El Ojo En El Cielo

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Porque el fuego no muere

Cuando Julio César era cónsul de Roma fundó una ciudad junto al río Natisone, en la actual frontera entre Italia y Eslovenia, a la que llamó Forum Iulii. Aquella pequeña ciudad dio nombre a una región de Italia, el Friùli, un territorio que sufriría, a lo largo de los siglos, las consecuencias (por lo general en forma de guerra) de ser una frontera. Esas guerras continuas propiciaron la emigración de gran parte de su población hacia otras ciudades más prósperas como Milán o Turín. Pero en el siglo XIX la mayor parte de los habitantes del Friùli emigraban a Canadá, Estados Unidos o Sudamérica buscando un futuro mejor.

Eso es lo que hizo Giuseppe Modotti cuando dejó Italia rumbo a Estados Unidos, más concretamente a San Francisco, donde había instalada ya una gran comunidad italiana. Modotti dejó a su familia (su mujer y cinco hijos) en Udine, la principal ciudad de Friùli. La familia pasó muchas dificultades mientras el padre estaba ausente. Una de las hijas, Assunta Adelaide Luigia, había tenido que dejar la escuela con 12 años para ponerse a trabajar en una fábrica textil y así ayudar a la familia. Cuando cumplió 16 años, Tina (que era como llamaban a la muchacha) decidió que no quería seguir viviendo aquella vida miserable y  en 1913 salió rumbo a San Francisco para unirse a su padre en la emigración.

Tina Modotti enseguida encontró su lugar entre la comunidad de emigrantes italianos en California. Su belleza llamó enseguida la atención de artistas y fotógrafos y pronto comenzó a participar en producciones teatrales y a posar como modelo. En ese ambiente conoció al pintor y poeta Roubaix de l´Abrie Richéy y en 1918 se casaron. Poco después se trasladaron a Los Angeles para que Tina probara suerte en la naciente industria cinematográfica.

La imagen muestra una estancia muy amplia, como un gran salón. En prime plano aparecen a la izquierda una jovencísima Tina Modotti, apoyada de rodillas sobre una gran sombrerera circular y sosteniendo en sus manos un trozo de tela oscura que parece estar manipulando. A la derecha, y sentado en una silla, Roubaix está pintando una tela clara montada en un bastidor. Ambos parecen muy concentrados en su trabajo. Pulse para ampliar.

Tina Modotti y su marido Roubaix de l¨Abrie Richéy en su casa de Los Angeles haciendo batik en 1919. Fotografía de autor desconocido.

Los Angeles supuso el punto de inflexión en la vida de Modotti. Actuó en tres películas y en una de ellas fue protagonista absoluta. Se tituló Tiger´s Coat y fue dirigida en 1920 por Roy Clements:

Pero lo que transformó la vida de Tina Modotti no fue convertirse en una actriz de cine sino conocer al fotógrafo Edward Weston en 1921. Modotti se convirtió en su modelo preferida y, al poco tiempo, en su amante. Pero también en su discípula. Tina comenzó a aprender todo lo que Weston sabía de fotografía y pronto igualó a su maestro. El propio Weston declaró una vez que había fotos de Modotti que le hubiera gustado haberlas hecho él.

La imagen muestra un primer plano de Weston (cortado un poco más abajo de los hombros) junto a su cámara fotográfica. es un hombre ,asuro, con pelo escaso y un bigote pequeño. Mira muy serio hacia un punto a su derecha. Pulse para ampliar.

Tina Modotti – Retrato de Edward Weston, 1924. (Museum of Modern Art. Nueva York)

Weston era uno de los representantes de la nueva objetividad fotográfica. Esa corriente huía de las referencias pictóricas en la fotografía e intentaba buscar composiciones basadas en la geometría y en los contrastes de luz, utilizando en muchas ocasiones los planos muy cercanos de los objetos de modo que su forma y su textura adquirían protagonismo.

