El Ojo En El Cielo

Blog de arte. Reflexiones sobre arte, diseño y comunicación.PREMIO SETDART AL MEJOR BLOG DE ARTE 2019

Etiqueta: comunicación

El viejo Lester tenía una granja

«Over there all the woman wear silk and satin to their knees
And children dear, the sweets, I hear, are growing on the trees
Gold comes rushing out the river straight into your hands
If you make your home in the American land»

Bruce Springsteen – American Land (2012)

 

Estados Unidos no es un país. Es casi un continente en sí mismo. La amplitud de sus distancias, la cantidad de paisajes, la variedad de climas y la diversidad de sus habitantes se miden en una escala completamente diferente a la que se pueda manejar en Europa. Pero todas esas diferencias conforman un conjunto bastante homogéneo e identificable, una idiosincrasia que se percibe no por alguna característica destacable sino por un aire de familiaridad que lo hace reconocible al instante.

¿Qué es lo que hace que un país ajeno a nuestra cultura y usos se convierta en algo tan cercano e identificable? Puede haber muchas respuestas a esa pregunta, pero una de ellas está clara: la imagen que transmite a los demás. En Estados Unidos el poder de la imagen fue utilizado ya desde mediados del siglo XIX para inventar la ciencia del marketing: fueron los primeros en situar la publicidad en vallas exteriores, por lo general a los lados de caminos, carreteras o en calles transitadas, para que pudiera verse durante largo rato mientras se transitaba por ellas. Desarrollaron la venta por catálogo, que facilitaba que llegaran los productos más novedosos a los lugares más recónditos del país. Generalizaron las publicaciones periódicas, revistas en su mayoría, y las convirtieron en el referente en cuanto a diseño y a fotografía. Y en todos estos aspectos, utilizaron la imagen. Ya fueran ilustraciones convencionales, fotografías o grabados, los norteamericanos se dieron cuenta de que una imagen sí valía más que mil palabras, sobre todo si el público al que iba dirigida (inmigrante en su gran mayoría) no entendía muy bien el idioma.

La comunicación era principalmente visual y a esto se añadió otro elemento que contribuyó a extender la imagen de Estados Unidos por todo el mundo: el cine. Puede decirse, sin temor a incurrir en la exageración, que muchos paisajes norteamericanos son más familiares para nosotros que los de regiones relativamente más cercanas. La razón es sencilla: a esos lugares cercanos, hay que ir. El far west, el skyline de Nueva York o Chicago, el cañón del Colorado, las plantaciones de Virginia o los caimanes de las Everglades vienen hasta nosotros a través de la pantalla de cine o, mejor aún, entran en nuestros salones por medio de la televisión. Podemos evocar multitud de imágenes que resuman aquello que es «genuinamente americano», aunque sean tan variadas como la de un marine, un cazarrecompensas, una ejecutiva neoyorquina, un esclavo negro en una plantación de algodón, un detective privado en Los Ángeles o un granjero en Nebraska: todas ellas tienen algo que las identificará como propias de Estados Unidos ante nuestros ojos. Incluso podemos ponerles su propia banda sonora, eligiendo entre el country o el jazz, el rock and roll o el soul, las melodías de Broadway o la garganta áspera de Bruce Springsteen cantando a la América profunda y polvorienta. Y todo ello lo percibiremos, en su diversidad, como «americano».

Siendo la imagen la base de la comunicación en Estados Unidos, el diseño gráfico fue una de las herramientas principales para transmitir los más variados mensajes. Ya en el siglo XVIII Benjamin Franklin había sido consciente del poder de las publicaciones periódicas y había fundado un semanario que se convirtió en uno de los más longevos de los Estados Unidos y del mundo, el Saturday Evening Post, donde además de escribir artículos de opinión destacó también como caricaturista. El diseño norteamericano, reflejado en las portadas de esta publicación, era esencialmente conservador, basado en las ilustraciones tradicionales, como aquellas magníficas que durante décadas realizó Norman Rockwell. La llegada de artistas, diseñadores e intelectuales europeos a partir de 1917, sobre todo procedentes de Rusia (sacudida por la revolución bolchevique), llevó a Estados Unidos un lenguaje visual nuevo, rupturista, que combinaba la ilustración tradicional con elementos propios del arte de vanguardia y que pronto comenzó a materializarse en el diseño de publicaciones como Harper´s Bazaar, Vogue, Fortune o Vanity Fair. Los lectores de estas revistas residían por lo general en grandes urbes y eran especialmente receptivos a las corrientes culturales europeas que se habían convertido en sinónimo de modernidad. El trabajo de directores de arte como Erté, Dr. Agha o Alexei Brodovitch, bajo cuyas órdenes trabajaron artistas tan variados como Herbert Matter, Herbert Bayer, Man Ray, Rene Magritte, Salvador Dalí, Max Ernst, Richard Avedon o Marc Chagall, hizo que la vanguardia artística entrara de lleno en el diseño norteamericano. Así, aunque en el periodo de entreguerras el diseño gráfico se desarrolló de modo espectacular en Estados Unidos, la herencia europea era excesivamente gravosa. No había lo que pudiera calificarse de diseño americano puro y duro. En realidad, no lo hubo hasta que en escena apareció Lester Beall.

