El Ojo En El Cielo

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Etiqueta: Man Ray

El discreto encanto de la burguesía

Las horas pasan lentamente
Como el desfile de un entierro
Llorarás la hora en que lloras
Que huirá también rápidamente
Como pasan todas las horas

Guillaume Apollinaire – En la prisión de la Santé, V (1911)

A veces cuanto más fácil y trillado es el camino, más apetece apartarse de él.

Que se lo digan, si no, a Marcel Duchamp (1887-1968), el tercero de los siete hijos del matrimonio entre un amable notario y la fría y distante hija de un agente marítimo y pintor aficionado. Con los cuadros y grabados de su abuelo colgados por toda la casa, con sus dos hermanos mayores ejerciendo de artistas de vanguardia en París y viviendo una apacible y muelle vida burguesa en la casa familiar, todo parecía orientado a que Marcel desarrollara sus capacidades artísticas e intelectuales. Su infancia transcurrió entre lecturas, lecciones de música y partidas de ajedrez hasta que con 15 años comenzó a pintar. Su objetivo era ir a vivir a París como sus hermanos mayores, que tenían ya cierto nombre dentro de los círculos artísticos. El mayor, Gaston Emile, había abandonado los estudios de Derecho para dedicarse a la pintura y había adquirido cierta fama realizando caricaturas e ilustraciones para varias publicaciones parisinas con el seudónimo de Jacques Villon. Su otro hermano, Raymond, también había abandonado los estudios debido a una enfermedad, durante la cual había comenzado a hacer pequeñas esculturas. Y tras su marcha a París, logró el reconocimiento de los artistas cubistas que en aquel momento constituían la vanguardia más rabiosa de la ciudad. Así que Marcel estaba decidido a hacer lo mismo, aunque tuvo que esperar a cumplir 17 años y terminar sus estudios en el Liceo. Una vez en París fue directo a una escuela de arte para matricularse, pero los innegables atractivos de la ciudad lograron que acabaran licenciándose en billar, como él diría con sorna tiempo después. Aún así, rodeado de lo más granado del arte parisino gracias a los contactos de sus hermanos, comenzó a trabajar en diversos periódicos realizando caricaturas.

La imagen muestra un dibujo con trazo grueso en el que se ven a un hombre y una mujer paseando por una calle. El hombre empuja un cochecito de bebé y la mujer camina a su lado. Aunque el cochecito tapa la mitad de su cuerpo puede apreciarse que está en avanzado estado de gestación. Ambos tienen una expresión bastante malhumorada. Pulse para ampliar.

Marcel Duchamp – «El encanto de la vida matrimonial». Caricatura (c. 1905)

La vida de placeres y descubrimientos que París proporcionaba a Duchamp quedó momentáneamente interrumpida por la obligatoriedad de incorporarse al servicio militar. Esta pausa forzosa quizá le ayudó a centrarse más en su objetivo de convertirse en artista. Comenzó a observar con minuciosidad la obra de pintores anteriores como Edouard Manet, analizó la forma y el volumen tal y como lo entendía Cezanne y absorbió la fuerza expresiva de los colores fauvistas. Resumiendo: comenzó a pintar en serio.

La imagen muestra un cuadro en el que se ve, casi de cuerpo entero (a falta de la pierna derecha y el pie izquierdo) a un hombre vestido con traje sentado en una butaca tapizada con una tela a rayas azul celeste y amarillas. El hombre se recuesta sobre su lado derecho, apoyando el rostro en la mano. Es calvo y luce barba y bigote blancos y abundantes. Viste un traje de color pardo que parece tener reflejos verdes. El hombre lleva gafas y aún así se puede apreciar una expresión en su rostro entre melancólica y risueña. Pulse para ampliar.

Marcel Duchamp – Retrato del padre del artista (1910)

La imagen muestra una escena que parece transcurrir en un jardín ya que todo el suelo y el fondo del cuadro son de un color verde intenso. Hay cuatro personajes: dos hombres en segundo término que están ensimismados inclinandose sobre una pequeña mesa en la que hay un tablero de ajedrez. Delante de ellos hay otra pequeña mesita sobre la que se dispone una tetera y varias tazas de cerámica. Y en primer plano están dos mujeres. A la derecha, una de ellas está sentada en una silla sencilla, de barrotes de madera y asiento de enea, que mira hacia la izquierda y apoya su mano en la mesita donde está servido el te. En la parte izquierda, una muchacha está tumbada sobre la hierba, apoyada sobre su brazo derecho y mirando hacia abajo. Pulse para ampliar.

Marcel Duchamp – La partida de ajedrez (1910)

A pesar de estos comienzos coloristas, Duchamp se sintió contagiado por el análisis cubista de la forma y de la perspectiva. Cuando su hermano Raymond pidió a unos cuantos amigos artistas que le hicieran algunos cuadros para su cocina, Marcel pintó su primer cuadro maquinista, una suerte de estilo basado en el futurismo italiano, una vanguardia inspirada en la fascinación por la máquina y su movimiento.

