El Ojo En El Cielo

Blog de arte. Reflexiones sobre arte, diseño y comunicación.PREMIO SETDART AL MEJOR BLOG DE ARTE 2019

Etiqueta: japón

Lo que permanece

 

Amiga de las horas en las que nadie queda,
en que todo se niega al corazón amargo;
consoladora cuya presencia atestigua
tantas caricias que flotan en el aire.

Si renunciamos a vivir, si renegamos
de lo que era y de lo por venir,
¿pensamos, acaso, lo bastante en la insistente amiga
que a nuestro lado cumple con su labor de hada?

Rainer Maria Rilke (1875-1926) – Las rosas

 

En la Europa del siglo XIV al dibujo y a la pintura le nació un hermano pequeño. Se llamó grabado y nunca consiguió la consideración de bella arte. Quizá porque, al contrario que sus hermanos mayores, que se preciaban de realizar obras únicas, el grabado permitía que un dibujo se reprodujera exactamente igual que el original unas cuantas decenas de veces. La repetición restaba valor a lo ejecutado y, al mismo tiempo, ampliaba el alcance de la influencia del artista.

Los grabados más antiguos se realizaban tallando una plancha de madera dura de modo que aquello que se quisiera imprimir quedara en relieve. En China, Japón y Corea se realizaban este tipo de impresiones desde bastante antes que el siglo XIV pero en Occidente sólo se generalizaron entonces por una sencilla razón: el papel comenzaba a ser el soporte de escritura más utilizado, sustituyendo poco a poco al pergamino, caro y difícil de conseguir y acondicionar para la escritura de documentos o libros sobre él. En Oriente hacía mucho tiempo que se utilizaba el papel como soporte para la escritura pero a Europa sólo llegó por medio de la conquista musulmana atravesando la Península Ibérica. Y su llegada hizo posible, entre otras cosas, que apareciera el grabado y posteriormente la imprenta. A los grabados utilizando como matriz la madera, llamados xilografías, siguieron a partir del siglo XV otras técnicas que usaban una plancha de cobre para realizar los dibujos que luego se imprimirían, por eso al grabado en metal se le denominó también calcografía. La calcografía se hacía dibujando directamente sobre el metal con un buril o por medio de corrosión por ácido. Dependiendo de cómo se realizara el surco que acogía a la tinta los grabados se denominaban aguafuerte, puntaseca, mediatinta, aguatinta, etc. Ya en el siglo XIX se comenzó a utilizar otra técnica, la litografía, donde el dibujo se hacía directamente sobre una gran piedra caliza por medio de un  lápiz graso. Esa fue la técnica utilizada por la mayor parte de los cartelistas de la época como Toulouse- Lautrec o Jules Chéret. Los grabados inundaban las calles, los libros y las publicaciones periódicas con estampas que nunca antes habían podido verse, llenaban la imaginación de aquellos que los veían con sueños de bailes exóticos o mundos inventados y guiaban a buen puerto a barcos y viajeros a través de los mapas impresos con esa técnica. Y sin embargo, el grabado siguió siendo el hermano pequeño y pobre del dibujo y la pintura.

Quizá por eso resulte extraño el hecho de que un estudiante de arte que había llamado la atención de sus maestros por su dominio de las técnicas no escogiera las artes mayores, sino que se dedicara en cuerpo y alma a ser grabador.

Emil Orlik (1870-1932) nació en el seno de una familia judía de Praga que vivía al lado del ghetto de la ciudad. Su padre era sastre, como también lo era su hermano mayor. Pero Emil destacaba por su capacidad para dibujar. Tanto que su familia permitió que marchara a Munich a estudiar arte en 1891, con 21 años. Ser judío no era precisamente un pasaporte para matricularse en la Academia de Bellas Artes, así que Orlik comenzó a estudiar dibujo y grabado en una academia privada, la de Heinrich Knirr, un pintor yugoslavo establecido en la capital bávara, con gran talento para el retrato. Tanto, que en 1937 fue el artista elegido por Adolf Hitler para que hiciera el único retrato oficial para el que posó en persona. En las clases de Knirr, Orlik compartió caballete con un compañero destinado a jugar un importante papel en  las vanguardias artísticas. Ese compañero era el suizo Paul Klee, que años después sería una de los principales representantes del Expresionismo alemán y de la abstracción, además de ser profesor de dibujo de la Bauhaus durante varios años.

