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Etiqueta: Salvador Dalí

La Estrella del Norte

Érase una vez un comerciante francés que residía en la ciudad de Kharkhov (Ucrania) con su familia a finales del siglo XIX. Érase que en esa familia nació Adolphe Jean-Marie Mouron en 1901. Y érase que Adolphe se convirtió en uno de los diseñadores gráficos más importantes de la Historia gracias a su talento y a la I Guerra Mundial.

Adolphe siempre mostró inclinación por el arte, además de presentar un carácter extremadamente sensible y tendente a la melancolía. Cuando estalló la I Guerra Mundial, la familia decidió regresar a Francia y allí Adolphe comenzó a estudiar en la Academia de Bellas Artes. Tuvo la suerte de disfrutar del París donde se fraguaban las vanguardias artísticas más revolucionarias y de conocer de primera mano el cubismo de Picasso y Braque o el surrealismo de Max Ernst y Salvador Dalí, dos de los movimientos artísticos que más le influirían como pintor y diseñador. En esa época el cartel se estaba convirtiendo en el medio publicitario visual por excelencia ya que su presencia en las calles hacía que su mensaje llegara a todo el mundo. Y el cartel fue la introducción de Adolphe en el mundo del diseño: en 1923 realizó su primer trabajo de este tipo para una tienda de muebles en donde ya utilizó el poderoso lenguaje visual, muy influido por las vanguardias, que le caracterizaría posteriormente:

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Cartel Au Boucheron (1923)

A partir de este momento y con sólo 22 años, Adolphe entra de lleno en el mundo del diseño. Fundó su propio estudio de diseño (Alliance Graphique) cuya sede estaba en el distrito artístico de París, en el barrio de Montparnasse, y comenzó a firmar sus obras con el pseudónimo que le hizo famoso: Cassandre.

El lenguaje gráfico utilizado por Cassandre está directamente vinculado al arte contemporáneo: sus ilustraciones se caracterizan por los puntos de vista bajos que presentan las figuras en contrapicados que las hacen parecer gigantescas y poderosas, en cobinación con la geometrización y simplificación de las formas que provoca una lectura inmediata del mensaje:

Adplphe Jean-Marie Mouron - Cartel para el periodico L´Intransigeant (1924)

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Cartel Bicicletas Brilliant  (1923)

Entre 1924 y el comienzo de la II Guerra Mundial, Cassandre se convirtió en el referente del cartel de vanguardia europeo. Son famosos por su impacto visual, aún hoy en día, sus carteles para la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, como el de Nord Express o el de La Estrella del Norte:

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Cartel para el Nord Express (1930)

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Cartel L`Etoile du Nord (1927)

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Cartel vagón restaurante (1932)

Pero también son impresionantes, por su dominio de la composición, por el cuidado en las tipografías y por el soberbio uso de la forma, sus carteles para las compañías de trasatlánticos:

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Cartel L´Atlantique (1931)

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" -Cartel Normandie (1935)

Uno de los elementos que caracteriza los carteles de Cassandre es el extremo cuidado que pone en las tipografías. El cartel como elemento comunicativo suele incluir imagen y texto (aunque pueden existir sólo carteles tipográficos y otros con sólo imagen) y es importante que exista un claro equilibrio entre ambos. Cassandre cuidaba la tipografía en extremo, de modo que sus imágenes contundentes no se vieran afectadas por el texto, pero consiguiendo que el texto no quedara minimizado por el impacto visual. Solía utilizar tipografías de palo seco (lo que le relacionaba directamente con el diseño de vanguardia de principios de siglo) que transmitieran el mensaje a través de la simplicidad. De hecho, también realizó espléndidas tipografías, como la Bifur (1929), paradigma del estilo art decò:

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Tipografía Bifur (1929)

O la Peignot (1937), utilizada hasta la saciedad en la segunda mitad del siglo XX:

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Tipografía Peignot (1937)

Como puede apreciarse en los siguientes ejemplos:

Camiseta oficial Real Madrid C.F. Temporada 2005-2006

Logotipo Caixa Galicia (1978-2010)

La carrera de Cassandre llegó a su cumbre en los años 30. En 1936 el MoMA de Nueva York le dedicó una exposición que le abrió las puertas del mercado norteamericano. Comenzó a diseñar portadas para la revista Harper´s Bazaar, en donde se ve claramente la influencia del surrealismo:

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Portada para HArper´s Bazaar (1937)

Lo que la guerra le había dado a Adolphe, la guerra se lo quitó a Cassandre. Si su carrera como artista había comenzado con el traslado a París de la familia Mouron tras el estallido de la I Guerra Mundial, el comienzo de la nueva contienda en 1939 supuso un cambio definitivo en su carrera. Se alistó en el ejército francés hasta la rendición y después abandonó la realización de carteles y se dedicó al diseño de decorados y vestuario teatrales. Se centró en la pintura y en las escenografías, aunque siguió realizando algunos trabajos memorables como el diseño en 1963 del logotipo, aún vigente, para la casa Yves Saint Laurent:

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Logotipo para Yves Saint Laurent (1963)

Cassandre se suicidó un 17 de junio de 1968. En uno de los cajones de su escritorio encontraron una carta de un cliente alemán en la que rechazaba uno de sus diseños por «heterodoxo». Los últimos años de su vida, lejos ya del esplendor de su época dorada, habían transcurrido en la más profunda amargura. Quizá el rechazo de aquel cliente supuso el empujón definitivo hacia el abismo. Del mismo modo que la adivina troyana de quien tomó su pseudónimo estuvo condenada a que nunca creyeran sus vaticinios, aquel que había iluminado el diseño gráfico con su luz y lo había acercado al arte contemporáneo ya no encontraba cabida en un mundo que no entendía su obra.