La imagen muestra un cuadro rectangular y vertical en el que se puede ver una especie de máquina indefinida. Es como un molinillo de café manual pero está como desplegado en sus partes, de modo que se aprecia la parte inferior redondeada, la parte superior con forma de tronco de cono invertido y la manivela para hacer girar el molino. Esta última pieza aparece como si de varias manivelas se tratasen organizadas en torno a un eje único, dando la sensación de que está girando. La máquina es comprensible si se ve ve cada una de sus partes por separado, porque el conjunto podría significar un molinillo de café o una imprenta, indistintamente. Pulse para ampliar.

Marcel Duchamp – Molino de café (1911)

Esa atracción por la máquina, el movimiento y su secuenciación y la sensación de avance acercaron a Duchamp a la estética del futurismo italiano de Balla, Marinetti, Depero, Severini o Boccioni.

La imagen muestra un cuadro, realizado a base de grandes pinceladas sueltas de forma cuadrangular, en el que parece verse (no hay una línea que enmarque los contornos, así que todo es impresión) la secuencia de una niña con un vestido azul y botines negros corriendo tras los barrotes de un balcón. En realidad el artista ha pintado varias niñas superpuestas en sus perfiles que dan la sensación de que es una sola muchacha dejando tras de sí la estela de su carrera, como si se tratase del aire que mueve con su carrera. Pulse para ampliar.

Giacomo Balla – Niña corriendo en un balcón (1912)

Duchamp sentía afinidad por esa visión del arte en  constante movimiento. Y eso le hizo trabar amistad con el artista Francis Picabia, también apasionado de maquinismos varios. Con él y con el poeta Guillaume Apollinaire, Duchamp emprendió un viaje en tren por Europa en 1912. Las impresiones de ese viaje, las conversaciones y discusiones sobre qué era el arte y cómo debía entenderse influyeron en Duchamp de modo decisivo.

La imagen muestra un cuadro en el que se aprecia lo que parece ser el rostro de un hombre bastante geometrizado. Parece estar representado como si de una vibración se tratase, ya que el perfil de los lados de la cabeza se reproduce a ambos lados como intentando reflejar el espacio que hubiera ocupado la cabeza del hombre en cada uno de los bamboleos del vagón. Pulse para ampliar.

Marcel Duchamp- Joven triste en un tren (1911)

Como pintor, Duchamp estaba ansioso por ser reconocido en el grupo de artistas cubistas al que pertenecía su hermano Raymond, entre los que se encontraban Archipenko, Juan Gris o Fernand Léger. Así que la oportunidad de exponer su Desnudo bajando una escalera en el Salón de los Independientes de 1912 le llenó de orgullo ante la posibilidad de compartir espacio con sus referentes.

La imagen muestra a una persona vista de perfil y representada de modo bastante geometrizado (a base de cilindros, troncos de cono, cubos, etc...) en el momento de descender por una escalera. Al igual que el cuadro del joven en el tren, podemos ver la estela que deja la persona al ir descendiendo por la escalera, de modo que parecen en realidad varias. Pulse para ampliar.

Marcel Duchamp – Desnudo bajando una escalera nº 2 (1912)

Lo que no esperaba Duchamp fue el rechazo hacia su obra de los propios cubistas. Podía entender que el público no apreciara su estudio de la dinámica del movimiento pero… ¿los propios pintores? En un momento en que los múltiples movimientos de vanguardia pugnaban por diferenciarse unos de otros para definirse ante el contrario, el cuadro de Duchamp fue calificado de «excesivamente futurista» para ser cubista. Así que le pidieron a Raymond que transmitiese la noticia a su hermano de que debía retirar el cuadro. Duchamp lo retiró sin rechistar pero dolido. A partir de ahí desarrollaría su obra convencido de que no merecía la pena entrar a formar parte de ningún grupo artístico que coartara la libertad creativa.

El rechazo del grupo cubista le llevó a reflexionar sobre cuál debía ser la actitud del artista ante su obra: ¿debía sacrificar sus búsquedas y su visión personal para pertenecer a un grupo que respaldara sus presupuestos? Y ese respaldo ¿a qué se debería? ¿Al convencimiento de que esa visión del arte era la correcta o a una simple cuestión de número? Duchamp decidió que si no debía contar más que consigo mismo, seguiría su carrera solo. Mientras ejercía como bibliotecario en Sainte-Genevieve de París comenzó a realizar diseños mecánicos en los que intentaba demostrar su fascinación por el movimiento continuo.

La imagen muestra una fotografía en la que aparece un taburete alto de cuatro patas sobre el que hay clavada una rueda de bicicleta. En realidad, la rueda, con sus radios, está sostenida por la pieza metálica que la une al cuadro de la bicicleta y esa pieza es la que está clavada en el taburete de modo que, si queremos, podemos hacer girar la rueda. Pulse para ampliar.