Beall (1901-1969) nació en Kansas City (Missouri), en la frontera entre la América cosmopolita y la profunda. Su familia se trasladó, cuando él era aún un niño, a Chicago y allí fue donde recibió la mayor parte de su educación. Estudió en el instituto Lane Technological y después ingresó en la Universidad de Chicago para estudiar Bellas Artes, estudios que compaginó con clases de dibujo en la academia del Art Institute. Allí entró en contacto con la vanguardia europea y fue seducido por la potencia expresiva de las líneas, los colores y las composiciones dinámicas.

Lester Beall comenzó a dedicarse muy pronto al diseño: desde 1927 trabajó en diferentes estudios de Chicago y haciendo colaboraciones con publicaciones como el Chicago Tribune hasta que en 1935 decidió trasladarse a Nueva York, en busca de nuevas oportunidades. En Nueva York el impacto de las vanguardias era mucho más directo que en en el resto de Estados Unidos porque esa ciudad era el principal puerto de llegada de viajeros, ya fueran turistas o inmigrantes. El público neoyorquino fue enseguida receptivo al lenguaje que planteaba Beall en sus trabajos y el diseñador comenzó una carrera fulgurante: portadas y diseños para Time, Collier´s, carteles, catálogos… Se convirtió en el hombre de moda.

La imagen muestra dos páginas de un catálogo. En la página izquierda aparece en vertical la palabra "modern" superpuesta a una letra "h" que ocupa casi toda la página. Sobre ella, una flecha apunta a la página siguiente. En esa otra página aparece una fotografía de las instalaciones de la destilería y superpuestas, una vista aérea de las mismas y un grabado de un cazador, vestido con un traje de pieles a la manera de los pioneros americanos de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Repartidas por ambas páginas hay una serie de flechas y de iconos de manos con el dedo apuntando que dirigen nuestra atención y guían la lectura de las imágenes. Pulse para ampliar.

Lester Beall – Catálogo para las destilerías Hiram Walker (1937)

¿Cuál fue la razón del éxito de Lester Beall en el mundo del diseño? Sin duda, su capacidad de conjugar el lenguaje plástico de las vanguardias artísticas europeas con las referencias a lo «genuinamente americano». En su diseño para el catálogo promocional de las destilerías Hiram Walker, Beall no dudó en utilizar los grafismos propios del diseño más moderno: superposiciones de elementos, combinación de fotografía e ilustración, colores saturados y llamativos sobre fondo neutro, juegos con las tipografías y utilización de viñetas tipográficas (como las manos con el dedo apuntando) o flechas que dirigen nuestra atención a la siguiente página y relacionan visualmente los contenidos. La modernidad de los planteamientos se equilibraba con la inclusión de referencias tradicionales, como la letra «W», imitando los antiguos tipos en madera o el grabado del pionero, referencias a la historia de la empresa, pero también a la del país.

Puede decirse que Lester Beall es el primer diseñador norteamericano propiamente dicho porque supo conjugar la dinámica visual de la vanguardia europea (composiciones en diagonal, colores, signos, fotomontaje, experimentos tipográficos, etc…) con la esencia norteamericana, logrando que el mensaje impactara por su apariencia pero que, al mismo tiempo, llegara con facilidad a todos los estratos sociales y culturales americanas. Esto se puede ver claramente en la serie de carteles de propaganda que diseñó para la Rural Electrification Administration entre 1937 y 1941. La REA era una agencia creada durante el mandato de F. D. Roosevelt, dentro de las políticas de reactivación económica del New Deal, pensada para facilitar créditos a cooperativas rurales con el fin de llevar la energía eléctrica a los lugares más apartados del mundo rural norteamericano.

