El Ojo En El Cielo

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Etiqueta: Virginia Woolf

Las pequeñas letras con que se escriben los versos

«nobody, not even the rain, has such small hands»

(«nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas»)

E. E. Cummings (1931)

Jan Tschichold (1902-1979) estaba destinado a enamorarse de las letras. Nació en Leipzig, en aquel momento el principal centro de producción editorial de Alemania. Y su padre era un rotulista que, además, diseñaba sus propias tipografías. Tschichold creció rodeado de amor a la palabra escrita y del convencimiento de que aquellos trazos no sólo eran meras abstracciones gráficas de sonidos, sino que podían expresar muchas más cosas, idea que se reforzó tras estudiar caligrafía mientras trabajaba como impresor y tipógrafo.

Su concepto de la tipografía y del arte de impresión diferían notablemente del de otros diseñadores. Mientras la tendencia general era a buscar concepciones exclusivistas de las publicaciones a través de la utilización de papeles realizados a mano y el diseño de tipos propios, la formación claramente artesanal de Tschichold le llevó a orientar sus trabajos basándolos no en los presupuestos académicos y artísticos sino en las herramientas propias del oficio de impresor y por ello no dudó en usar papel de fabricación industrial y fuentes tipográficas ya existentes. En ambos buscaba el estándar de calidad y lo aplicaba a sus obras.

En 1923 su vida y su visión del diseño cambiaron de forma radical. Visitó en Weimar la exposición sobre los trabajos de la Bauhaus y salió de la misma presa de una gran agitación, convencido de que acababa de ver el futuro del diseño gráfico. Tal fue el impacto que, dos años antes de su muerte, aún recordaba emocionado la impresión que le había provocado encontrarse frente a frente con la materialización de todas aquellas ideas que le rondaban por la cabeza. Decidió realizar un estudio sobre cómo el lenguaje de las vanguardias artísticas podía aplicarse de modo efectivo y dos años después de su visita a la exposición de la Bauhaus publicó un artículo en una revista de Leipzig especializada en tipografía llamada Typographische Mitteilungen. En ese artículo, titulado Tipografía Elemental, apuntó la dirección de lo que sería su aportación revolucionaria al diseño que culminaría con la publicación en 1928 del libro La Nueva Tipografía:

Para Tschichold la nueva tipografía estaba orientada a la función, es decir, a comunicar. Y para que esa comunicación fuera posible debía basarse en una organización interna (es decir, de los elementos tipográficos como letras, cifras, signos, filetes, etc.) y otra externa (o la búsqueda compositiva de los contrastes más intensos a través de formas, tamaños y pesos diferenciados), excluyendo cualquier tipo de ornamento y basando la ilustración, si la hubiere, en técnicas modernas como la fotografía, además de recurrir a formatos estandarizados y al uso exclusivo de letras sencillas sin adornos, como las tipografías sans serif o de palo seco.

El periodo de entreguerras fue especialmente convulso social, económica y políticamente hablando pero excepcionalmente fértil en el campo de la vanguardia creativa. El lenguaje abstracto se imponía en casi todos los campos de acción artística, desde la música hasta la literatura, pasando por la publicidad o el arte. El hecho de que un elemento que no representara una realidad objetiva pudiera ser expresivo comenzaba a hacerse familiar. Y la tipografía no era una excepción, como podía comprobarse en experimentos narrativos como el monólogo interior utilizado por Virginia Woolf, James Joyce o William Faulkner, o la poesía de E. E. Cummings cuya extraña puntuación y ausencia de mayúsculas sólo cobraba sentido cuando el poema era recitado en voz alta. Recogiendo todo esto y juntándolo al nuevo lenguaje artístico, Tschichold inauguró la vanguardia en el diseño editorial. Su tratado tipográfico no estaba dirigido a diseñadores ni artistas, sino a los impresores, intentando de ese modo elevar la calidad de sus trabajos. Sin embargo, su mensaje caló en todos los campos, en los de las artes y en los de su oficio.