Marcel Duchamp – Rueda de bicicleta (1913)

Ese trabajo le permitió ahondar en el estudio de la mecánica, la óptica, las matemáticas y la perspectiva. Estaba convencido de la relación entre el cuerpo humano y la mecánica (antes de que el término biomecánica se conociese como tal) y de que el propio juego del ajedrez (su otra pasión, aparte de la pintura) era un mecanismo en si. Pero también llegó a otra conclusión, una que haría cambiar la historia del arte. Contestó de un modo completamente nuevo a la eterna pregunta de «¿qué es una obra de arte?» y lo hizo a través del object trouvé (es decir, del «objeto hallado»). La respuesta a qué significaba el arte era muy sencilla: todo lo era. Sólo había que saber mirarlo. El objeto más simple, más humilde, estaba lleno de un valor estético en sí. El arte ya no se hacía: el arte estaba ya hecho.  Acababa de nacer el ready made (aunque el propio Duchamp no lo llamaría así hasta 1916).

Es fácil imaginar el estupor de los asistentes a la exposición en la que Duchamp presentó su escurridor de botellas en 1914 firmado con su nombre como si fuera una obra de arte. El ready made acababa de hacer su entrada gloriosa, en medio del escándalo, en la historia. ¿Era aquello una tomadura de pelo? Por muchos valores estéticos y geométricos que alguien quisiera atribuir a aquel objeto ¿podría considerarse jamás una obra de arte? Quizá sólo era la respuesta de Duchamp al rechazo que le produjo no ser aceptado en el grupo cubista por no cumplir determinados presupuestos. Quizá era una reflexión ácida y mordaz sobre el papel que el arte estaba tomando en la sociedad de la época, que empezaba a considerarlo como un elemento más de la idiosincrasia burguesa. Quizá también era una burla hacia quienes aceptaban todo aquello que se decía que era arte sin detenerse a reflexionar por qué lo era. De lo que no hay duda es de que la mente de ajedrecista de Duchamp planeó una jugada que muy pocos pudieron comprender en su momento.

La imagen muestra un objeto consistente en un armazón hecho de seis aros de metal de tamaño decreciente superpuestos y unidos entre si por tiras de metal de modo que forman una especie de armazón troncocónico. De cada uno de los aros sobresalen diez elementos metálicos a modo de ganchos que serían el lugar donde se colocarían las botellas de vidrio de modo que pudiesen escurrir el agua después de haber sido lavadas para poder reutilizarlas. En el aro inferior aparece la firma del pintor con pintura negra y la fecha (1914). Pulse para ampliar

Marcel Duchamp – Escurridor de botellas (1914)

La I Guerra Mundial convirtió París en un lugar desagradable para Duchamp. Sus hermanos y todos sus conocidos habían sido movilizados. Él fue descartado para el servicio militar por motivos de salud. Así que decidió salir de Francia y dirigirse a los Estados Unidos, que aún se mantenía neutral en el conflicto. Lo que no esperaba Duchamp al desembarcar en Nueva York fue el recibimiento caluroso: allí se había convertido en un artista famoso, sobre todo después de que su Desnudo bajando una escalera hubiera sido expuesto. Conoció al matrimonio Arensberg, que se convertirían en sus mecenas y a los que ayudó a formar una valiosa colección de arte contemporáneo. Por primera vez en mucho tiempo, Duchamp se sintió como en casa: Estados Unidos era el país de la industria, de la tecnología y de la mecánica que tanto le atraían. Era, además, la tierra del cine, una de sus debilidades – sobre todo del cine cómico (era un gran admirador del humor un tanto surrealista de Buster Keaton)-. Y era también el lugar donde había encontrado una mirada atenta y curiosa hacia su obra, una admiración sincera y casi ingenua ante su visión del arte por parte de una élite adinerada que estaba desprovista de los rancios corsés de comportamiento de la burguesía europea. En Nueva York abandonó su aislamiento y se entregó a una vida frenética donde él era el centro de atención de fiestas y reuniones. Y consagró su tiempo en realizar una obra que denominó El gran cristal. En ella, Duchamp intentaba resumir todas sus ideas acerca del arte, los materiales y la pintura. Eligiendo el cristal como superficie se aseguraba de que la pintura no se vería alterada por el contacto con el aire. Sobre él fue dibujando parte de sus composiciones mecánicas (como los molinillos) a los que poco a poco añadía elementos de conexión basados en estructuras de poleas.

La imagen muestra un gran bastidor metálico que sostiene un gran vidrio dividido en dos partes por tres lineas de plomo. En la parte superior aparece una forma alargada e irregular que presenta tres huecos en forma de cuadrados. Por su parte izquierda el color - grisáceo- parece desparramarse hacia abajo en forma de líneas y manchas. En la parte inferior vemos una serie de elementos que recuerdan más a la mecánica: el el centro un molinillo para cacao, rodeado por una serie de piezas más o menos geométricas (triángulos, armazones metálicos cuadrangulares, piezas en forma de obelisco, círculos, etc.) Pulse para ampliar.