La imagen muestra un fondo de líneas rojas y blancas en la parte superior y de color azul brillante en la inferior (los colores de la bandera norteamericana). Superpuesto a este fondo aparece la fotografía en blanco y negro de una niña y un chico que, vestidos con ropas modestas, se apoyan en una valla de madera y miran sonrientes hacia la derecha. Pulse para ampliar.

Lester Beall – Cartel para la Rural Electrification Administration (1939)

En esa serie de carteles, destinados a concienciar a una población muy dispersa, con bajo nivel cultural y de marcadas costumbres tradicionales, el mensaje se presentaba de manera que no podía eludirse su lectura. Los colores primarios (rojo, blanco y azul, los de la bandera norteamericana), el realismo de la fotografía, el dinamismo de los elementos, y el optimismo contenido y sereno que transmitían las imágenes, hicieron de los carteles de Beall la imagen perfecta de la nueva América que el New Deal quería hacer resurgir de las cenizas que había dejado la Gran Depresión de 1929.

La imagen muestra, sobre un fondo de rayas rojas y blancas en la parte superior y de azul brillante en la inferior, la fotografía en blanco y negro de un hombre vestido con ropas de trabajo y cubierto con una gorra que maneja una máquina que parece ser un torno. En la parte superior, superpuesto al fondo de rayas blancas y rojas, aparece un recuadro azul brillante con las palabras "Rural Industries" en letras blancas. Pulse para ampliar.

Lester Beall – Cartel para la Rural Electrification Administration (1940)

Los carteles de Beall muestran una América profunda que retiene todos los valores de los pioneros pero que aún puede mejorar. La identifica con una tierra de trabajo, esfuerzo y sacrificio pero también de esperanza, de dedicación, de calidez, características que puede ir incluso a más gracias a la electrificación. Su lenguaje visual fue comprendido rápidamente a pesar de la combinación de elementos arriesgados y sus carteles colgaron en una exposición sobre diseño de vanguardia en el MoMA de Nueva York. Uno de esos carteles fue el que realizó para un proyecto de «pabellón de la Libertad» en la Exposición Universal de Nueva York de 1939, en el que se puede ver la denuncia al sistema totalitario de Hitler.

La imagen muestra un cartel en el que el fondo está dividido en dos campos de color: el superior es rojo brillante y el inferior, azul. Superpuesto a ese fondo aparece un fotomontaje de una mujer, que alza el brazo haciendo el saludo nazi mientras que con la otra mano se lleva un pañuelo a la cara para enjugar sus lágrimas. En paralelo a esta foto aparece la Estatua de la Libertad, cuyo brazo levantando la antorcha reproduce el mismo gesto que el de la mujer. En la parte interior aparece "Freedom Pavilion" y "Germany yesterday" (bajo la mujer) y "Germany tomorrow" (bajo la estatua de la libertad). Pulse para ampliar.

Lester Beall – Cartel para el «Pabellón de la Libertad» de la Exposición Universal de Nueva York (1939)

Sus portadas para la revista Collier´s también se convirtieron en un referente para el diseño editorial por el impacto de sus imágenes y lo ineludible de su mensaje.

La imagen muestra la portada de una revista. El fondo es verde claro, sobre él se superpone  un rectángulo blanco sobre el que aparece estampada la huella de una mano en rojo sangre. Sobre la mano, una fotografía del primer ministro inglés Sir Winston Churchill y en diagonal, a ambos lados de la foto, la frase "Will there be WAR?" (¿Habrá guerra?). Pulse para ampliar.

Lester Beall – Portada de la revista «Collier´s» (1939)

Al poco de llegar a Nueva York, Lester Beall decidió irse a vivir a la pequeña localidad de Wilton (Connecticutt) aunque manteniendo su estudio en la Gran Manzana. La tranquilidad del entorno rural le sedujo de tal modo que no tardó mucho en comprar una granja en una localidad vecina y establecerse definitivamente allí, cerrando su sucursal neoyorquina. Aunque se trasladó a la granja, en ella estableció un estudio de diseño propiamente dicho, además de albergar su extensa colección de arte contemporáneo, antigüedades, artesanía o arte nativo americano. Beall creía en el diseño integrador en el que el diseñador tenía que ser, obligatoriamente, un apasionado de todas las artes, fueran estas teatro, ballet, música, fotografía o pintura. Y rodearse de todas esas cosas en medio de un ambiente apacible y apartado era la mejor de las inspiraciones.

