El Ojo En El Cielo

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Etiqueta: Romanticismo

Nunc dimittis

«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo ir en paz»

Cántico de Simeón – (Lucas 2: 29-32)

La pintura holandesa del siglo XVII se caracterizaba por una representación sincera y absolutamente falta de pretensiones de la realidad circundante. En sus obras se reflejaban escenas cotidianas, retratos, temas religiosos o bodegones cuyo denominador comun era la exactitud. Y esto dio lugar a un arte cercano, que buscaba la perfección de los detalles, accesible a la vez que admirable pero también claramente limitado. A este modelo de pintura se oponía la tendencia más italianizante, heredera la de perfección de Rafael Sanzio y cuya realidad era más bien pictórica, en tanto en cuanto lo representado adquiría ciertos tintes de sublimidad que ciertamente lo alejaban de lo cotidiano y lo convertían en algo memorable. Estas dos corrientes pictoricas completamente opuestas, pero igualmente valoradas por la clientela burguesa de Holanda, confluyeron en un torbellino de aguas bravas nacido en la ciudad de Leyden un 15 de julio del año 1606: se llamaba Rembrandt van Rijn y después de él, el arte no pudo volver a ser igual.

«Genio» es, según la definición del diccionario de la Real Academia Española, la «capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables» y, asimismo, la «persona dotada de esta facultad». Rembrandt cambió el mundo de la pintura, aunque quizá nunca fue consciente de ello. Su visión del arte sólo es comparable a la que tuvieron los artistas de finales del siglo XIX que inauguraron la vanguardia artística; el sentimiento que transmiten sus obras sólo pudo ser captado de nuevo por los pintores románticos doscientos años después. Como dijo Francisco de Goya: «Mis maestros han sido Velázquez, Rembrandt y la Naturaleza». Los genios se reconocen entre sí.

Rembrandt nació en el seno de una familia bastante modesta, pero eso no impidió que sus padres le inscribieran con siete años en la Escuela Latina y que con quince ingresara en la Universidad de Leyden para estudiar Letras. Aunque pronto les quedó claro a los progenitores que los únicos estudios que interesaban a su vástago eran los de pintura. Y consintieron en que entrara como aprendiz en el taller de un afamado pintor local. Tuvo varios maestros, todos ellos seguidores de la corriente italianizante, que se rendían ante la indudable maestría de su discípulo, sobre todo con el dibujo. De hecho, en 1624 y con sólo 18 años abrió su propio taller y pronto admitió aprendices para que le ayudarán con sus encargos.

La imagen muestra un autorretrato pintado por Rembrandt . es un primer plano, con los hombros en tres cuartos y la cabeza girada hacia el frente, mirando al espectador. El fondo es oscuro, al igual que las ropas que lleva y la iluminación, que procede de la parte izquierda nos deja apreciar la mitad de su rostro mientras que la otra mitad estad casi en penumbra. Pulse para ampliar.

Rembrandt van Rijn – Autorretrato (1629)

No tardó en trasladarse a Amsterdam en busca de mayores desafíos creativos y mayores ingresos económicos. Su matrimonio con Saskia, la hija de su socio en la ciudad y marchante, en 1634, dio inicio a una época de bonanza económica tanto por la aportación económica al matrimonio de su esposa como por la abundancia de los encargos.

 - El dibujo, realizado con punta de plata, muestra un plano medio de una mujer joven tocada con una sombrero de paja de ala ancha, adornado con flores. Apoya el rostro en su mano izquierda y no mira directamente al espectador, sino que baja los ojos con timidez. Pulse para ampliar.

Rembrandt van Rijn – Saskia (1633). Bajo el dibujo: «Es el retrato de mi mujer a la edad de 21 años, realizado el tercer día después de nuestro noviazgo , el 28 de junio de 1633»

Rembrandt era un hombre cuyo universo estaba regido por la familia: en sus cuadros abundan los retratos de sus padres (a los que hace posar como modelos para las representaciones de escenas bíblicas), de su hermana y, a partir de su enlace con Saskia, de su mujer.

- La imagen muestra un cuadro en el que aparece una mujer anciana, de cuerpo entero, sentada e inclinada sobre un gran libro abierto por la mitad. Va vestida con ropas amplias y lleva la cabez cubierta con una especie de paño. El fondo del cuadro es muy oscuro y la luz, en tonos dorados, ilumina el libro abierto y la mano que la anciana tiene sobre él y, de algún modo, refleja la luz y posibilita que veamos los rasgos de la mujer. Pulse para ampliar.

Rembrandt van Rijn – La madre del pintor como la profetisa Ana (1631)

Este es uno de los elementos que hace que Rembrandt sea diferente al resto de sus coetáneos. En su obra, lo representado es, en realidad, una extensión de su propio sentimiento, independientemente del tema que aborde. Si los pintores de la época describían la vida que sucedía a su alrededor, Rembrandt reflejaba un mundo que existía dentro de él mismo. Por ello no duda en trasladar el mundo de su familia al lienzo, huyendo de lo puramente pictorico e idealizado para transformar su propia vida en pintura como ningun artista lo había hecho antes. Su carácter extrovertido, jovial y temperamental eran sólo una parte del hombre real: la otra estaba formada por una sensibilidad exacerbada y por el convencimiento de que la felicidad humana es efímera y por ello su representación debe ser siempre contenida.