Marcel Duchamp – El Gran Cristal o La novia desnudada por sus pretendientes (1915-1923)

Estados Unidos supuso también el encuentro de Duchamp con el fotógrafo estadounidense, pero residente en París, Man Ray con quien mantendría una estrecha amistad el resto de su vida. Y en ese país expuso sus grandes obras, esas que llevarían el nombre de ready-made, como la Fuente. La Fuente es, sin duda, su obra más famosa -y polémica- junto con L.H.O.O.Q, un ready made que consistía en una reproducción comercial del cuadro de La Gioconda de Leonardo Da Vinci a la que Duchamp pintó a lápiz un bigote y una perilla.

La imagen muestra la taza de un urinario masculino apoyado sobre la superficie que iría pegada a la pared. En la parte inferior aparece firmado con pintura negra "R. Mutt" (pseudónimo que utilizó Duchamp) y la fecha (1917). Pulse para ampliar.

Marcel Duchamp – Fuente (1917) – Réplica de 1964

Ni que decir tiene que obras como la Fuente o la estampa pintarrajeada de la Gioconda provocaron un auténtico terremoto en el mundo del arte. Nadie había visto cosa tal antes. Nadie se había atrevido a considerar arte algo meramente «escogido» y no «manufacturado». Duchamp intentaba ir un paso más allá en el concepto de obra de arte: ya no se valorara la destreza técnica en la ejecución sino el concepto. Y para ilustrar el concepto puso ante las narices de la gente un urinario público. Eso sí es jugar al ataque.

Todos sus esfuerzos artísticos acabaron por bloquearlo y decidió viajar a Argentina. Durante casi nueve meses vivió en Buenos Aires jugando exclusivamente al ajedrez. El «maníaco del ajedrez» se hacía llamar. Sólo el final de la I Guerra Mundial le convenció para volver a Francia, a ver a su familia. En París contactó con el grupo Dadá y, de algún modo, encontró en ellos esa libertad creativa que el resto de los movimientos de vanguardia le habían negado. Los dadaístas recogieron la idea del ready-made y la tradujeron a la técnica del collage, donde la pintura se convertía en una composición a base de recortes pegados. Para ellos, el arte no era un sistema elaborado, sino algo directo, esencial, ingenuo casi, y que podía hallarse en todo lo que rodeaba al individuo. Pero a pesar de la buena conexión con los dadaístas, Duchamp sintió que Francia ya no era su país y que, incluso, el arte ya no era su objetivo. Así que volvió a Nueva York y abandonó casi la pintura para dedicarse a participar en torneos profesionales de ajedrez. De hecho, no terminó El Gran Cristal, simplemente dejó de trabajar en él. Muy de vez en cuando realizaba alguna obra, como Estuche en maleta (1935-1941), donde realizó reproducciones en miniatura de sus obras más famosas y las dispuso en un maletín abatible similar al de los muestrarios de los viajantes de comercio. Duchamp reproducía sus propias obras y las ofrecía en una nueva vuelta de tuerca, cómoda y transportable.

La imagen muestra un maletín abierto en el que se ven reproducciones en miniatura de las obras tridimensionales de Duchamp, como la Fuente, dispuestas en pequeños compartimentos que se datan al tamaño de cada una de ellas. También hay una reproducción en miniatura de El Gran Vidrio. Desplegadas alrededor hay numerosas reproducciones de cuadros suyos de todas las épocas, también de pequeño tamaño para encajar en el maletín. Pulse para ampliar

Marcel Duchamp – Estuche en maleta (Paris 1936- New York 1941)

Marcel Duchamp fue un artista que cambió el arte quizá sin pretenderlo. Sus obras son producto del trabajo sobre la literatura, el cine, la industria o la ciencia, no necesariamente sobre la propia Historia del Arte. Su continuo preguntarse acerca de la condición de la pintura provocó que ésta adquiriera una nueva dimensión. Nunca llegó a pertenecer a ningún movimiento artístico a pesar de sus grandes afinidades con el Dadá. Su estilo fue el de un hombre aislado, el del artista rechazado porque nunca tuvo reparos en absorber conocimientos de todos los movimientos. Duchamp fue el jugador de ajedrez sentado ante el contrincante, concentrado en leer sus jugadas e ir diez pasos más adelante para poder dar jaque mate a todo aquello que la buena sociedad consideraba discreto, elegante y encantador y que había dado en llamar «arte».

La imagen muestra una fotografía en blanco y negro donde se aprecia el plano medio de Duchamp vestido con una camisa blanca. Tiene casi toda la cara - salvo la nariz y los ojos- embadurnada con espuma de afeitar. También lleva el pelo lleno de espuma de afeitar y lo ha modelado de manera que dos mechones salen de cada uno de los lados de su cabeza. Eso le da aspecto de búho. Pulse para ampliar.