Tschichold comenzó a impartir clases de tipografía en la Escuela de Artes Gráficas de Munich, llamado por otro gran diseñador, Paul Renner. Y desde allí continuó su labor de extender la nueva tipografía. Pero sus ideas con respecto al diseño no eran compartidas por el gobierno nazi que no tardó mucho en acusarle de diseñar «letras antialemanas», demasiado alejadas del aspecto grandioso y medieval de la tipografía gótica que le gustaba utilizar al poder. Tschichold y su mujer fueron detenidos y pasaron mes y medio en prisión. Cuando fueron liberados no tardaron en huir a Suiza. Nunca más volvieron a Alemania.

Jan Tschichold - Cartel para una exposición de arte constructivista en Basilea (1937) La imagen muestra un cartel en formato rectangular vertical. El fondo es blanco y en el tercio inferior, hacia la derecha, aparece un punto de color ocre con la palabra "exposición de arte". Bajo él y en columna se sitúan los nombres de los artistas participantes. Superpuesto a todo ello, el dibujo de la sección aurea (proporción matemática en la que se basa, por ejemplo, el patrón de crecimiento de las conchas de las caracolas marinas) en una linea fina de color rojo. El cartel sólo utiliza cuatro colores: blanco de fondo, negro de la tipografía, ocre del círculo y rojo de la sección áurea. Pulse para ampliar.

Jan Tschichold – Cartel para una exposición de arte constructivista en Basilea (1937)

Tschichold se estableció con su familia en Berna y en seguida cobró fama como diseñador. Era la figura de referencia en cuanto a modernidad tipográfica. Pero el entusiasmo de sus años más jóvenes se había enfriado con la experiencia del totalitarismo nazi. Y comenzó a renegar de su propio «totalitarismo» tipográfico. Poco a poco fue dejando a un lado el uso exclusivo de la tipografía sans serif y de las reglas estrictas que había establecido unos años antes, para indignación y desprecio de sus colegas y discípulos, que seguían aferrados a la estética de vanguardia. Tschichold comenzó a flexibilizar su lenguaje visual, partiendo de la base de que si las letras servían para comunicar, tendría que tenerse en cuanta cuál era el mensaje transmitido: el sans serif no era, quizá, apropiado para la edición de los poemas medievales de Geoffrey Chaucer.

A pesar de todo, los diseños editoriales que realizó en Suiza estaban muy bien considerados. Tanto, que en 1947 le encargaron el rediseño de la editorial inglesa Penguin. Durante dos años trabajó en Londres y contribuyó a sentar las bases del diseño editorial moderno en Inglaterra a través de las Penguin Composition Rules (o reglas de composición para Penguin). Las normas de diseño establecidas por Tschichold abarcaban todos los aspectos posibles: el diseño del texto, del párrafo, la puntuación, el uso de mayúsculas, minúsculas y cursivas, las cifras, las referencias y notas a pie de página, cómo debían imprimirse los versos (en tamaño siempre menor que la prosa), la composición de la página y el orden de las partes del libro. Las Penguin Composition Rules se convirtieron, así, en el primer libro de estilo para una editorial

Jan Tschichold - Diseño de cubierta de la colección de clásicos modernos de la editorial Penguin (1947-1949) La imagen muestra el esbozo de la colección de libros de bolsillo. La portada está dividida en tres franjas: la superior y la inferior son de color naranja y la central, de color blanco. En la superior aparece centrado un óvalo irregular con la leyenda "Penguin Books". En la central, en letras negras "Título principal" y debajo "El nombre del Autor". A ambos lados, con lel texto en vertical, de menor tamaño y en color naranja, parece "Ficción". En la franja inferior aparece el logotipo de la editorial (dos pingüinos a ambos lados de un circulo blanco)). Pulse para ampliar

Jan Tschichold – Diseño de cubierta de la colección de clásicos modernos de la editorial Penguin (1947-1949)

El diseño anterior se aplicó a la colección de clásicos modernos y para ella eligió una tipografía sans serif inglesa como era la Gill Sans. Pero para otras colecciones de Penguin decidió crear una imagen completamente diferente:

Jan Tschichold - Portada de La Tragedia del Rey Lear de la colección Shakespeare Penguin (1947-1949) La imagen muestra la portada de la obra de Shakespeare "La Tragedia del Rey Lear". Una orla negra enmarca la portada, de fondo blanco. En la parte superior y en letras rojas se lee "The Tragedy of King Lear". Inmediatamente debajo, un grabado de forma oval, en color negro, con un retrato de William Shakespeare. Y debajo del grabado, en letras rojas también pero de menor tamaño, el nombre del editor y el precio de venta (un chelín y seis peniques). Pulse para ampliar.