La imagen muestra una fotografía en contrapicado (tomada desde abajo) en la que se ve la parte superior de un tendido de hilos de telégrafo. Esos hilos se entrecruzan en la parte superior del poste dando la sensación de ser una trama geométrica, como la de un bastidor de tela. Pulse para ampliar.

Tina Modotti – Poste (1923). En esta fotografía se aprecia claramente la influencia de Weston en la obra de Modotti. La trama formada por los hilos del telégrafo crea una composición casi abstracta.

Mientras Tina seguía desarrollando su pasión por la fotografía (y por Weston) su todavía marido se trasladó a México en busca de nuevos aires. Algunas fuentes mencionan que se marchó de Los Angeles por el despecho que sintió ante la aventura de su mujer con Weston; otras hacen hincapié en el ambiente cada vez más opresivo en Estados Unidos sobre todo en relación a aquellas ideologías consideradas de izquierdas. Fuese cual fuese la razón de su viaje, Roubaix llegó a un México inmerso en una efervescencia creativa de vanguardia. El ambiente tolerante y creativo del país fascinó a Roubaix y así se lo contó a su mujer en varias cartas. No muchas: el poeta murió de viruela al poco tiempo de llegar allí. Tina se trasladó a México junto con su suegra y mientras tramitaba la repatriación del cadáver de su marido descubrió un mundo nuevo de color, calor y creatividad que la atrajo irremediablemente. Regresó a Los Angeles, convenció a Weston de que debían trasladarse al país vecino y en 1922 los dos fotógrafos se instalaron en Ciudad de México. Entraron en contacto con artistas y escritores como Diego Rivera, Frida Kahlo, Pablo Neruda, José Clemente Orozco o Rufino Tamayo. Y pronto  publicaciones como Mexican Folkaways, Forma o la más política El Machete, reclamaron trabajos de Tina Modotti. Ella había entrado en contacto con los movimientos políticos de izquierda y se afilió al Partido Comunista Mexicano. Sus fotografías empezaron a reflejar la situación de las clases más desfavorecidas pero siempre otorgando a los protagonistas de sus imágenes una dignidad majestuosa, acrecentada por el punto de vista y por los planos detalle.

La imagen muestra un plano detalle de las manos de un titiritero que sostienen los palos con los hilos que mueven la marioneta. Los brazos del hombre caen hacia abajo, como exhaustos, mientras que la marioneta los tiene elevados hacia arriba, como en movimiento. Pulse para ampliar.

Tina Modotti – Las manos de un titiritero (1929). En esta fotografía Modotti juega con las sombres de las manos, cuerdas y marioneta sobre la pares para crear el ritmo visual.


La imagen muestra una fotografía de dos manos muy morenas y arribadas que frotan ropa blanca sobre una piedra a orillas de un río. Pulse para ampliar.

Tina Modotti – Manos lavando (1928). Las manos eran para Modotti el símbolo del trabajo obrero y abundan en sus fotografías los planos cortos de manos ejerciendo algún oficio.

Para Modotti la fotografía no era sólo una cuestión técnica o de estética. Intentaba hacer de la fotografía una herramienta para mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, un modo de concienciar de la situación del pueblo al público en general.

La imagen muestra, en el medio del encuadre, a un obrero de espaldas transportando una pesada viga de madera al hombro. La perspectiva hace que la viga atraviese en diagonal el encuadre mientras que el hombre traza una vertical en el medio. Pulse para ampliar.

Tina Modotti- Hombre con madero (1928). Los planos contrapicados y losprotagonistas de las fotografías ocupando todo el encuadre acercan la fotografía de Modotti al concepto visual de la figura humana existente en pintores como Miguel Angel o como el realista François Millet.


La imagen muestra a un grupo de obreros vestidos de blanco y tocados con un sombrero mexicano de ala ancha, fotografiados desde arriba, que están rodeando a otro que sostiene en sus manos un número del periódico "El Machete". Pulse para ampliar.

Tina Modotti – Trabajadores leyendo «El Machete» (c.1927). «El Machete era una publicación vinculada al Partido Comunista Mexicano para la que Modotti realizó varios trabajos. En esta fotografía, el patrón geométrico formado por los sombreros de ala ancha de los trabajadores forma una aureola alrededor del periódico.