Aunque quien haya visto su Estrella del Norte no pueda olvidar jamás el brillo de lo perfecto.

Adolphe Jean-Marie Mouron "Cassandre" - Retrato en su estudio

Elogio de lo imperfecto

Perfacio, -i, -ere, perfeci, perfactum: Verbo latino que significa «terminar de hacer». Y del que de su forma de participio deriva nuestra palabra «perfecto» o, lo que es lo mismo, «totalmente acabado».

La perfección, atendiendo a su etimología pero también al significado que se le ha aplicado a lo largo del tiempo, indica que nada puede ser añadido a lo que se ha hecho porque desequilibraría el conjunto. El arte ha buscado en la perfección su razón de ser, el objetivo final de su trabajo y de ese modo se ha convertido en la base de la ordenación académica de las Bellas Artes: encontrar la forma perfecta, la proporción perfecta, la línea perfecta, la perspectiva perfecta, la técnica perfecta para poder realizar la obra perfecta…

¿Y qué pasaría una vez alcanzada esa perfección? ¿La repetición ad infinitum de las normas aplicadas? ¿Un modelo que se repite de forma monótona puede considerarse perfecto? Por fortuna, la Historia del Arte está llena de ejemplos de cómo la supuesta perfección alcanzada en un determinado período viene sucedida de otros en los que se exploran nuevos caminos expresivos que den sentido a la obra de arte y a su relación con el artísta y el espectador. Al periodo clásico griego siguió el helenístico, en donde la contención y mesura anterior dio paso a la expresividad y al eclecticismo:

El Renacimiento, entendido como periodo artístico, supuso la cima de esa perfección que habían estado buscando los artistas desde el periodo clásico y que se había disipado completamente tras la caída de Imperio Romano. Y dentro del Renacimiento, la figura de Rafael Sanzio supuso la culminación de esa búsqueda. Rafael significa para el arte académico el límite que ya no se puede traspasar sin caer en el amaneramiento o en la deformación:

De hecho, el periodo inmediatamente posterior al Alto Renacimiento se denomina Manierismo, indicando así la tendencia al exceso (que llegará a su máximo nivel en el Barroco) que le caracteriza, como puede verse en las obras de Pontormo, con sus colores brillantes, o en la de El Greco (alumno que fue de otro gran pintor manierista, el Parmigianino), en donde la deformación cobra gran protagonismo:

Durante el periodo barroco hubo una serie de artistas que investigaron acerca de la representación de la realidad para hacerla menos perfecta pero más ajustada. Velázquez, Rembrandt o Franz Hals utilizaron la técnica del boceto (es decir, con pinceladas sueltas y cortas, sin un acabado definido) para intentar transmitir la sensación de inmediatez a través del color y de la luz:

Una de las consecuencias de este acabado «imperfecto» es la inmediata atracción que siente la vista por las imágenes hechas de este modo. La razón es muy sencilla: nuestro cerebro tiende a completar elementos que aparecen fragmentarios en un imagen hasta representar mentalmente un objeto conocido. Es lo que se denomina «principio de clausura» o de «completación de la figura». Así, cuando vemos algo incompleto, nuestro cerebro rellena las posibles lagunas y nuestra atención se centra más en el objeto.

De esto último podría deducirse que la imperfección es bella, que nos atrae, que nos produce una cercanía mayor que la perfección fría e inalcanzable. ¿Será por eso que Ingres siempre resulta mucho más fascinante que su maestro David?:

El espectacular dominio que Ingres tenía de la técnica no le impidió representar sus figuras con una anatomía absolutamente deformada que, sin embargo, resulta tremendamente cercana y real.

La imperfección, si es que puede llamarse así, nos resulta más cercana por su dinamismo. Aquello completamente terminado, aquello «perfecto» resulta perceptivamente inamovible e inmutable. Un cuadro de Ingres o uno de cualquiera de los pintores impresionistas (que retomaron la técnica del boceto ya ensayada en el Barroco para intentar reflejar la luz en un instante) nos presenta una realidad mutable y nueva con cada visión. Somos nosotros los que completamos el volante del vestido, la hoja del árbol, el rayo de sol sobre la tierra del camino. El siglo XIX fue la puerta a todas esas investigaciones de vanguardia que permitieron que el arte evolucionara de manera vertiginosa en pocos años.

Dijo Salvador Dalí en una ocasión: «Jamás temas a la perfección. Nunca la alcanzarás». Los artistas del siglo XIX se liberaron del miedo a no alcanzar lo perfecto haciendo elogio de su prima pobre, la imperfección. Fue una apuesta arriesgada que encontró el rechazo de muchos sectores, sobre todo académicos. Pero ellos, como nosotros, sabían lo que conmueven los primeros pasos de un niño y el impulso que surge en nosotros de ayudarle a caminar. Del mismo modo, el espectador se inclina sobre la obra para intentar comprenderla y completarla, rehacerla mentalmente hasta que adopta una forma identificable y entonces, admirarla.

La voz más perfecta no es la que mejor transmite el mensaje. ¿Cuál es el mejor «te quiero»? ¿Aquel que llega sin problemas perfectamente modulado a la última fila del patio de butacas? ¿O acaso es el que se quiebra con la emoción cuando es susurrado al oído?

Cada quien que escoja el suyo.

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