Jan Tschichold – Portada de La Tragedia del Rey Lear de la colección Shakespeare Penguin (1947-1949)

Para la colección de Shakespeare, Tschichold utilizó una tipografía romana, que él consideraba más acorde con el contenido del libro. Además, no dudó en realizar él mismo la xilografía con el retrato de Shakespeare, mejorando considerablemente el que mostraba la colección antes del rediseño. Además, rechazó el color naranja y lo sustituyó por el negro en forma de orla, porque creía que Shakespeare merecía respeto y elegancia.

Tras su paso (imprescindible para el mundo del diseño) por la editorial Penguin, Tschichold regresó a Suiza. Siguió trabajando en proyectos editoriales e incluso diseñó tipografías (como la Sabon, rediseño de la Garamond renacentista). Sus trabajos estuvieron excelentemente considerados por las empresas y denostados por los diseñadores que le acusaban de haberse vendido al clasicismo. Aunque no fue así por mucho tiempo: la obra de Tschichold hablaba por si misma y, en el fondo, no contradecía casi ninguna de aquellas normas que había establecido con su fervor juvenil. Hoy en día nadie duda de la aportación al mundo del diseño de un hombre que, en lugar de ceñirse a las reglas estrictas de las artes o de los oficios, las unificó gracias a su gran inteligencia y a la sensibilidad de quien puede comprender que la poesía necesita tipografías de menor tamaño que la prosa, porque los versos se susurran con letras pequeñas.

 Jan Tschichold - Fotografía en la que se muestra a Jan Tschichold en primer plano, cortado a la altura de los hombros, girado de tres cuartos hacia la derecha, con los ojos entrecerrados y media sonrisa mientras con su mano izquierda, levantada a la altura de la barbilla, sujeta un lápiz mientras que con los dedos índice y pulgar juntos parece hacer hacer el gesto de "un poco". Pulse para ampliar.

Jan Tschichold

¿Quién teme a Julia Margaret?

Ser la menos atractiva, con diferencia, de siete hermanas consideradas como auténticas beldades por la sociedad de su época tiene que dejar una profunda huella en la personalidad. Pero, si creemos en los cuentos (y, por otra parte ¿por qué no creer en ellos?) sabemos que los patitos feos se convierten en hermosos cisnes cuya belleza y serenidad conmueven a quienes los contemplan. Esta es la historia de un pato feo, de una mujer de baja estatura y robusta, de rasgos rotundos y no muy agradables, pero llena de vida, de ansia de conocer, de entusiasmo – a veces un tanto excesivo, es verdad- y cuyas ganas de aprender sólo se acabaron cuando también lo hizo su vida.

Julia Margaret Pattle (1815-1879) nació en el seno de una familia de plantadores británicos establecidos en la India. Fue la cuarta de siete hermanas, todas catalogadas como bellezas dignas de mención. Todas menos Julia que, tras estudiar en Francia, volvió a la India y se casó con el jurista y dueño de plantaciones de café y caucho Charles Hay Cameron, veinte años mayor que ella, con el que se trasladó a Inglaterra en 1848. Allí, y a través de sus hermanas, Julia conoció a lo más selecto de la sociedad y de la cultura victorianas: a científicos como John Herschel o Charles Darwin, poetas y escritores como Alfred Lord Tennyson, Robert Browning o Lewis Carroll, pintores como John Everett Millais o Edward Burne-Jones. La vida de Julia Margaret Cameron hubiera transcurrido por el mismo camino trillado que la de las mujeres inglesas de la segunda mitad del siglo XIX si no fuera porque su marido tuvo que ausentarse una larga temporada para atender sus plantaciones en la isla de Ceylán (Sri Lanka). La perspectiva de permanecer sola durante tanto tiempo, ahora que sus hijos ya eran adultos, le entristecía profundamente. Su hija mayor Julia y su yerno Charles Norman le hicieron un costoso y novedoso regalo para intentar mitigar su sensación de soledad. «Puede que te divierta, madre», le dijo su hija entregándole una cámara fotográfica. Era el año 1864 y Julia Margaret Cameron tenía 48 años de edad.