A pesar de su vinculación con la política, Modotti siguió haciendo fotografías de bodegones o de arquitectura, en donde sabía sacar todo el partido a la luz y a las sombras proyectadas.

La imagen muestra un plano general de las gradas de cemento del estadio. Todo el encuadre está lleno con las gradas. El sol cae a plomo y hace que el contraste entre la claridad del cemento y la oscuridad de la sombra proyectada de las gradas cree un ritmo visual. Pulse para ampliar.

Tina Modotti – Gradas del Estadio Nacional José Villagrán en México DF (c. 1927).

En 1927 Edward Weston regresó a California pero Tina Modotti siguió en México, cada vez más integrada en los círculos izquierdistas. El ascenso de los fascismos en Europa y las tensiones entre los extremos políticos se contagió también al continente americano.

La imagen muestra una fotografía en la que se ven dos calas, una al lado de la otra sobre un fondo blanco. la luz dibuja suavemente el contorno de las flores su telón de fondo. Pulse para ampliar.

Tina Modotti – Calas (1925)

El Partido Comunista Mexicano estaba bien vigilado por el gobierno del país. Modotti, que había encontrado un nuevo amante en Julio Antonio Mella, un dirigente comunista cubano, vio como éste era asesinado a tiros a la salida de un mitin en Ciudad de México. Aunque todo apuntaba a una maniobra orquestada por el gobierno cubano, las sospechas recayeron sobre Modotti e insinuaron un crimen pasional. Cuando poco después se descubrió un complot para asesinar al presidente Pascual Ortiz Rubio, Modotti fue considerada de nuevo sospechosa (algo alentado por las autoridades fascistas italianas, que pretendían su extradición) y expulsada de México. Era 1930 y Tina Modotti no sabía bien adónde ir. Pensó en regresar a Italia y unirse a los movimientos antifascistas, pero un compañero comunista italiano, Vittorio Vidali, la convenció para ir a Moscú. Allí el trabajo de Modotti fue principalmente político. Se dice que incluso fue una agente de Moscú en la Europa de entreguerras. El estallido de la Guerra Civil en España la llevó allí con Vidali. Y volvió a hacer fotografías. Junto a Gerda Taro, Robert Capa y Kati Horna, Modotti documentó el conflicto español en toda su dureza.

Tras el fin de la Guerra Civil, Modotti se negó a volver a Moscú. Añoraba México, el país donde se había convertido en fotógrafa y que tanto le había inspirado. Regresó, pero tuvo que hacerlo de incógnito, ayudada por amigos fieles como Neruda, Rivera o Kahlo.

La imagen muestra a la pintora mexicana Frida Kahlo en un plano medio (cortada a la altura de la cintura) sosteniendo la paleta de pintar y un pincel. Detrás de ella, un cuadro de gran tamaño en el que aparecen dos mujeres como ella dándose la mano. la pintora mira a la cámara con la cabeza ladeada y gesto un tanto desafiante. Pulse para ampliar.

Tina Modotti – Frida Kahlo pintando «Las dos Fridas» (1939).

Tina Modotti murió en 1942, en el asiento trasero de un taxi en Ciudad de México, víctima de un fallo cardíaco. Su extraña muerte fue utilizada una vez más para atacarla y tacharla de espía comunista. Diego Rivera no dudó en proclamar sus convencimiento de que había sido asesinada por orden del gobierno soviético por su conocimiento sobre las actividades de Vittorio Vidali durante la Guerra Civil española. Pablo Neruda salió al paso de las críticas escribiendo un poema en su defensa. Varios versos de ese poema están grabados en la lápida de la tumba de Modotti en el Panteón de Dolores de Ciudad de México. Cuestionada siempre por su modo de vida y por su ideología, Tina Modotti dotó a la fotografía social y política de toda la carga estética y técnica que los fotógrafos de la Nueva Objetividad otorgaban a otros temas como el paisaje, la arquitectura o los bodegones. Estaba firmemente convencida de que la fotografía era un arma indispensable para que la población fuera consciente de la situación de los más desfavorecidos. Sabía que una vez prendida la llama de la conciencia, ese fuego nunca moriría.

