Viaje al confín de la Tierra
Cottonwood State Farm es una pequeña ciudad en medio de la llanura del sur de Nebraska (Estados Unidos) que a principios del siglo XX contaba con casi 6.000 habitantes, varias fábricas, una escuela de Magisterio y unos cuantos establecimientos de fotografía, uno de ellos propiedad de un hombre amable y con gran sentido del humor llamado Alfred Anderson.
Anderson y su mujer Alma regentaban el Estudio Fotográfico Anderson: Alfred se dedicaba a la técnica y Alma llevaba la contabilidad del negocio y, de vez en cuando, ayudaba a su marido retocando alguna fotografía. En este ambiente nacieron y crecieron sus tres hijas: Ruth, Miriam y Elizabeth, chicas de fuerte carácter, de gran talento y de espíritu independiente, como buenas habitantes de la frontera. Quizá esa personalidad estaba más desarrollada en la mayor de ellas, Ruth Mathilda (1893-1983) que con 18 años se trasladó a Lincoln, la capital de estado, para obtener el título de maestra, aunque no hay constancia de que llegara a ejercer como tal alguna vez.
Y es que la fotografía fascinaba a Ruth desde niña, algo lógico si se piensa que para ella un cuarto oscuro no era un lugar de castigo y terror sino la cueva donde se escondían preciosos tesoros por revelar. Así que en 1918 decidió hacer el largo y pesado viaje a Nueva York para estudiar fotografía con Clarence H. White. White era fundador, junto con Alfred Stieglitz, de Photo Secession (editora de la revista de fotografía Camera Work, la publicación más vanguardista de la época) y por su escuela de fotografía pasaban cientos de alumnos deseosos de aprender la técnica fotográfica y todo aquello que convertía a una simple fotografía en una obra de arte (las asignaturas que se impartían eran Fotografía Artística, Diseño y Crítica Artística). Pero no sólo eso: White animaba a que las mujeres se dedicaran a la fotografía para que luego ésta se convirtiese en su trabajo profesional. Y allí recaló Ruth Mathilda, con todo el empuje y el entusiasmo que se había traído en la maleta desde el sur de Nebraska.
Pocos años antes de la llegada de Ruth a Nueva York, un industrial millonario y mecenas de las artes llamado Archer Milton Huntington había fundado la Hispanic Society con el objetivo de profundizar en el conocimiento de la cultura española y proceder a su conservación y divulgación. Además del museo que albergaba importantes colecciones, tanto de pintura y escultura como de joyería, grabados, trajes tradicionales o cerámica, la Hispanic Society encargaba trabajos de investigación sobre aspectos etnográficos de la realidad española: costumbres, oficios, paisajes, vestimenta, etc. Huntington estaba convencido del potencial de las mujeres para la captación de detalles en este tipo de investigaciones (del mismo modo que, décadas después, el antropólogo Louis B. Leaky animaría a Jane Goddall, Diane Fossey y Birute Galdikas con sus trabajos sobre los grandes primates), así que no dudó en contratar para su fundación a tres fotógrafas, las tres ex alumnas de la escuela de White: Alice Atkinson, Frances Spalding y Ruth Mathilda Anderson.
El empuje de Ruth debió de ser determinante para que, a pesar de su poca experiencia como fotógrafa profesional, recibiera el encargo, en 1923, de documentar los trajes típicos y otros elementos de la cultura de Galicia. Sin saber muy bien qué se podía encontrar, Ruth embarcó hacia España acompañada por su padre Alfred para mirar a través de su cámara el lugar al que los romanos habían dado en llamar el confín de la tierra.
El viaje no fue nada fácil. No sólo por las casi nulas comunicaciones de la zona, sino porque padre e hija se topaban con la desconfianza de los paisanos ante aquellos dos extranjeros, altos y rubicundos, cargados de cachivaches extraños que se empeñaban en fotografiar cosas aparentemente sin importancia. El propio Alfred, en sus diarios, cuenta (con innegable humor) las dificultades que encontraban a cada paso:
El otro día fuimos a la policía y conseguimos un permiso válido para toda la provincia, ya que un guardia civil en Castro Caldelas [Ourense] nos dijo que éramos un poco anormales y que por eso deberíamos tener un permiso (Diario de Alfred Anderson, 1925)
Padre e hija formaron un equipo perfecto: Ruth documentaba la investigación que le había encomendado la Hispanic Society y Alfred documentaba a su hija realizándolo:
Ambos recorrieron Galicia, descubriendo cosas y paisajes fascinantes y asombrándose de la dureza y pobreza de sus gentes:
Tuvieron que vencer la reticencia de aquellos con los que se relacionaban: Estuve hablando con la señora del hotel, cuenta Ruth en sus anotaciones a su llegada a Tui (Pontevedra), que me tiró de la lengua y sabe que tengo treinta años y que no estoy casada. Me mira con mucha atención como si fuese un objeto extraño pero a la vez interesante. Pero también tuvieron que soportar la dura climatología del país, tal y como cuenta Alfred en su diario: […] Aquí tienes todo el inventario de lo que llevo encima: 1º la ropa interior de invierno; 2º una camiseta fina de lana; 3º una camiseta blanca; 4º un chaleco de lana gris (de calceta); 5º mi traje escocés de lana mezclada; 6º la chaqueta de ante (debajo de la chaqueta de mezcla); 7º mi abrigo; 8º un par de calcetines de algodón; 9º un par de calcetines de lana (Alfred Anderson, Diarios: 24 de diciembre de 1924 – Lugo).
A ello se añadían las dificultades para revelar los negativos y conservar el material. Ruth fotografiaba en color los trajes típicos para que se pudiesen apreciar los detalles con mayor claridad, pero debía enviar las placas a Nueva York para ser procesadas. Las fotografías en blanco y negro las revelaba con ayuda de Alfred en los lugares más inverosímiles: en armarios, gallineros, almacenes… Su maestro Clarence White, gran admirador y reivindicador de la figura de Julia Margaret Cameron, habría estado orgulloso de la inventiva y de los recursos de su antigua alumna.
El trabajo de Ruth fue inmediatamente reconocido por la Hispanic Society como espléndido. Tanto que, al año siguiente, le encargaron otro similar en Extremadura, esta vez acompañada de su antigua compañera en la escuela de fotografía Frances Spalding. Esta vez Ruth estuvo más orientada a la documentación de los vestidos y sus fotografías no reflejan tantos momentos cotidianos como las de su viaje a Galicia. La extraña pareja estaba compuesta ahora por dos mujeres a bordo de un Ford de segunda mano modificado para poder trasladar el equipo fotográfico. En 1948, también acompañada por Spalding, realizó su último viaje a España, aunque no dejó de fotografiar.
La Hispanic Society guarda un fondo de más de 6.000 fotografías de Ruth M. Anderson. Todas ellas de innegable calidad y valor tanto a nivel documental como a nivel artístico. Obsesionada por la composición, Ruth intentaba que sus imágenes reflejasen al mismo tiempo una realidad documental y tuvieran calidad artística. Se preocupaba de que la luz creara atmósferas descriptivas que no enmascararan los detalles. Ver su obra es sinónimo de admiración ante el arrojo de una mujer que no se lo pensó dos veces e hizo la maleta rumbo al lugar donde el mundo se termina para que todos pudiésemos admirar su belleza salvaje.