La habilidad de Orlik, acrecentada por las clases, comenzaba a dar sus frutos y, al fin, fue aceptado en la Academia de Bellas Artes de Munich. Allí aprendió a realizar grabados con Johan Leonard Raab. Investigó todas las técnicas posibles: xilografías como los grandes maestros alemanes del renacimiento Schongauer, Baldung o Durero; aguafuertes como los que había perfeccionado Rembrandt; aguatintas como las de Goya; litografías como las de Tolouse-Lautrec. De sus manos comenzaron a salir paisajes y escenas cotidianas. Y Emil Orlik olvidó la pintura para sumergirse sólo en el grabado.

La imagen muestra un grabado en blanco y negro donde se aprecia un paisaje llano, con árboles al fondo. En un primer plano, hacia la izquierda del encuadre, aparecen dos hombres que conversan animadamente como si acabaran de encontrarse dando un paseo. Pulse para ampliar.

Emil Orlik – Tarde de verano. Aguafuerte y aguatinta (1893)

Tuvo que regresar a Praga para hacer el servicio militar, obligatorio para todos los jóvenes alemanes (Praga pertenecía al Imperio Alemán en aquel momento). Orlik abrió un estudio en Praga (que mantuvo aún cuando trabajaba en otros lugares) y se sumergió en la vida cultural de la ciudad, acudiendo a cafés y tertulias donde entabló amistad con escritores checos emergentes como Franz Kafka o el poeta Rainer Maria Rilke. Fue Rilke, con quien mantuvo una estrecha amistad hasta el final de su vida, quien le facilitó su primer trabajo como ilustrador de libros y colaborador de publicaciones señeras del modernismo alemán como las revistas JugendPAN.

La imagen muestra un grabado en blanco y negro de un paisaje en el que se ve, en primer término, un camino que se aleja de frente al espectador. A la izquierda, un muero balo flanquea el camino. A la derecha, se aprecia una fila de árboles. Al fondo, a lo lejos, los tejados de unas casas parecen indicar que el camino se dirige hasta una aldea. Pulse para ampliar.

Emil Orlik – Paisaje. Grabado para la revista PAN (1897)

Sus grabados y los trabajos editoriales le dieron estabilidad económica y le permitieron comenzar una serie de viajes, primero por Europa y después por otros continentes, en los que se dedicó a visitar exposiciones, museos, conocer artistas y aprender nuevas técnicas de grabado. En 1898 hizo su primer viaje a Inglaterra, Escocia, Bélgica, Holanda y Francia. En Inglaterra conoció a William Nicholson, un pintor que también realizaba grabados -mayormente xilografías- con una estética innovadora que también aplicaba en los carteles comerciales que diseñaba junto a su cuñado James Pryde y que ambos firmaban con el seudónimo de Beggarstaff Brothers. Las xilografías de Nicholson influyeron poderosamente en Orlik, como puede verse en algunos de sus obras incluidas en su primer álbum de grabados: Kleine Holzschnitte (Pequeñas xilografías), publicado en 1900. Pero además se estableció durante una temporada en Viena, donde exhibió su obra en la tercera exposición de la Secesión Vienesa con notable éxito. Allí, en Viena, comenzó a interesarse por el arte oriental.