Man Ray – Retrato de Marcel Duchamp (1917)

La bañera de Hitler

Theodore Miller era un ingeniero y empresario de mente y costumbres liberales que residía en Poughkeepsie (Nueva York). Estaba casado con Frances, enfermera y mujer de ideas conservadoras. Ambos tuvieron tres hijos: dos chicos y una chica, que fueron educados según el modelo paterno de pensamiento liberal. Theodore era un gran aficionado a la fotografía y no dudó en hacer partícipes a sus hijos de las técnicas y recursos necesarios para obtener bellas imágenes. Sobre todo se centró en Elisabeth, su única y hermosa hija, a la que no dudó en hacer posar de modelo desde la más tierna infancia.

Elisabeth Miller (1907-1977) tenía una belleza especial, casi angélica. Sus grandes ojos azules transmitían fortaleza y fragilidad a partes iguales y eso la hacía irresistible. Para desesperación y frustración de su madre compartía juegos con sus hermanos, dejando de lado las muñecas. Su comportamiento desinhibido y natural le granjeaba simpatías inmediatas. Elisabeth era una niña absolutamente libre y feliz hasta que, a los ocho años, fue violada por un marino sueco que estaba de paso en la casa de una familia amiga. Por si la violación no hubiera sido lo suficientemente traumática, su principal consecuencia fue el contagio de la gonorrea y las terribles curas a las que fue sometida por su madre durante años. La obsesión de Frances por la enfermedad de su hija fue tal que durante mucho tiempo esterilizaba cualquier objeto que la niña tocase en la casa. Los psiquiatras que atendieron a Elisabeth advirtieron de que la experiencia podía predisponerla en contra del sexo y del género másculino y su padre decidió tomar cartas en el asunto y levantar el ánimo de su hija haciéndola posar de nuevo para sus fotos pero, esta vez, desnuda.

Theodore Miller - Desnudo (modelo: Elisabeth Miller) -1928. La imagen muestra un marco con dos fotografías idénticas. En cada una de ellas aparece una joven de pelo corto y rubio, sentada en una silla con las manos cruzadas detrás de su cuerpo. Está completamente desnuda y la posición de sus brazos realza la caja torácica y sus pechos, pequeños y redondos. La joven mira hacia la izquierda inclinando ligeramente el rostro hacia abajo. Pulse para ampliar.

Theodore Miller – Desnudo (modelo: Elisabeth Miller) -1928

Quizá el método de Theodore Miller para acabar con los fantasmas de su hija no pueda considerarse del todo ortodoxo. Incluso en alguna ocasión se sugirió que la agresión sufrida por Elisabeth había partido de alguien más cercano a la familia que aquel desconocido marinero sueco al que nunca se denunció ni del que nada se supo. Pero la propia Elisabeth nunca aclaró nada sobre ello. Ni siquiera al final de su vida.

Cruzar una calle atestada de tráfico en Nueva York siempre es arriesgado pero en el caso de la joven Miller fue el hecho que le cambió la vida. Mientras esperaba en la acera para cruzar vio asombrada cómo se detenía un gran coche, se abría la portezuela y desde el interior un hombre elegante se dirigía a ella con las palabras mágicas «¿Le interesaría trabajar como modelo?». El hombre era Condé Montrose Nast, fundador de la revista Vogue. El año, 1927. La joven aceptó y, con apenas 20 años, Lee Miller (porque a partir de ahora sería conocida así)  se convirtió en una de las modelos más cotizadas de Estados Unidos.

Portada de la revista Vogue del 15 de marzo de 1927. Ilustración con el rostro de Lee Miller. - La imagen muestra una ilustración a color de un primer plano de una joven rubia con un sombrero azul eléctrico en forma de casquete. Tiene el rostro ovalado y los aojos muy grandes y azules, que trasmiten una mirada pensativa. Alrededor de su cuello se aprecia parte de un cuello de piel blanca que forma parte de un abrigo. Pulse para ampliar.

Portada de la revista Vogue del 15 de marzo de 1927. Ilustración con el rostro de Lee Miller

Durante dos años copó portadas y reportajes de moda en las publicaciones de Condé Nast. Eso le permitió ganar el suficiente dinero como para no depender de la familia e instalarse a vivir en Nueva York. Con apenas 22 años era una de las bellezas más buscadas para la fotografía de moda y la publicidad. Y entonces su imagen se utilizó para el anuncio de las compresas Kotex y todo cambió.

Anuncio de las compresas Kotex (1929) - La imagen muestra una página de publicidad en la que se ve una foto en plano americano de una modelo (Lee Miller) vestida con un elegante traje de noche, de pie y mirando hacia la derecha. Al lado de la foto, una columna de texto canta las excelencias del producto en cuestión. Pulse para ampliar.