Tina Modotti ha muerto  

Tina Modotti, hermana, no duermes, no, no duermes:
tal vez tu corazón oye crecer la rosa
de ayer, la última rosa de ayer, la nueva rosa.
Descansa dulcemente, hermana.  

La nueva rosa es tuya, la nueva tierra es tuya:
te has puesto un nuevo traje de semilla profunda
y tu suave silencio se llena de raíces.
No dormirás en vano, hermana.  

Puro es tu dulce nombre, pura es tu frágil vida,
de abeja, sombra, fuego, nieve, silencio, espuma,
de acero, línea, polen, se construyó tu férrea,
tu delgada estructura. 

El chacal de la alhaja de tu cuerpo dormido
aún asoma la pluma y el alma ensangrentadas
como si tú pudieras, hermana, levantarte,
sonriendo sobre el lodo.  

A mi patria te llevo para que no te toquen,
a mi patria de nieve para que tu pureza
no llegue al asesino, ni al chacal, ni al vendido:
allí estarás tranquila. 

¿Oyes un paso, un paso lleno de pasos, algo
grande desde la estepa, desde el Don, desde el frío?
¿Oyes un paso de soldado firme en la nieve?
Hermana, son tus pasos. 

Ya pasarán un día por tu pequeña tumba,
antes de que las rosas de ayer se desbaraten;
ya pasarán a ver los de un día, mañana,
donde está ardiendo tu silencio.  

Un mundo marcha al mundo donde tú ibas, hermana.
Avanzan cada día los cantos de tu boca
en la boca del pueblo glorioso que tú amabas.
Tu corazón valiente.  

En las viejas cocinas de tu patria, en las rutas
polvorientas, algo se dice y pasa,
algo vuelve a la llama de tu adorado pueblo,
algo despierta y canta.  

Son los tuyos, hermana: los que hoy dicen tu nombre,
los que de todas parte del agua, de la tierra,
con tu nombre otros nombres callamos y decimos.
Porque el fuego no muere.  

Pablo Neruda (1942)

La imagen muestra un retrato en primer plano de una mujer muy joven. Está de perfil, pero gira el rostro hacia la cámara. Tiene la mirada un tanto triste y el sombrero que lleva le proyecta una pequeña sombra sobre los ojos que la hace parecer melancólica. Pulse para ampliar.

Tina Modotti (c. 1920)

El aire lleno de ti

El futuro llega a menudo de modo inesperado. A veces lo hace a bordo de medios de transportes que poco a poco se hacen familiares y nos acercan lugares que antes parecían inaccesibles; otras veces nos golpea con adelantos científicos que suponen o bien la cura de una enfermedad mortal o bien la capacidad de acabar con la vida de poblaciones enteras de un solo disparo mortífero; en alguna ocasión se supo del futuro porque algunos genios locos habían escrito relatos sobre cómo sería. Pero la mayor parte de las veces somos conscientes de que hemos dejado el pasado atrás cuando las imágenes del presente nos transportan a un mundo desconocido.

El siglo XX convirtió las imágenes del presente en futuro perpetuo. Las innovaciones tecnológicas y la revolución en la industria y el comercio que habían comenzado en el siglo XIX transformaron las sociedades y la economía de la siguiente centuria a velocidad de vértigo. La publicidad, apoyada en las imágenes dibujadas de los carteles o en los experimentos de la fotografía, abría los ojos de las masas asombradas y les hablaba, como un jeroglífico moderno, de las maravillas que estaban por venir.