La imagen muestra un grabado a tres colores: negro, ocre y blanco. Representa el interior de un taller de sastrería donde trabajan cinco hombres. Todos ellos están sentados en sillas y tienen las piernas cruzadas. Sobre las rodillas, telas que cosen encorvados sin levantar la mirada. El suelo está lleno de pequeños retales de tela e hilos cortados. En la pared del fondo se puede ver parte de un cartel con diversos modelos de trajes masculinos. Pulse para ampliar.

Emil Orlik – Taller de sastre en Praga (1899). Del álbum «Pequeñas Xilografías» (1900)

El año 1900 fue importante para Orlik. Se publicó su primer álbum como artista grabador, conoció a la que sería su gran amiga y benefactora Marie von Gomperz y emprendió su viaje soñado. Durante un año, Orlik visitó Japón en busca de las técnicas de los maestros grabadores japoneses. Las impresiones de aquel viaje y el bagaje de su aprendizaje lo volcó en un nuevo álbum de grabados: Aus Japan (Desde Japón).

La imagen muestra un grabado en blanco y negro. En e´l aparece en plano medio una muchacha japonesa, sentada de lado mirando hacia la izquierda. Lleva el pelo recogido en un peinado muy elaborado, como el que llevan las geishas y viste un quimono oscuro adornado con peonas blancas ceñido por un ancho fajín negro. Pulse para ampliar.

Emil Orlik – La cortesana o Muchacha de Niingata. Aguafuerte del album «Desde Japón» (1902)

 

La imagen muestra un grabado a varias tintas. En él se ve a un hombre joven, sentado en el suelo ante una especie de escritorio de madera cuya base para escribir también está a ras de suelo, que entinta con un tampón una matriz de madera para hacer xilografías. Ante él se suponen varios cuencos blancos llenos de tinta de diferentes colores, así como papeles y brochas. Pulse para ampliar.

Emil Orlik – Impresor japonés. Xilografía a color del álbum «Desde Japón» (1902)

 

El trabajo de Orlik fue muy apreciado por el público pero también por los artistas y los críticos. Estaba presente en la mayor parte de las exposiciones artísticas de los movimientos artísticos de principio de siglo en Austria y Alemania y se codeaba con artistas consagrados como Camille Pissarro, Claude Monet o Gustav Klimt. En 1904 le ofrecieron la jefatura del Departamento de Artes Gráficas e Ilustración Editorial en la Academia de Artes Aplicadas de Berlín, cargo que desempeño hasta poco antes de su muerte. Orlik compaginó su trabajo como grabador y su labor docente y entre sus alumnos destacados estuvo uno de los representantes más importantes del Segundo Expresionismo alemán, el pintor George Grosz, que también destacó por sus grabados y dibujos publicados en prensa. Esporádicamente, Orlik también realizaba diseños para las producciones del Deutscher Theatre, dirigido en esos momentos por Max Reinhardt. Y continuaba ganando fama con sus retratos de sus contemporáneos, elaborados con un realismo cortante:

La imagen muestra un grabado en el que aparece retratado en plano medio el músico Gustav Mahler. Aparece de perfil, mirando hacia la derecha. El rostro está dibujado con total precisión y realismo: el pelo largo y abundante peinado hacia atrás, el gesto decidido, las gafas... Por el contrario, del cuello para abajo, sólo aparecen esbozadas unas pocas líneas que nos indican que viste americana, camisa con pajarota y chaleco. Pulse para ampliar.

Emil Orlik – Retrato de Gustav Mahler. Puntaseca y aguatinta (1902)

 

La imagen muestra un grabado en el que sólo se ve el rostro del pintor suizo. Sólo su cara, sin el cuello ni otro elemento anatómico, de modo que parece estar flotando en el aire. Está representado de frente. mirando hacia el espectador pero con cierta expresión de melancolía. Es un hombre de mediana edad, con aspecto un tanto cansado. Su cabello negro, corto y un poco erizado en la coronilla y de su bigote y patillas, contrasta con el tono grisáceo de su barba. Pulse para ampliar.