Anuncio de las compresas Kotex (1929)

Aunque parezca difícil de creer hoy en día, protagonizar este anuncio supuso el fin de la carrera como modelo de Lee Miller. La menstruación era un tema tabú todavía y la imagen de mujer segura y liberada que pretendía transmitir el producto entraba en contradicción con la mentalidad conservadora del público norteamericano. La imagen de Lee se vio dañada y dejaron de ofrecerle trabajo como modelo. Quizá cualquier otra persona se hubiera hundido pero Miller enseguida supo sacarle partido a la situación. Decidió hacer realidad su sueño de dedicarse a las artes, no importaba cual. Una decisión que había tomado cuando tenía apenas 10 años y su madre la había llevado a ver una representación de la última gira teatral de Sarah Bernhard. Los años como modelo simplemente habían retrasado ese sueño y, además, le habían servido para aprender muchos aspectos sobre la fotografía, iluminación y composición. Y para ganar el dinero necesario para emprender un nuevo camino.

Ese nuevo camino le llevó a París, al estudio del pintor y fotógrafo surrealista Man Ray. Ni corta ni perezosa se ofreció como discípula (aunque el artista no admitía alumnos). Las negativas de Man Ray fueron haciéndose cada vez más y más débiles hasta que Lee se convirtió en su ayudante, su modelo, su musa y su amante.

Man Ray - Retrato de Lee Miller (1930) - La imagen muestra un primer plano largo, cortado un poco más abajo de los hombros, de Lee con el rostro de frente y el cuerpoi ligeramente en tres cuartos. Lleva un jersey negro con cuello de pico y un sombrero negro en forma de casquete le cubre la cabeza. Mira fijamente a la cámara. Pulse para ampliar.

Man Ray – Retrato de Lee Miller (1930)

Lee se convirtió en un icono del París de las vanguardias: su desinhibición (más de una vez recorrió las calles de la ciudad conduciendo un descapotable en top less) y su belleza atraían a los artistas del círculo de Man Ray. Sus pechos pequeños y perfectos incluso sirvieron de molde para una copa de champagne que, inevitablemente, se puso enseguida de moda. Fue retratada por Pablo Picasso y solicitada por Jean Cocteau como actriz para una de sus películas y eso desató los celos de Man Ray que, a pesar de clamar públicamente por el amor libre -en la línea de los artistas de vanguardia-, no estaba muy de acuerdo en que Lee lo llevase a la práctica. Además, la alumna estaba superando al maestro, innovando y probando nuevas técnicas (la solarización, técnica atribuida a Man Ray, es probablemente fruto de los ensayos y errores de Lee) realizando retratos a sus círculos de amistades que enseguida despertaron admiración.

Lee Miller - Retrato de Charles Chaplin (1931) - La imagen muestra un primer plano del actor y director de cine Charles Chaplin tomada en ligero picado (desde arriba). El rostro está casi en sombra, pero aún así se aprecia el pelo cano, los ojos muy claros y de mirada intensa y parte de la ropa: una camisa sin corbata y una chaqueta.Pulse para ampliar.

Lee Miller – Retrato de Charles Chaplin (1931)

La actitud de Man Ray asfixió a Lee, que decidió abandonarlo y regresar a Estados Unidos donde abrió un estudio de fotografía especializado en retratos y publicidad en Nueva York, con su hermano Erik de ayudante. Entre 1932 y 1934 desarrolló su profesión con gran éxito, incluso expuso en una galería de la ciudad. Y, entonces, decidió otra vez que aquel camino no era el suyo.

Lee había alcanzado la independencia económica y el reconocimiento profesional por segunda vez (la primera había sido como modelo) pero no dudó en cerrar el estudio cuando decidió casarse con el millonario egipcio Aziz Eloui Bey y trasladarse a vivir a El Cairo. Con 27 años se lanzó a descubrir los paisajes norteafricanos y, aunque su producción fotográfica de estos años no es muy abundante, realizó algunas de sus mejores obras.

Lee Miller - Retrato del espacio (1937) - La imagen está tomada desde el interior de una tienda de campaña desde la que se ve una mosquitera rota en su centro, un espejo con marco de madera colgado del techo y afuera, la inmensa extensión del desierto. Pulse para ampliar.

Lee Miller – Retrato del espacio (1937)

Durante tres años Lee recorrió el país, asistió a fiestas y llevó una vida lujosa. Pero eso también acabó por hastiarle. Aunque su marido tenía una mentalidad occidental y ella era libre de moverse y hacer lo que quisiera, a su alrededor el mundo giraba a otro ritmo, mucho más tradicional y ancestral. Así que decidió separarse (amistosamente, eso sí) de Aziz y regresar a París. Allí conoció a un pintor surrealista inglés llamado Roland Penrose. Se hicieron amantes y, poco después, Lee se trasladó con él a Inglaterra.

Roland Penrose - Fotografía de Lee Miller en Lamb Creek, Cornualles (1937) - La imagen muestra un plano contrapicado (tomado desde abajo) de Lee en lo alto de una escalera de madera en el lateral de una casa. Va desnuda de cintura para arriba y lleva una larga falda formada por una tela de flores que cae en pliegues alrededor de sus piernas. Pulse para ampliar.