España a principios del siglo XX era un país lleno de paradojas donde la modernidad burguesa se hacía hueco a codazos entre el medievo en alpargatas. Los restos del feudalismo se convertían con fervor al capitalismo en busca de nuevos siervos de la gleba y las ciudades crecían a trompicones, engordadas por campesinos desarraigados que fundaban a su pesar las clases bajas urbanas en los suburbios. Todo ello vigilado con ojo de halcón por la Iglesia Católica, que seguía disfrutando del control moral sobre el poder terrenal. Y sobre este panorama, planeaba la sombra negra del fin del Imperio español: con la pérdida de Cuba, Filipinas y Guam la idea de esplendor a la que aferrarse se convirtió en vergüenza. Y quizá sirvió para aceptar que el único camino posible era seguir adelante.

En esta España de contrastes exacerbados surgió una figura en el diseño que puso imagen a la modernidad con sus trabajos que maravillaban, asombraban y escandalizaban a partes iguales a todos aquellos que paseaban por las calles de las ciudades. Ese renovador de la ilustración publicitaria española se llamaba Rafael de Penagos (1889-1954) y con él el futuro llegó a las calles de Madrid y a los estantes de las librerías de los hogares modestos.

Que el pequeño Rafael era un genio del dibujo lo demuestra el hecho de que, con sólo once años, se matriculara en la Escuela Superior de Artes e Industrias (donde ganó el Premio de Honor) y que que en 1904, con apenas 15 años, fuera admitido en la Real Academia De Bellas Artes de San Fernando. La posición acomodada de su familia (su padre era notario) le permitió dedicarse a aquello que le apasionaba: dibujar. Fue cuando estaba estudiando en la Academia de Bellas Artes cuando le echó el ojo un avispado diputado en Cortes, escritor y editor valenciano afincado en Madrid que le propuso realizar ilustraciones para un nuevo proyecto editorial que pretendía hacer llegar a las clases populares los grandes títulos de la novela europea contemporánea. El proyecto editorial se llamaba La novela ilustrada y su impulsor, Vicente Blasco Ibáñez.

Rafael de Penagos Romacero del Cid La novela Ilustrada 1910

Rafael de Penagos – Cubierta para Romancero del Cid. La Novela Ilustrada (1910)

El contacto con Blasco Ibáñez permitió a Penagos conocer a los más importantes intelectuales españoles de la época. Junto con dos compañeros de estudios, el futuro pintor José Gutierrez-Solana y el escultor Victorio Macho, asistió con asiduidad a las tertulias del Café Levante, dirigidas por Ramón del Valle-Inclán. Allí pudo conocer a otros artistas como Ignacio Zuloaga o Julio Romero de Torres pero, sobre todo, le sirvió para continuar trabajando en la ilustración editorial porque Valle-Inclán le encargó el diseño de las portadas de sus Sonatas.

 

Rafael de Penagos Portada Sonata primavera Opera Omnia 1913

Rafael de Penagos – Cubierta para Sonata de Primavera de Ramón del Valle-Inclán (1913)

El diseño editorial, en el que le había introducido Blasco Ibáñez, y la publicidad acabaron siendo los principales campos de trabajo de Penagos. Acuarelas, carboncillo, tinta o grabados se convirtieron en sus herramientas habituales aunque su maestría con otras técnicas estaba más que demostrada, sobre todo con el óleo.

Rafael de penagos Paisaje 1906

Rafael de Penagos – Paisaje. Óleo sobre lienzo (1906)

Las ilustraciones de Penagos se hicieron populares en colecciones literarias destinadas al gran público, como las que realizó para los cuentos publicados por la Editorial Saturnino Calleja.

Rafael de penagos Portada de la perla del rio rojo para la editorial saturnino calleja 1919

Rafael de Penagos – Portada para La perla del Río Rojo de Emilio Salgari. Editorial Saturnino Calleja (1919)

Sus carteles ganaron, en varias ocasiones, los concursos que celebraba el Círculo de Bellas Artes de Madrid para anunciar sus bailes.