Se divirtió. Y mucho. No poseía ningún conocimiento acerca de la nueva técnica, aunque su curiosidad insaciable y sus ganas de experimentar iban cubriendo los huecos de la ignorancia. No dudó en hacerse miembro de las Sociedades Fotográficas de Londres y de Escocia para estar al tanto de las últimas novedades. Transformó una de las carboneras de su casa en Freshwater Bay (Isla de Wright) en un cuarto oscuro y a través del inevitable proceso de ensayo-error, se convirtió en el referente del retrato fotográfico artístico de la segunda mitad del siglo XIX.

El entusiasmo que demostró por su nueva afición era directamente proporcional al temor que provocaban sus peticiones de posado entre familiares y amigos. A pesar de que la nueva técnica del colodión húmedo hacía que el tiempo de exposición para tomar fotografías hubiera descendido a apenas unos segundos, Julia intentaba crear en sus obras una atmósfera especial que reprodujera la luz que desprendían los cuadros de Rembrandt y para captar esos rostros surgiendo de la penumbra necesitaba entre cinco y veinte minutos de exposición en los que el modelo no podía ni pestañear. Este tiempo era el usual para los daguerrotipos o primeras fotografías, pero los fotógrafos contaban en sus estudios con una especie de sillas-armazón que mantenían al retratado en la misma posición e impedían que se moviese. Julia no quería utilizar esos armazones porque tenía en mente poses más delicadas y actitudes menos rígidas. Y poco después de recibir su regalo, consiguió hacer su primera fotografía:

Julia Margaret Cameron - "Annie, mi primer éxito" Fotografía (1864) La fotografía muestra un primer plano de una niña, con el rostro ligeramente vuelto, expresión seria y con el cabello claro suelto sobre los hombros. Pulse para ampliar.

«Annie, mi primer éxito» (1864)

Ella misma relataba cómo el entusiasmo por haber logrado la fotografía que quería hizo que se pasara todo el día corriendo de un lado para otro, preparando la placa y enmarcándola para regalársela a los padres de su pequeña modelo Annie, hija de unos vecinos, que recibieron el obsequio asombrados del ímpetu de Cameron. A partir de ese momento, no dejó de hacer fotografías. Amante del arte como era, buscaba inspiración en las leyendas artúricas (por influencia de artistas vinculados al prerrafaelismo como Edward Burne-Jones o John Everett Millais) o en los poemas de su vecino y amigo Lord Tennyson y sus retratos, por lo general en primer plano, mostraban rostros ensimismados, de mirada ensoñadora, emergiendo entre sombras iluminados con delicadeza:

Julia Margaret Cameron - Retrato de Sir John Herschel con gorro (1864) La fotografía muestra un primer plano de un hombre mayor, de pelo cano y alborotado, que cubre su cabeza con una especia de boina, que apenas se aprecia. Su rostro está ligeramente vuelto hacia la derecha y su mirada se dirige hacia abajo.

Retrato de Sir John Herchel con gorro (1864)


Julia Margaret Cameron - Retrato de su marido Charles Hay Cameron (1864) En la fotografía se aprecia un hombre en plano medio con largos cabellos y barba blancos, sentado en un sillón y mirando directamente al espectador. La luz parece proceder de una ventana situada en la parte izquierda pero que queda fuera del encuadre. Pulse para ampliar.

