, porque era allá donde crecía la hevea o «el árbol que llora», tal y como le llamaban los indígenas. Pero el espionaje industrial es implacable y al final, unas semillas del preciado árbol acabaron en las colonias francesas de la Cochinchina. Y ese fue el fin del monopolio cauchero brasileño y el comienzo del despunte francés, en el que los hermanos Michelin tendrían un papel decisivo.
Fue en 1898 cuando Marius Rossillon dio a luz a una criatura corpulenta, apabullante, sonriente, amante de la buena vida (siempre aparecía con un puro habano humeante y una copa) y desafiante ante las inclemencias del tiempo o las de la orografía, formada por neumáticos de diferente tamaño apilados unos sobre otros. Una criatura que brindaba con una copa llena a rebosar de clavos y trozos de vidrio, porque nada podría con la resistencia de su caucho puro:
Aquel muñeco de apariencia extraña se convirtió inmediatamente en una de las imágenes más populares de Francia. Los hermanos Michelin se felicitaron del éxito de la campaña y no dudaron en asociar la imagen de su empresa con aquel ser gigantesco que se bebía los obstáculos. La frase que había elegido O´Galop para su cartel decidió el nombre de la criatura. Una frase que era el primer verso de una de las odas de Horacio, aquella que celebra la derrota en Accio de Marco Antonio y Cleopatra a manos de Octavio. No resulta extraño que el estudiante aventajado de latín recordara los famosos versos del poeta clásico: «Y ahora ¡bebamos! Ahora hollemos la tierra con pie desnudo. Ahora es el tiempo de adornar los lechos de los dioses con manjares de los Salios, camaradas». Así, Bibendum fue el nombre que se le dio al muñeco de caucho.
O´Galop fue el responsable, además de diseñar la primera de las guías turísticas que editó Michelin. Se instaló en Montmartre, el barrio artista de París y siguió pintando y realizando sus ilustraciones para las diversas publicaciones, entre ellas, las de su hermano Ulysse (como el cuento El capitan de los ballesteros, escrito por su hermano como Jean Rosnil). Buscando inspiración para sus acuarelas dejó París y se instaló en Dordogne, ademas de viajar por Normandía y Bretaña.

Portada de la 1ª edición de «El capitán de los ballesteros» de Jean Rosnil, con ilustraciones de O´Galop
La carrera de O´Galop no se limitó al dibujo y a la pintura. Fascinado por el nuevo invento del cine realizó numerosas películas de animación (unas 40, entre 1910 y 1924), convirtiéndose en uno de los pioneros de ese género. Ya tenía experiencia pintando paneles de vidrio para la linterna mágica en su juventud, pero la nueva técnica le permitía una mayor creatividad. Como la mayor parte de las primeras obras cinematográficas, sus películas se basan en anécdotas como acrobacias circenses, trucos de magia o gags cómicos, aunque también realizó adaptaciones de las fábulas de La Fontaine o películas de tipo divulgativo:
Hasta 1939, O´Galop siguió trabajando sin descanso en sus ilustraciones, libros y pinturas. Pero la muerte de su segunda mujer le decidió a liquidar su estudio de París y trasladarse a Douai junto a uno de sus hijos. Un accidente de bicicleta resultó en la amputación de una pierna para evitar la gangrena. Pero aún así, siguió pintando acuarelas para ayudar a su familia hasta su muerte en 1946.
Marius Rossillon fue un trabajador incansable y un artista muy fructífero, pero poco conocido. Un poco a la manera de Mary Shelley con Frankenstein, su nombre fue devorado por el de su criatura. Una creación que sigue mirándonos desde vallas publicitarias y rótulos comerciales y que enseguida asociamos con la marca que publicita. Sería de justicia reivindicar su nombre. Alcemos nuestra copa, pues, para brindar por la imaginación del hombre que logró que un montón de caucho cobrara vida eterna.