El cuadro muestra un plano general de un interior oscuro en el que destaca, en primer plano, una cuna de madera donde está un niño dormido. Detrás de él, una mujer se inclina sobre la cuna y levanta las telas que la cubren para comprobar que el niño está efectivamente dormido. la mujer estaba leyendo y sostiene en su mano izquierda el libro abierto. Al fondo, se aprecia la silueta de un hombre que trabaja con sus herramientas. y en la parte superior izquierda, también iluminados, un grupo de ángeles miran hacia abajo, contemplando la escena. Pulse para ampliar.

Rembrandt van Rijn – Sagrada Familia del Hermitage (1645)

Se convirtió en un artista muy respetado. En un maestro reconocido por sus cuadros pero también por sus grabados, técnica en la cual se convirtió en un virtuoso y que le reportó grandes ganancias.

La imagen muestra un grabado en el que sobre un fondo oscuro destacan tres figuras: el sacerdote Simeón, que sostiene en sus brazos a Jesús niño y otro sacerdote del templo de Jerusalén. Ambos están como iluminados por la luz que parece emanar del niño. Al fondo se observan dos figuras más difusas: María, tras Simeón y otro sacerdote entre simeón y su compañero. Pulse para ampliar.

Rembrandt van Rijn – La presentación en el templo (1654)

El grabado era una forma popular de reproducir obras de arte reconocidas (muy pronto se hicieron grabados de las pinturas del propio Rembrandt) aunque también tenían temas propios: estampas cotidianas, religiosas o anecdóticas. A este último apartado pertenecen las imágenes de mendigos, por ejemplo. En la Europa de la Guerra de los Treinta Años, la miseria había hecho que la mendicidad fuera el único modo de subsistencia para muchas familias. Rembrandt se alejó del estereotipo burlesco con el que el tema se trataba por parte de la mayoría de los artistas para dotar de humanidad a aquellos que estaban obligados a pedir caridad para sobrevivir.

 - La imagen muestra un dibujo muy somero, hecho con tiza negra, en el que se ve a un hombre y una mujer vestidos con harapos. cada uno lleva colgado a su espalda, por medio de telas, a un niño. La mujer carga con un bebé y el hombre con un niño más crecido. El hombre se apoya sobre un bastón y lleva en su mano izquierda la correa de un perro que les precede en el camino. Pulse para ampliar.

Rembrandt van Rijn – Pareja de mendigos con niños y perro (1648)

A medida que pasaban los años, los acontecimientos de su vida acabaron cincelando el corazón y la pintura de Rembrandt. La muerte de sus padres, la de todos sus hijos salvo uno, la de su mujer… Todo esto le fue pasando factura en el ánimo. Su extroversión se fue sustituyendo por una reflexión más íntima, más espiritual. Se recuperó en cierto modo con su relación con la joven Hendrickje, que le dio una hija, pero su modo de vida ciertamente derrochador (era un coleccionista compulsivo y un gran comprador de arte) provocó que tuviera que poner en venta la mayor parte de sus enseres y la espléndida casa que se había comprado en Amsterdam.

 - la imagen muestra un dibujo hecho con pincel en el que se aprecia una mujersentada en el suelo con el brazo y la cabeza apoyado sobre un sillón, durmiendo profundamente. Pulse para ampliar.

Rembrandt van Rijn – Hendrickje durmiendo (1656)

A esto se debe añadir la pérdida paulatina del favor del público debido a la evolución de su técnica. La perfección del dibujo que había caracterizado su primera época se estaba transformando en una técnica abocetada que causaba rechazo: los compradores y el público en general criticaban las texturas exageradas (llegaba a aplicar el pigmento con espatula o incluso con los dedos), la incorrección de los contornos, la separación de los colores que sólo parecían componer algo reconocible si se veía a determinada distancia. Una técnica que, a finales del siglo XIX, recuperarían los pintores impresionistas franceses para inaugurar el arte de vanguardia.

 - El cuadro muestra un buey colgado de una viga por las patas traseras y abierto en canal. Está representado a base de pinceladas grandes y separadas entre sí, como si fuera un boceto y no una obra terminada. Pulse para ampliar.

Rembrandt van Rijn – Buey desollado (1655)

Esta evolución de la pintura de Rembrandt va en paralelo con la mayor espiritualidad de sus cuadros. De algún modo, los personajes que aparecen en ellos miran hacia dentro de si mismos y nos obligan a nosotros a invadir su intimidad. La oscuridad predominante se ve rota por un haz de luz intensa, líquida, como oro fundido, que transforma la realidad del cuadro en un mundo propio, como si se tratase de un planeta rectangular habitado por seres cuya introspección nos hace contemplarles en silencio para no perturbar su reflexión.