El estudio «rural» de Beall siguió creando grandes diseños durante muchos años. Tocó casi todos los palos del diseño: identidades corporativas, carteles, diseño editorial, ilustración… y todos ellos con éxito, sin dejar de referenciar el estilo de las vanguardias.

La imagen muestra un logotipo que consta de un circulo en el que está inscrito un signo en forma de flecha que, de algún modo recuerda la forma de un abeto. Los elementos que conforman la flecha están separados en dos partes de modo que uno de los lados del vector puede leerse como una letra "I" en diagonal y la otra una "P" (iniciales de International Paper). Pulse para ampliar.

Lester Beall – Esquema de proporciones para el diseño del logotipo de la International Paper Company (1960)

Una mención especial merecen sus diseños para la revista médica Scope, publicada por los laboratorios médicos Upjohn Pharmaceuticals (hoy Pfizer), en los que los temas médicos aparecían representados de un modo muy atractivo, metafórico, y que constituyeron un modelo ampliamente imitado.

La imagen muestra una portada de revista en la que sobre un fondo claro aparecen muy difuminados una serie de grabados antiguos de rostros humanos, repartidos por toda la superficie. Sobre ellos, una esfera en la que aparecen las lineas de los meridianos de l planeta y la línea del trópico de Cáncer. Encerradas en esta esfera, están las siluetas en ojo y amarillo de dos cangrejos y junto a ellas, la palabra "cancer". Pulse para ampliar.

Lester Beall – Portada para la revista médica «Scope» (publicada por el laboratorio Upjohn Pharmaceuticals) – 1948

Lester Beall supo combinar como nadie antes (y, probablemente, como nadie después) la esencia del ser norteamericano con una imagen que definía igualmente el contenido, el mensaje y el destinatario. En sus diseños afloran las influencias europeas por partida doble: la ideológica, procedente de las creencias y la cultura de aquellos que vieron en Estados Unidos la tierra prometida y llegaron de multitud de países para conformar una nación; y la visual de los artistas de vanguardia de principios del siglo XX que supieron remover las conciencias y el arte con su nuevo concepto de expresión. Todo ello desde un lugar alejado del mundanal ruido, rodeado de cosechas y ganado.

Como el granjero McDonald de la tonada infantil, podríamos cantar aquello de «el viejo Lester tenía una granja…»

Y en esa granja había mucho diseño.

La imagen muestra una foto del diseñador Lester Beall en la que aparece en plano medio, vestido con una camisa de cuadros abrochada hasta el cuello y una chaqueta oscura. Con su brazo derecho sostiene a un corderito al que mira con atención. Pulse para ampliar.

Lester Beall fotografiado en su granja (c. 1960)

Un buen año

Gracias a las personas que han visitado este blog durante 2012. Un blog pensado para ser un apoyo a mis clases y donde los alumnos pudiesen profundizar sobre alguno de los temas tratados en el aula.

Más de 4.000 visitas son motivo de satisfacción y de agradecimiento. Como dice un amigo mio: «It takes two for a tango». Todas estas reflexiones no tendrían sentido sin quienes se detienen a leerlas. Gracias por hacerlo. El 2012 ha sido un buen año para El Ojo en El Cielo y desde aquí envío mi deseo de que 2013 sea mejor para todos nosotros. Despidamos el año con la belleza que se merece: remolcado hasta su última morada con la mirada de J. W. M. Turner:

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Gracias a todos.

Le città invisibili

«Inútilmente, magnánimo Kublai, intentaré describirte la ciudad de Zaira, la de los altos bastiones”.

Así comienza uno de los capítulos de un magnífico libro de Italo Calvino, a medio camino entre el relato de viajes y la poesía. En él se narra el encuentro entre Marco Polo y Kublai Khan en la corte de éste último. Ambos mantienen largas conversaciones acerca del mundo que han conocido y describen esas ciudades invisibles a las que se refiere el título. Pero las conversaciones entre Marco Polo y Kublai Khan son imposibles porque ninguno habla la lengua del otro. Sin embargo, a medida que avanza el libro, vemos que las ciudades y los sentimientos que provocan son descritos cada vez con más detalle. Polo y Kublai se comunican con gestos, miradas, con dibujos en la arena, con el tacto de las sedas y las pieles. Se prestan atención, absorben los sonidos que no comprenden y traducen el idioma extraño a partir de un suspiro. Y el lector se abandona a ese juego, descubriendo, con alegría, que él también va comprendiendo mejor con cada página que pasa, el corazón de estos dos hombres.