Emil Orlik. Retrato del pintor Ferdinand Hodler. Aguafuerte (1911)

 

La buena posición económica que disfrutaba, permitió a Orlik realizar largos viajes como el que emprendió en 1912 y le llevó al norte de África, a Ceilán, China, Corea y Japón de nuevo y del que regresó atravesando Siberia. Buscando siempre aprender técnicos nuevas y descubrir paisajes que llevar a sus grabados.

La imagen muestra un grabado hecho a base de unas pocas líneas que reproducen un paisaje norteafricano. En primer plano, un hombre con un burro cargado con sacos. Tras él, una extensión llana y pedregosa en la que se ve una construcción coronada con una cúpula y que está flanqueada por un torreón semiderruido. Al fondo, en último plano, se aprecian suaves lomas. Pulse para ampliar.

Emil Orlik – Paisaje árabe. Puntaseca (1915)

 

Como hombre curioso que era, Orlik comenzó a dedicarse también a la fotografía, de la que decía que le permitía adentrarse en las técnicas para realizar retratos perfectos. Sus primeros ensayos con los retratos fotográficos fueron en 1917, aunque a mediados de los años veinte había ganado cierta fama como retratista y por su estudio pasaron muchas de las celebridades de la época.

La imagen muestra una fotografía en blanco y negro donde aparecen sentadas, en plano medio, dos mujeres jóvenes. A la izquierda, Marlene Dietrich mira hacia la izquierda con semblante serio y las manos cruzadas sobre el regazo. A su lado, Ressel Orla le pasa la mano sobre el hombro y deja caer su cabeza hacia su compañera con un gesto un tanto pensativo. Pulse para ampliar.

Emil Orlik – Retrato de las actrices Marlene Dietrich y Ressel Orla (c. 1923)

 

La fama de Emil Orlik fue inusual para un artista cuyo principal trabajo consistió en hacer grabados. La perfección de sus retratos hizo que fuese nombrado artista oficial de Alemania en la Conferencia de Brest-Litovsk de 1917, en la que una Rusia en plena revolución bolchevique se retiró de la I Guerra Mundial rindiéndose ante Alemania.

La imagen muestra un grabado en blanco y negro, realizado a base de líneas, en el que se ve a un grupo de sien hombres. Cinco están sentados apoyandose sobre una mesa con gesto pensativo. Todos miran hacia la derecha y de pie, está león Trotsky con gesto enfadado. Pulse para ampliar.

Emil Orlik – Los negociadores soviéticos en la conferencia de Brest-Litovsk con Leon Trotsky al frente (1918)

 

Aunque disfrutó  de gran fama en vida, el nombre de Emil Orlik no es especialmente recordado hoy en día, a pesar de su innegable dominio del grabado, su delicadeza para los paisajes y las composiciones, la profunda penetración psicológica de sus retratos, su continua búsqueda de nuevas técnicas con las que abordar su trabajo y el valioso testimonio que para la historia del siglo XX son sus obras. Quizá el haber elegido al hermano pequeño del dibujo y la pintura le apartó de los capítulos dedicados al arte de principios de siglo en los manuales especializados. Pero sus grabados convierten en verdad los versos de su gran amigo Rilke. Porque cuando ya nada ni nadie queda a nuestro alrededor, lo que permanece en nuestro recuerdo es la belleza lejana de una rosa y el arte acariciado en una humilde hoja de papel impreso.

La imagen muestra un grabado hecho a base de líneas en el que se aprecia el rostro de un hombre de pelo negro y abundante peinado hacia atrás. Lleva gafas y apoya la mano en la mejilla, mientras su dedo meñique se apoya en los labios. Pulse para ampliar.

Emil Orlik – Autorretrato (1928)

El Imperio del Sol

¿Y si la lluvia fuera ella?

¿A qué punto del cielo tempestuoso,

a cuál de esos amenazadores nubarrones

habré de mirar para encontrarla?