Roland Penrose – Fotografía de Lee Miller en Lamb Creek, Cornualles (1937)

El comienzo de la II Guerra Mundial cogió a Lee viviendo en Londres. Durante dos años sufrió en carnes propias el blitz alemán sobre la ciudad. El conflicto despertó en ella el interés por informar acerca de lo que estaba sucediendo en Europa e intentó conseguir la acreditación como corresponsal de guerra para algún medio británico, pero ninguno se la concedió. Tuvo que esperar a 1942, cuando Estados Unidos entró en la contienda, para que Vogue la nombrara corresponsal en Europa. Enseguida formó equipo con un joven periodista, enviado por la revista LIFE, David E. Sherman y juntos recorrieron la Europa devastada a medida que las tropas aliadas se adentraban en el territorio tras el desembarco de Normandía.

David E. Sherman: "Lee Miller con soldados americanos. Alemania, 1944" - La imagen muestra parte de una estructura en ruinas. Sobre los escombros, en primer término, aparece sentada Miller vestida con traje de campaña y casco. Detrás de ella, en pie, tres soldados norteamericanos armados vigilan mirando en la misma direcciín que ella. Pulse para ampliar.

David E. Sherman: «Lee Miller con soldados americanos. Alemania, 1944»

Las mujeres no podían acceder a la primera línea de fuego, y las corresponsales de prensa no eran una excepción. Sin embargo, un error en la demarcación de las zonas pacificadas permitió a Lee adentrarse con las tropas americanas en Francia apenas un mes después del Dia D. Y eso le permitió ser testigo del asedio de Saint-Malo y del primer uso del napalm como arma de guerra.

Lee Miller - "Quemaduras graves. Normandía" (1944) - La imagen muestra un plano general picado de un soldado sobre una cama con el rostro, el pecho, un brazo y ambas manos vendadas, que mira a la cámara. Los huecos del vendaje para sus ojos, nariz y boca le dan un aspecto casi tierno, como si estuviera sonriendo. Pulse para ampliar.

Lee Miller – «Quemaduras graves. Normandía» (1944)

Aquí comenzó la carrera de horrores que pudo presenciar Lee a lo largo de casi dos años de peregrinaje por la Europa devastada: por ejemplo, las terribles heridas de los soldados, como el de la imagen anterior, que bromeó con su aspecto mientras ella le fotografiaba y que murió pocos días después. Pero también los niños muertos por bombardeos; los oficiales nazis y sus familias suicidados; los supervivientes de los campos de concentración; las ejecuciones sumarias; el hambre, las heridas, el invierno inclemente y la constatación de que el pueblo alemán había mirado hacia otro lado mientras la población judía era masacrada. Lee captó todo ello con su cámara, pero también lo cargó en su corazón.

Lee Miller - "Hija de un oficial alemán suicidada con cianuro. Leipzig, 1945". La imagen muestra a una muchacha rubia muy joven, que lleva un abrigo de oficial alemán que le queda grande. Está tirada sobre un sillón, muerta, con la boca entreabierta y los brazos aferrados al abrigo como si tuviera frio. Pulse para ampliar.

Lee Miller – «Hija de un oficial alemán suicidada con cianuro. Leipzig, 1945».

Quizá lo que más le afectó fue estar presente para documentar la liberación de los campos de concentración de Buchenwald y Dachau. En esta página se puede acceder al archivo de la mayor parte de las imágenes que realizó en esos lugares, algunas de extrema dureza, pero en su mayoría impregnadas de una poesía que las hace mínimamente soportables.

Lee Miller - "Guardián de Dachau muerto en el agua" (1945) - La imagen muestra un plano picado (desde arriba) de un guardián del campo de concentración de Dachau semisumergido en una especie de acequia. Va vestido aún con el uniforme y parte de su cuerpo se sumerge en el agua. En el borde de la acequia asoman unas cuantas hierbas que enmarcan la figura por la izquierda. Pulse para ampliar.

Lee Miller – «Guardián de Dachau muerto en el agua» (1945)

Lee no comprendía cómo la población alemana había permitido que ocurriera aquella barbarie. Le resultaba imposible aceptar que los trenes llenos a rebosar de prisioneros y moribundos atravesaran poblaciones sin que nadie pareciera percatarse de su destino. Quizá por ello no tuvo piedad al retratar el pánico de los torturadores al ser derrotados.

Lee Miller - "Guardianes de Buchenwald vestidos de paisano para huir piden clemencia tras ser apaleados" (1945) - La imagen muestra a dos hombres muy jóvenes, uno moreno y otro rubio, de rodillas en un pasillo vestidos con ropa de paisano. Tienen los rostros deformados por los golpes y miran más allá de la cámara con los ojos extraviados y las bocas abiertas. Pulse para ampliar.

Lee Miller – «Guardianes de Buchenwald vestidos de paisano para huir piden clemencia tras ser apaleados» (1945)

Estando en Munich le asignaron como residencia los apartamentos que habían pertenecido a Adolf Hitler. Y lo primero que hizo fue meterse en la bañera que había pertenecido al causante de todo aquel infierno para dejar allí «el polvo y la muerte de Dachau y Buchenwald».