A veces el uso del lenguaje oral y escrito limita al hombre en su relación con el mundo que le rodea. Quizá un excesivo academicismo ha derivado en que centremos nuestra atención en la palabra, el código abstracto por excelencia, y dejemos de lado otras percepciones. Para captar las sutilezas del lenguaje hablado hay que estar atento a las inflexiones y a los matices, que no siempre se corresponden fielmente con aquello que se dice. Kublai Khan no entiende literalmente las descripciones de Marco Polo, sino que ve a través de los gestos y de los susurros del italiano la huella que esas ciudades han dejado en él. Y viceversa.

Para lograr tal nivel de entendimiento sólo es necesaria una cosa: ponerse en el lugar del otro. Intentar interpretar aquellas emociones que parecen asomar a un rostro, a las manos, a una espalda curvada por un peso invisible. En el libro de Calvino, el viajero de Occidente y el emperador de Oriente ponen en práctica la empatía para satisfacer su curiosidad: el respeto y el interés por el extranjero está empujado por el interés acerca de su vida y sus experiencias. Un interés que derriba todas las barreras que un idioma pueda levantar.

Este proceso es fácil de ver en el diseño gráfico, porque la comunicación es la parte fundamental de su finalidad. Pero quizá es más complicado de ver en el diseño de producto, en el de moda o en el de interiores. O en el arte. En este último caso, el cambio en los elementos de la comunicación ha transformado por completo las relaciones entre las obras y quien las contempla. Hasta el siglo XIX, el artista se esforzaba en realizar un trabajo cuyo mensaje debía ser comprendido con facilidad por aquellos a quienes iba dirigido. Para eso existían unas normas de representación: perspectiva, gradación tonal, dibujo, proporción, etc., que lograban que la obra fuera accesible para la inmensa mayoría pero que, a su vez, limitaba la capacidad de expresión del sentimiento interno del artista. A partir del siglo XIX, el contexto social, político y económico se transformó de tal modo (Revolución Industrial, democracias constitucionales, sufragio, etc.) que potenció el concepto de ser humano como individuo, y no como parte de un colectivo mayor. El arte (y el diseño, por extensión) reflejaron estos cambios en la idea de que las normas establecidas para la representación artística coartaban la libertad del artista para expresarse como individualidad. Y esas reglas comenzaron a romperse, primero de un modo muy sutil (con los pintores del Romanticismo, del Realismo o del Impresionismo o del Simbolismo) para llegar a la ruptura total con lo anterior e inaugurar las vanguardias artísticas a principios del siglo XX.

El arte contemporáneo muestra la inversión de los elementos comunicativos presentes en el arte clásico: ya no hay un código común de expresión, sino que cada artista explora su yo interior intentando buscar el modo de plasmar sus sentimientos, miedos, preocupaciones o denuncias. Ahora es el espectador el que debe hacer el esfuerzo para acercarse a la obra y comprender su mensaje; debe abandonar la molicie de la mirada fácil para escarbar en mensajes que no le llegan de modo claro. Y de este cambio en la comunicación derivan los maniqueísmos en cuanto a comprensión del arte: aquellas personas que captan con facilidad el mensaje tradicional, no están dispuestas, en muchos casos, a intentar comprender la subjetividad del arte contemporáneo; y aquellas que valoran y admiran esa subjetividad, no están dispuestas a reconocer mérito alguno en una obra academicista sujeta a normas.

Marco Polo y Kublai Khan podrían servir de ejemplo a estas dos concepciones del arte, en el sentido de que dos elementos opuestos pueden hallar siempre un elemento común (en su caso, las ciudades que han dejado huella en su alma). La comunicación siempre es posible si se hace desde la empatía: valorar el color rabioso de Krees van Dongen y el aterciopelado de Quentin de La Tour…

El sfumato de Leonardo y la línea cruel de Ludwig Kirchner…

O las proporciones maravillosas de los bronces de Riace y la fuerza del metal de Chillida…

Entender por qué cada uno de ellos, en su época, utilizaron determinadas formas, determinadas técnicas, determinados temas, es el primer paso para abrir la mente a sus mensajes y alejarse del temor a lo desconocido. Ya lo dijo Heráclito de Éfeso en el siglo VI a. C.: «Los perros, en verdad, ladran a quien no conocen».