Murasaki Shikibu (c. 978 – c.1014) – La novela de Genji: Esplendor (Capítulo 9)

 

Cuando en 1853 el Comodoro Matthew C. Perry dirigió los cañones de su flotilla hacia la ciudad japonesa de Uraga sabía que estaba haciendo historia. Pero no sabía hasta qué punto.

Japón había sido un país cerrado a cal y canto para Occidente desde el siglo XVII. Había dejado abierta una pequeña puerta en Nagasaki a través de la cual seguir comerciando, aunque la exclusiva de ese comercio era para los holandeses. Una exclusividad claramente insuficiente para el mercado estadounidense, en plena expansión a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Por ello, el gobierno norteamericano envió a Perry en misión diplomática a Japón para convencer a los gobernantes de que lo mejor era comerciar también con otros países, sobre todo con los Estados Unidos. La diplomacia -llamémosla así- de Perry culminó con la amenaza de bombardeo a Uraga y con el consentimiento japonés a abrir sus mercados. Ni Perry ni Occidente sabían que ese gesto aceleraría el fin del shogunato y el advenimiento de un nuevo Japón quince años después con la llegada al trono de Mitsuhito, el emperador Meiji.

Esta apertura de Japón a Occidente fue uno de los factores que influyeron de un modo más perceptible en el arte europeo del siglo XIX. La regularización de las rutas comerciales con ese país supuso la llegada de objetos artísticos que fascinaron a los artistas: cerámica, tejidos, muebles, pinturas, grabados, estatuillas… Los diseñadores no pudieron sustraerse al encanto de objetos cerámicos o muebles de formas simples y austeras que explosionaban con una decoración basada en elementos vegetales. Los pintores se replantearon la representación de las figuras y del espacio en sus cuadros al ver los colores planos y las líneas que los rodeaban, al comprender que había más modos de ver el mundo que aquel que se había establecido en el Renacimiento en forma de perspectiva geométrica. Objetos tan humildes como los envoltorios de los bloques de te prensado que se comenzaron a exportar a Europa eran perseguidos por los pintores por las coloridas serigrafías que los caracterizaban. Nadie que sintiera el arte correr por sus venas  podía permanecer ajeno a aquel nuevo mundo delicado, increíblemente hermoso en su lejanía y sencillez, sutil en sus decoraciones y en su poesía que reflejaban el vuelo de los pájaros, las gotas de rocío sobre las flores de un jardín o las nubes de tormenta entre las que asomaba la luna.

La imagen muestra un cuadro en el que aparece el escritor Emile Zola sentado de lado en un sillón mirando hacia la derecha. Viste pantalón gris claro y chaqueta oscura, cruza una pierna sobre la otra y con la mano izquierda sostiene un libro abierto, aunque no mira para él sino hacia un punto indefinido al frente. Tras él puede verse a la izquierda parte de un biombo japonés de madera lacada en dorado que muestra parte de un paisaje y un pájaro volando. En la parte derecha de la pared aparece pegadas a ella una estampa que reproduce a un samurai japonés y a su lado una reproducción de "Los borrachos" de Velázquez. Bajo las estampas se puede apreciar parte del escritorio, muy desordenado, lleno de papeles, con un tintero y varias plumas. Pulse para ampliar.

Edouard Manet – Retrato de Emile Zola (1868) en el que puede verse el biombo a la izquierda y la estampa japonesa colgada en la pared.

Y de entre todas esas personas que cayeron rendidas a los pies del arte japonés hubo una que supo transformar esa inspiración en cientos de objetos creados para rodear de belleza e inteligencia a las personas y, de ese modo, mejorar un poco su mundo haciéndolo más feliz. Un inglés nacido en Escocia, que estudió diseño, se doctoró en botánica y que recorrió Japón para ver con sus propios ojos las maravillas del país donde el sol nacía.