Rafael de Penagos Cartel para baile Circulo 1909

Rafael de Penagos – Cartel anunciando el baile de máscaras del Círculo de Bellas Artes de Madrid (1909)

Poco a poco, las calles de Madrid se fueron llenando con las imágenes de Penagos. Unas imágenes que traían aires exóticos y modernos al país de la charanga y la pandereta. En 1913 el artista se trasladó a París y a Londres gracias a una beca y allí respiró un futuro que no dudó en introducir en sus diseños. Un futuro en el que la mujer aparecía como reclamo -algo usual en la publicidad de la época- pero que se distanciaba a años luz del modelo femenino castizo, sumiso, recatado y atado a la casa y a la familia sin posibilidad de liberación que imperaba la España de principios de siglo. Las mujeres de Penagos miraban de frente, eran estilizadas, vestían con atrevimiento y elegancia, tomaban decisiones, eran atractivas, se sentían orgullosas de gustar y -lo que era más importante- de gustarse a ellas mismas. Fumaban, se bañaban en la playa, sonreían y pisaban con garbo, pero también con fuerza, las calles de las ciudades. Sus ilustraciones para diversos periódicos y publicaciones pero, sobre todo, sus portadas para el diario ABC o las revistas Blanco y NegroNuevo Mundo hicieron entrar a España en el siglo XX.

Rafael de Penagos Portada Nuevo Mundo 1920

Rafael de Penagos – Portada para la revista Nuevo Mundo (1920)

l de Penagos Cubierta para la revista Blanco y Negro

Rafael de Penagos – Portada para la revista Blanco y Negro (años 20)

Rafael de penagos Ilustración. Gouache sobre papel (1923)

Rafael de Penagos – Ilustración editorial (1923)

El talento de Penagos se vió reconocido con la Medalla de Oro en la Exposición Internacional de las Artes Decorativas de París de 1925, la misma que dio nombre al nuevo estilo artístico del periodo de entreguerras, el Art Decó. El galardón refrendaba la modernidad de Penagos y su buen hacer, que continuó realizando ilustraciones publicitarias y editoriales en España y en Latinoamérica.

Rafael de Penagos cartel turismo santander 1930

Rafael de Penagos – Cartel de turismo para Santander (1930)

Penagos compaginó su trabajo como ilustrador con la enseñanza. Fue nombrado catedrático de dibujo e impartió clases en Valencia, la ciudad natal de su «descubridor» Blasco Ibáñez. Estando allí estalló la guerra civil. El conflicto no impidió que siguiera trabajando aunque la España moderna que había asomado durante la República y que él había animado con sus ilustraciones se había volatilizado. Sus viajes a Latinoamérica se hicieron más frecuentes y en 1948 se trasladó a Chile y después a Argentina, donde residió hasta 1953, cuando volvió a España.

Rafael de Penagos fue un dibujante de inmenso talento, cuyo trazo podía ser sintético y geométrico o curvilíneo y detallado como lo demuestran los retratos a carboncillo que realizó sobre todo a su familia.

Rafael de Penagos Retrato de su hijo Rafael Carboncillo 1946

Rafael de Penagos – Retrato a carboncillo de su hijo Rafael en traje militar (1946). El hijo de Penagos fue un reputado poeta y un conocido actor de doblaje cinematográfico.

El aire nuevo que Penagos insufló al diseño español recorrió como una brisa todo el primer tercio del siglo XX. Una brisa que llenó las calles de color, de sonrisas, de miradas de reojo, de cejas enarcadas y de más de algún gesto de reprobación. Pero que no dejó ni un solo hueco para la oscuridad de un pasado rancio. Quizá el mejor ejemplo de lo que supuso su obra en el imaginario popular son las palabras -poéticas, como no podía ser de otro modo- con las que el poeta Rafael Alberti describió su llegada a Madrid:

«Llegué a Madrid. Yo venía del mar de Cádiz. Y ví, ¿qué vi, qué es lo que veía? Un Madrid lleno de ti. Vestidas o no, risueños finos, gráciles halagos, nuevas mujeres, ensueños de Rafael Penagos. ¿Qué vi, qué es lo que no vi?

El aire lleno de ti.»

Rafael de Penagos Autorretrato 1952

Rafael de Penagos – Autorretrato (1952)

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