David E. Sherman: "Lee Miller en la bañera de Hitler" (1945) - La imagen muestra un cuarto de baño limpio y grande. En primer término se aprecia a la derecha una consola son cajones sobre la que hay una escultura de una mujer desnuda agachada. A continuación hay un taburete sobre el que descansa un uniforme y, a su lado, una botas. A la izquierda aparece parte de un lavabo. Y al fondo, ocupando todo el ancho de baño, una gran bañera, con el frente alicatado, en la que se ve a Miller tomando un baño y pasándose una esponja por el hombro mientras mira a la cámara. Sobre la repisa del fondo aparecen varios soportes para poner jabón y una foto enmarcada de Adolf Hitler. Pulse para ampliar.

David E. Sherman: «Lee Miller en la bañera de Hitler» (1945)

Lee continuó recorriendo parte de Europa tras el fin de la guerra, asistiendo a acontecimientos históricos y reflejándolos con su cámara, como el fusilamiento del primer ministro de Hungría, simpatizante de los nazis.

Lee Miller - "Fusilamiento del primer ministro hungaro Laszlo Bardossy" (1946) - La imagen está tomada desde una posición elevada: se ve una calle desde arriba. Al fondo y delante de un murete hecho con sacos terreros blancos se destaca la figura de un hombre con pantalones negros y chaqueta de color más claro. A la izquierda, un sacerdote y, detrás de e´l, una multitud que se agolpa para ver la ejecución. Frente al condenado, un pelotón de fusilamiento formado por cuatro soldados con largos abrigos que apuntan con sus fusiles al ministro. Pulse para ampliar.

Lee Miller – «Fusilamiento del primer ministro hungaro Laszlo Bardossy» (1946)

Las imágenes que Lee Miller hizo sobre la liberación de Dachau eran tan estremecedoras que la edición británica de Vogue se negó a publicarlas, aunque sí se publicaron en Estados Unidos. Temerosa de que calificaran sus fotografías de propaganda antialemana, Lee adjuntó un mensaje a su reportaje: «Les ruego que crean que esto es verdad».

La vuelta a casa tras el trabajo de guerra no fue fácil. Empezó a mostrar síntomas de estrés post-traumático, lo que le llevó a sufrir depresiones cada vez más frecuentes y a alcoholizarse. Además, Vogue ya no le pedía reportajes arriesgados sino meras crónicas de sociedad. En 1947, cuando había cumplido ya 40 años, descubrió que estaba embarazada. Decidió divorciarse de su marido egipcio (sólo estaban separados) y casarse con Roland Penrose. Se establecieron en una casa en East Sussex donde recibían a otros artistas como el escultor Henry Moore o el pintor Jean Dubuffet. Su marido, que en realidad era un artista menor dentro del Surrealismo, se aplicó a escribir biografías sobre Pablo Picasso o Antoni Tàpies que fueron ilustradas con las fotografías de Lee. Poco a poco dejó de fotografiar pero sustituyó el cuarto oscuro por los fogones. Incapaz de estar inactiva, comenzó a investigar sobre cocina: preparaba platos exquisitos para sus invitados e, incluso, llegó a entrevistarse con los chefs más afamados de Europa para compartir secretos culinarios.

Lee Miller nunca se preocupó de promocionarse: ni cuando era modelo; ni cuando entró en el circulo del arte de vanguardia parisino; ni cuando fue fotógrafa de guerra; ni cuando se convirtió en una experta cocinera. Tras su muerte, en 1977, su hijo Antony descubrió miles de fotografías, negativos y hojas de contactos que contaban la historia del siglo XX. Fue él el impulsor de la publicación de sus archivos y escribió una biografía, incompleta pero de las pocas existentes sobre Lee, que tituló Las vidas de Lee Miller.

La existencia de Lee Miller es fascinante, pero no envidiable. Nadie puede envidiar una infancia violada o ser testigo de los horrores del nazismo en primera persona. Su vida fue una búsqueda continua de respuestas a través de la belleza, el arte, la fotografía o la cocina. Respuestas que le hicieran comprender el por qué de determinados comportamientos del ser humano. Claves que intentó reflejar en sus obras, directas, expuestas, inmisericordes pero que mantienen un lejano eco de inocencia infantil.

Quizá a la única conclusión a la que llegó es que, por muy lujosa que sea una bañera, no hay agua suficiente en el mundo que lave el horror al que puede llegar el hombre.

Lee Miller: "Autorretrato. Nueva York." (1932) - la imagen muestra a lee sentada en un sillón blanco. Se la ve en plano medio (de cintura para arriba) sobre un fondo negro. Lleva un vestido negro adornado con bordados también  negros, que sólo se aprecian en los hombros y el cuello. El rostro, de perfil mirando hacia la izquierda, está muy iluminado y la luz se refleja también en sus cabellos rubios recogidos en la nuca. Mira hacia abajo y tiene cierto aire de tristeza. Pulse para ampliar.

Lee Miller: «Autorretrato. Nueva York.» (1932)

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