A Christopher Dresser (1834-1904), que era como se llamaba ese hombre, se le considera el primero de los diseñadores industriales de la Historia. Su relación con el arte comenzó cuando sólo tenía 13 años e ingresó en la Escuela Estatal de Diseño en Londres. Allí descubrió dos cosas que le marcarían de por vida: la ornamentación y la botánica. El gusto por los motivos decorativos elegantes lo aprendió de profesores como Henry Cole  y de arquitectos y diseñadores como Augustus W. Pugin que habían criticado el gusto victoriano por su tendencia al exceso decorativo. Y conoció la botánica a través de la colaboración con otro de los profesores de la escuela, Owen Jones. Jones pidió a su alumno aventajado que realizara un grabado botánico para ilustrar su libro Gramática de la ornamentación (1856).

La imagen muestra una página de un libro de gran tamaño en donde aparecen los dibujos a color de varias especies florales como narcisos e iris. Aparecen ordenadas en toda la página y se muestran con la planta entera, sólo la corola, detalles de estambres y pistilos y hojas del tallo y etapas de la floración. Pulse para ampliar.

Christopher Dresser. Grabado con ilustración botánica para la página nº 56 de «La gramatica de la ornamentación» de Owen Jones (1856)

Dresser había tomado clases de dibujo botánico en la Escuela de Diseño y el trabajo realizado para Jones le reafirmó en su objetivo de profundizar en el estudio de las plantas. Tenía una mente curiosa y científica y por ello acabó doctorándose en Botánica por la Universidad de Jena y siendo miembro de la Sociedad Botánica de Edinburgo (en 1860) y en la Sociedad Linneana (en 1861) e impartiendo conferencias sobre el tema. A Dresser le encantaba buscar inspiración para los diseños ornamentales en las plantas: admiraba el equilibrio geométrico que podia encontrar en ellas y las posibilidades que ofrecía para la decoración. Pero no representaba sus modelos de forma naturalista sino que tendía a simplificarlos, a geometrizarlos aún más, como si buscara el armazón interno que sostenía aquella belleza exterior. A partir del momento en que vendió su primer diseño en 1858, Dresser se convirtió en un visitante asiduo del Museo Británico y del de South Kensington (hoy Museo Victoria & Albert) para admirar una y otra vez objetos procedentes de distintas culturas: persas, egipcios, incas, polinesios, mejicanos o marroquíes… le era indiferente su origen, sólo quería analizar su forma, su decoración, buscar cómo el material en el que habían sido realizados respondía a su función. Todas sus reflexiones quedaron plasmadas en varios tratados de diseño: El arte del diseño decorativo (1862), muy en la línea de su mentor Owen Jones, o Principios del diseño decorativo (1873). En ellos reflejó su teoría sobre la decoración, que se basaba en tres principios básicos e interdependientes: la Autenticidad, la Belleza y la Fuerza. La Autenticidad, siguiendo la pauta inaugurada por Pugin y Ruskin antes de él, significaba la prohibición de imitar otros materiales para no engañar. La Belleza describía el sentido de la perfección intemporal en un diseño. Y la Fuerza implicaba la energía desprendida por una ornamentación, una energía que partía de su estudio y análisis de la forma y el color. Él mismo comparaba la música y el arte diciendo que una buena armonía de color se parece mucho a una buena armonía musical y que las armonías más excepcionales son aquellas próximas a la disonancia. 

La imagen muestra un fragmento rectangular de tejido de fondo anaranjado sobre el que destaca un patrón decorativo formado por palmetas (estilizaciones geométricas de palmeras, de forma casi romboide) de color granate. El motivo de la palmeta se repite a intervalos iguales. Pulse para ampliar.

Christopher Dresser – Tejido en lana y seda (1871)

La vida de Christopher Dresser dio un vuelco cuando visitó la Exposición Internacional de Londres de 1862 que estaba situada en la explanada vecina a su querido museo de South Kensington. Allí, además de ver los diseños de William Morris pudo ver los últimos avances tecnológicos industriales (de hecho, la exposición estaba dedicada al arte y su relación con la industria) como el convertidor Bessemer, que por primera vez permitía fabricar acero de gran calidad. Pero, sobre todo, pudo observar una exposición dedicada al arte japonés. Dresser cayó rendido ante aquellos objetos de formas simples y decoraciones suntuosas, llenas de flores y plantas como las que él adoraba. Y se dijo que algún día iría a Japón para poder ver todo aquello y traerlo a Europa.