Retrato de su marido Charles Hay Cameron (1864)

El interés de Julia por la fotografía no fue sólo artístico y técnico. Era plenamente consciente de sus posibilidades comerciales y no vaciló en registrar los derechos de autor de todos sus trabajos. Y, sin embargo, sus fotografías no fueron excesivamente apreciadas en la época. Sus contemporáneos criticaban la utilización que hacía del desenfoque. La falta de nitidez de la imagen, que en un primer momento fue algo meramente accidental, se convirtió en una de sus señas de identidad:

Julia Margaret Cameron - Iago: Estudio de un italiano (1867) La fotografía muestra el primer plano de un hombre joven, de frente, con el cabello oscuro y largo y barba incipiente. Dirige su mirada hacia abajo, dándole aspecto meditabundo. Pulse para ampliar.

«Iago. Estudio de un italiano» (1867)

Pero la gran aportación de Cameron a la fotografía está, sin duda, en el retrato femenino. Las mujeres de su familia, amigas e incluso las sirvientas de la casa hicieron de modelos para Julia. Aquellas mujeres posando para una mujer aparecen liberadas de corsés rígidos de comportamiento, asoman sus rostros llenos de delicadeza, de dulzura, de sentimiento y de melancolía y reflejan la belleza más absoluta con los elementos más nimios:

Julia Margaret Cameron - Tristeza (1864) La fotografía muestra un plano medio de una muchacha joven, de tres cuartos apoyada sobre una celosía, mirando hacia la izquierda, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo y los ojos semicerrados. Su mano derecha acaricia un colgante que lleva al cuello.

«Tristeza» (1864)

Una de sus modelos preferidas fue su sobrina, de nombre también Julia, cuya belleza le había llevado a ser modelo de pintores como Edward Burne-Jones y que con el paso de los años se convertiría en madre de la famosa escritora inglesa Virginia Woolf:

Julia Margaret Cameron - Retrato de Julia Duckworth (1867) La fotografía muestra un primer plano de una mujer joven. con el rostro girado hacia la derecha de modo que nos presenta su perfil, y con el cabello recogido en la nuca. Pulse para ampliar.

Retrato de Julia Duckworth (1867)

En 1875 los Cameron se trasladaron a Ceylan para atender sus negocios. Julia apenas tomó fotografías durante su estancia en la India: se quejaba de la dificultad para obtener los productos químicos necesarios para revelar las placas y no encontraba agua suficientemente limpia para los lavados. Aún así, realizó una serie de retratos de tipos populares indios, de los que apenas se conservan ejemplos. A pesar de las dificultades, nunca dejó de fotografiar salvo una vez: en 1873 falleció su hija Julia, aquella que le había regalado la cámara fotográfica. Durante un tiempo no se sintió con ánimo de seguir fotografiando, pero poco a poco consiguió sobreponerse a su tristeza y continuó con su pasión hasta el día de su muerte, que aconteció de improviso tras coger un enfriamiento del que no pudo reponerse.

Es fácil imaginarse a Julia Margaret Cameron, enfundada en viejas batas que desprendían un fuerte olor a productos químicos, yendo y viniendo con su cámara y sus placas. Intentando hacer partícipes de su entusiasmo a sus sufridos modelos, que perdonaban los largos tiempos de exposición cuando veían los resultados. Viendo la belleza en cada rayo de luz que acariciaba un rostro o un mechón de pelo y luchando por trasladarla a sus fotografías. Contagiando a los que le rodeaban del convencimiento de que no hay que temer nunca lo nuevo, porque puede resultar fascinante. Dejando claro que las ilusiones no dependen de los años que se hayan cumplido. Seguro que, debido a su aspecto, a lo largo de su vida nunca le dijeron aquello que ilumina la mirada de las mujeres cuando escuchan a alguien decir lo bonitas que son.

Y sin embargo, su hermosura está reflejada en todas y cada una de las fotografías que tomó a lo largo de once años de pura belleza.

Julia Margaret Cameron - Retrato fotográfico realizado por su cuñado Charles Somers (hacia 1860) El la fotografía se aprecia una mujer en pie, ligeramente girada hacia la izquierda. Su mano izquierda sostiene un libro que apoya en el respaldo de un sillón. Su mano derecha está sobre el pecho. como jugando con la botonadura de su vestido. Tiene el rostro serio, con rasgos cuadrados y rotundos. Pulse para ampliar.

Retrato de Julia Margaret Cameron realizado por su cuñado Charles Somers (hacia 1860)

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