Están un inglés, un español, un francés y un italiano…

El siglo XVIII es decididamente uno de los periodos más fascinantes de la Historia de la Humanidad. A nivel político, porque en él se gestan y se llevan a cabo las primeras revoluciones llamadas «burguesas» que transformarán los sistemas de gobierno del mundo occidental; a nivel científico, porque comienza a establecerse un nuevo método de investigación y esto tendrá su reflejo en avances tecnológicos impensables pocos años antes, desde el descubrimiento de nuevos elementos químicos hasta el desarrollo de las vacunas; a nivel económico, porque las reformas agrícolas y las innovaciones técnicas cambian los sistemas de producción vigentes desde la Antigüedad para dar paso a la Revolucion Industrial; a nivel social, porque todos esos cambios van a afectar a las estructuras sociales y a la movilidad entre los estamentos; y a nivel cultural porque estamos en un época en la que no sólo es necesario ampliar los conocimientos sino también sistematizarlos y divulgarlos.

En este marco histórico se desarrolla la historia de cuatro hombres empeñados en cambiar el modo en el que se plasmaba el saber de su tiempo. Cuatro tipógrafos que sabían de la importancia del aspecto de lo impreso para que llegara mejor el mensaje al lector. Cuatro innovadores que sentaron las bases de la tipografía moderna y del diseño editorial. Como si fuera el comienzo de un viejo chiste, un inglés, un español, un francés y un italiano decidieron hacer de su oficio un arte y una ciencia.

John Baskerville (1706-1775) tenía su imprenta en Birmingham. Era un personaje curioso: empresario, además de tipógrafo, miembro de la Royal Society of Arts y ateo declarado en una época en la que esas manifestaciones no eran precisamente bien vistas (y lo que no le impidió imprimir una espléndida Biblia en 1793).

Baskerville representa la transición entre la tipografía antigua surgida del Renacimiento y la moderna que marcará las investigaciones en diseño en los siglos venideros. Estaba obsesionado con la calidad de las impresiones y por ello utilizaba tintas muy negras con un acabado brillante que destacasen sobre el papel. Un papel que satinaba con un cilindro de cobre caliente con la finalidad de hacerlo más suave y uniforme (el papel aún no se producía industrialmente y era difícil encontrar material de gran calidad) y que, de ese modo, las letras destacasen más. No contento con eso, diseñó una nueva tipografía basada en la romana pero más estilizada, con los serifes más finos, lo que le daba un aire mucho más elegante.

Uno de sus trabajos más reconocidos fue la edición de las obras completas de Virgilio, en la que utilizó la tipografía diseñada por él y en la que se aprecia su interés por una apariencia visual limpia que no interfiriera en la recepción del mensaje, dejando amplios márgenes y utilizando un interlineado mayor del habitual:

Paralelamente a las investigaciones de Baskerville, en España se intentaba modernizar también el oficio de impresor. El encargado de hacerlo fue Joaquín Ibarra (1725-1785), cuyo cuidado en las impresiones e incluso en la selección de sus trabajadores le hicieron merecedor del título de impresor para la Casa Real y para la Real Academia de la Lengua. Obsesionado por la perfección, también desarrolló, como Baskerville, un sistema para satinar el papel y eliminar así las marcas de las planchas de impresión. A ello añadía el uso de tintas intensas que destacaban sobre la superficie de impresión y  de márgenes amplios que hacían la lectura más amable.

Los trabajos de Ibarra eran tan cuidados que además de ser impresor real (su edición de La Conjuracion de Catilina de Salustio fue elegido como obsequio de la Casa Real a los visitantes ilustres, tal era su perfección) lo fue también de la Real Academia de la Lengua Española, para quien editó numerosas obras, como su Diccionario:

Ya casi a finales de siglo, el impresor francés Firmin Didot decidió aportar su granito de arena al diseño. Y su aportación no fue anecdótica, sino que transformaría el arte de la tipografía y lo llevaría a la modernidad. Diseñó un nuevo tipo de letra romana con unos serifes casi lineales, de una marcada verticalidad cuya lectura no resultaba excesivamente fluida pero de la que no se podía (ni se puede) negar su elegancia soberbia.

Firmin Didot - Edición de las Obras Completas de Jean Racine (1801)Didot tomó de sus predecesores el gusto por las composiciones limpias y por el contraste del color intenso de la tinta sobre un papel de gran calidad. Pero también decidió establecer un nuevo modo de catalogación de los tamaños de las tipografías. De acuerdo con el espíritu ilustrado de la época, decidió crear un modo universal para denominar los tipos de letra en función de su tamaño. Esto ya se había intentado antes: el antes mencionado Joaquín Ibarra diseñó su propio sistema de medida tipográfica basándose en el tamaño de la «M» parangona (que equivaldría a un tamaño de unos 18 puntos actuales). Y paralelamente a Ibarra, el tipógrafo francés Pierre-Simon Fournier hizo lo propio en su Manual Tipográfico de 1766. Didot cogió el método de Fournier y lo adaptó estableciendo por primera vez la nomenclatura tipográfica moderna, basada en un sistema de puntos, donde las letras serían denominadas por su tamaño de modo homogéneo.

Pero la innovación de la tipografía no acabaría con Didot. En Italia (más concretamente en Parma) Giambattista Bodoni (1740-1813) acabaría por culminar este proceso. Inspirándose en los diseños de Fournier y Baskerville diseñó un tipo de letra extremadamente coherente, con menor alternancia visual entre el grosor de los palos que la que presentaba la de Didot, y que se convirtió en paradigma de la tipografía moderna:

Giambattista Bodoni - Manual Tipográfico (1818)

Bodoni, además, marcó un estilo claro en el diseño editorial, apostando por papeles de alta calidad y blancura sobre los que destacaban sus tipografías impresas en tintas muy negras. Valoraba (al igual que lo habían hecho sus predecesores) los márgenes amplios y los interlineados mayores para dar al conjunto un aspecto más agradable para la lectura y buscar, asimismo, el impacto visual de la página.

Hoy en día se siguen utilizando las tipografías diseñadas en el siglo XVIII (sobre todo la Bodoni) o se recuperan sus diseños por su equilibrio y claridad (caso de la Baskerville). Estos cuatro tipógrafos realizaron su trabajo de modo independiente entre sí pero buscando el mismo objetivo: la renovación de un oficio y la definición del mismo a través de la estética y de la calidad en el diseño. Aunque suene gracioso, podríamos contarlo así: están un inglés, un español, un francés y un italiano en el siglo XVIII…

Y van e inventan la tipografía moderna.