Su trabajo como diseñador le relacionó con multitud de empresarios ya que, al contrario que William Morris, él no tenía su propia empresa sino que realizaba objetos que realizaban y comercializaban otros, desde fábricas de porcelana a fundiciones pasando por talleres de vidrio o de alfombras. Y eso le permitió crear una red de contactos que allanó su camino hacia el soñado viaje a Japón. Fue en 1876 cuando salió rumbo al Imperio del Sol Naciente, pero pasando antes por Estados Unidos para ultimar un acuerdo con la casa de decoración Tiffany & Co. con el que se convertía en su agente comercial encargado de comprar una serie de objetos japoneses destinados a sus tiendas. Quince años después de que el Comodoro Perry se plantara con sus naves negras (así, por lo menos, quedaron recordados sus barcos en el imaginario popular japonés) exigiendo la apertura comercial, Christopher Dresser fue recibido con honores por el emperador Mutsuhito, el artífice de la occidentalización de Japón, quien dio orden de que a aquel extranjero apasionado de la cultura japonesa se le abriesen las puertas de todos los lugares, fueran palacios o templos, como si fuese su amigo personal. Ni que decir tiene que Dresser se apresuró a aprovechar tal honor y recorrió miles de kilómetros contemplando y estudiando los paisajes, el arte, las ciudades y los objetos más cotidianos de Japón, tomando nota de sus formas, decoraciones y usos y comprando cientos de ellos como agente comercial de firmas de decoración americanas e inglesas.

A su regreso a Londres comenzó a plasmar la influencia de todo aquello que había visto en Japón en los objetos que diseñaba. Yendo a contracorriente de la moda victoriana imperante, Dresser comenzó a diseñar objetos extrañamente geométricos, de líneas puras. Y al contrario que diseñadores como Morris que abogaban por la vuelta a la construcción artesanal, sus diseños estaban pensados para los materiales y la fabricación industrial:

La imagen muestra una tetera con forma de rombo apoyado sobre uno de sus vértices por medio de cuatro patas cortas de sección cilíndrica. La parte superior de la tetera es una tapa triangular (que cierra la forma del rombo) coronada por una especie de punta de flecha. El pitorro es troncocónico y lel mango, un cilindro de ébano, se une al cuerpo romboidal a través de dos pieza cilíndricas. La parte central de la tetera presenta un hueco en forma de rombo también. Pulse para ampliar.

Christopher Dresser – Tetera en alpaca con mango de ébano (1879)

Para Dresser el poder de la ornamentación y del trabajo del diseño consistía en que podía cambiar la mentalidad de las personas, acercándolas a una visión del mundo más ordenada y equilibrada donde la belleza, y por tanto el bien, imperarara sobre el caos y la maldad.

La imagen muestra un recipiente semicircular que se apoya en tres pies que salen de su parte superior y se doblan en forma de "L" para asegurar el equilibrio. La parte superior es plana y está cubierta por una tapa, también plana, con un mango de ébano en forma de cilindro que se une a la tapa por medio de dos piezas cilíndricas. Pulse para ampliar.

Christopher Dresser – Soporte para cucharas en alpaca y ébano (c.1879)

Compaginó su trabajo como diseñador con la redacción de más libros sobre diseño: Estudios sobre diseño (1876), Ornamentación moderna (1986) y, cómo no, sobre su gran pasión: Japón: su arquitectura, arte y artes aplicadas (1883). Su éxito le permitió por fin abrir su propio negocio en 1880, el Art Furnishers Alliance, en la zona más de moda de Londres, al lado de Morris & Co. y Liberty´s, en donde comercializaba sus diseños (fabricados por otros, eso sí)  pero también artículos importados de Japón, donde dos de sus hijos trabajaban como agentes comerciales para él.

La imagen muestra un jarrón de vidrio verde muy fino que parece estar hecho de un material plástico ya que su forma, alargada, comienza siendo casi cilíndrica en la base, se vuelve un poco más bulbos y se estrecha en la parte superior como si alguien hubiese hecho presión con la mano y se hub hiera quedado la forma. Presenta una serie de hendidura a lo largo de su cuerpo como si los dedos del vidriero hubieran hecho las marcas, pero el aspecto general es de un objeto muy suave, sin aristas, como si estuviera modelado en barro. Pulse para ampliar.

Christopher Dresser – Jarrón de vidrio (1880)

Las formas de los objetos diseñados por Christopher Dresser se inspiran directamente en la naturaleza, pero no la copian literalmente, sino que la interpretan a partir del esquema geométrico que estaba seguro que subyacía a todas las cosas.

La imagen muestra un bol con forma circular sobre un pequeño soporte troncocónico. Es una esfera casi perfecta que está abierta por un lado y que parece imitar la forma de una ola rompiendo en la playa. Está realizado en cerámica vidriada en color turquesa, lo que le da un aspecto externo brillante y suave. Se parecía parte del interior, de color amarillo. Pulse para ampliar.

Christopher Dresser – Bol con forma de ola en cerámica con vidriado turquesa y amarillo (1882)

Para él, el arte imitativo era digno pero consistía en una simple expresión del dominio de una técnica. Dresser prefería lo que él llamaba un arte ideal, producto del intelecto y la imaginación que, inspirados por la naturaleza, la reinterpretaban para crear una realidad nueva. Así, los elementos de algunos de sus diseños metálicos parecen estar construidos por pistilos estilizados enlazados entre si en formaciones geométricas:

La imagen muestra un objeto cuya base es un cuarto de cilindro con la parte convexa hacia arriba. En los bordes de esa base se insertan una serie de piezas cilíndricas rematadas en una bola. las piezas de ambos lados se unen entre sí formando una especie de espacios en los que se puede colocar una tostada o cualquier objeto horizontal plano. La pieza de la parte central es un poco más larga para servir de asa y transportarlo. Pulse para ampliar.

Christopher Dresser- Enfriador de tostadas (o soporte de cartas) en alpaca (1881)

Los trabajos de Christopher Dresser contribuyeron a cambiar la idea de diseño y hacerlo realmente contemporáneo. Se alejó definitivamente del concepto medieval del diseñador artesano que creaba y construía. Abrazó la industrialización y sus posibilidades y la acompañó de una gran visión comercial. Su trabajo era analizar la forma, proyectarla y dejar que otros la llevaran a cabo, aunque siempre bajo las directrices marcadas por él y por su extraordinario conocimiento de los materiales que utilizaba. Su concepto del diseño como una creación mental a partir de un original de la naturaleza se parece más a la idea de arte que propugnaban los artistas abstractos que al del mundo victoriano en el que vivió. De hecho, muchos de sus diseños fueron relanzados a finales del siglo XX por la compañía italiana Alessi e inundaron los escaparates de las tiendas de decoración modernas. En su obituario escribieron que nunca se cansaba de hablar sobre el arte y las costumbres de los países orientales; intentaba rastrear su historia a través de las formas ornamentales del mismo modo que un filólogo lo hace a través del idioma. Quizá sea esta la mejor manera de describir la curiosidad insaciable de un hombre que quiso ir a Japón y consiguió hacerlo (démosle aquí el mérito que le corresponde al Comodoro Perry por su contribución a la apertura del país). Pero también fue el hombre que convenció al Imperio del Sol de que le permitiera adentrarse en todas sus maravillas para poder convertirlas en un pequeño trozo de belleza que contemplar cada día al disfrutar del desayuno.

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