La muerte de Hendrickje y la de Titus, su hijo, a causa de la peste, hundieron a Rembrandt. En su último autorretrato, pintado el mismo año de su muerte, el pintor nos mira, pero no nos ve. Y podemos intuir toda la tristeza que se ha ido acumulando en su interior, aunque no podamos ni siquiera imaginarla.

El cuadro muestra un primer plano del pintos, con el rostro girado hacia el espectador. La mirada aparece perdida y triste. Sus rasgos, abotargados. Y la boca se curva ligeramente hacia abajo. El fondo está en penumbra y la figura aparece iluminada desde la parte superior izquierda, aunque apenas podemos distinguir bien el rostro. Pulse para ampliar.

Rembrandt van Rijn – Autorretrato (1669)

Ente los muchos temas religiosos que Rembrandt plasmó en sus obras hay uno que se repite con frecuencia, tanto en cuadros como en grabados o dibujos. Es la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén, y más concretamente, el momento en el que el anciano y ciego sacerdote Simeon, llora de felicidad al sostener al niño en sus brazos porque se da cuenta de que es el Mesías y que el Señor le ha permitido vivir hasta ser testigo de ese momento. Entonces entona un cántico en el que dice a Dios que ya puede llevarle junto a Él.

El cuadro muestra al anciano Simeón sosteniendo en brazos a Jesús y entonando el cántico. Las figuras están muy oscuras, son apenas perceptibles y la luz no parece iluminar a ninguna de ellas. Pulse para ampliar.

Rembrandt van Rijn – Presentación en el templo (1669)

Cuando el 4 de octubre de 1669 falleció Rembrandt, en el caballete de su estudio se halló este cuadro inacabado en el que se podía ver a Simeon llorando y cantando con Jesús en brazos. Quizá el pintor, agotado por la tristeza, sólo tenía en mente las palabras del anciano sacerdote:

«Nunc dimittis seruum tuum, Domine».

Ahora, Señor, ya puedes llevarme.

El hombre solo

Taciturno. De talante sombrío. Melancólico. Pero también apasionado, independiente, divertido, amable. Amigo excepcional de sus amigos y lleno de ternura para con los niños o su familia. Sensible hasta el dolor ante el sufrimiento humano y la majestuosidad de la naturaleza.

Un romántico. Y un artista fuera de lo común.

Caspar David Friedrich (1774-1840) es el paradigma del paisajista romántico. Pero, en realidad, es mucho más que eso. Es un artista que, partiendo de los presupuestos académicos más estrictos y de su absoluto dominio de las reglas de la representación pictórica, las desafía y las transgrede para expresar el tumulto de sensaciones que hierven en la sangre de aquel que puede ver la belleza más sublime en el extremo difuso de un jirón de niebla y que intenta expresarlo en forma de línea o pincelada.

La pintura y los dibujos de Friedrich son el mejor ejemplo de cómo el paisaje alcanza en el siglo XIX la categoría de tema por excelencia en el arte. Hasta entonces, la pintura de la Naturaleza no había sido sino un género menor que, en muchos casos, se limitaba a ofrecer el marco general en el que transcurría una acción histórica o mitológica. El Romanticismo, a través de figuras como Friedrich, reivindicó la plasmación de la Naturaleza no como un ejercicio de dominio del dibujo y de las leyes de la perspectiva sino como la representación metafórica de un ideal de belleza, de un canto al sentimiento de individuo o como un homenaje a a divinidad.

El amor de Friedrich por el paisaje puede proceder de sus años de formación en Copenhague, donde el dibujo de Naturaleza se consideraba una de las herramientas básicas para conseguir el dominio de la técnica académica. Friedrich destacó siempre por la delicadeza y la sencillez en sus obras con lápiz: con una línea tenue era capaz de transmitir el frescor de un prado o de un arroyo; la luminosidad de un rayo de sol; la fuerza de la roca abrupta que perfila el precipicio.

La Naturaleza en Friedrich tiene un elevado componente místico: su belleza sobrepasa siempre al individuo, le abruma, le deja sin palabras y le hace volverse hacia su interior. Como el monje que, a orillas de un mar plomizo y encrespado, sirve igualmente de escala de la grandeza del paisaje y de representación de la meditación melancólica sobre la propia existencia:

En muchos paisajes de Friedrich aparece la figura humana. Pero casi siempre de modo anónimo, marcada por el contraluz, de espaldas al espectador, como si de algún modo le invitara a acompañarla en el descubrimiento de las magia de una noche de luna llena donde las palabras sobran y una mano en el hombro del amigo es el mejor modo de expresar la reverencia que produce esa visión:

El temperamento solitario y gruñón de Friedrich se suavizó tras su matrimonio tardío con Caroline Bommer, una joven veinte años menor que él de carácter alegre, llena de energía y amabilidad que constrastaba con la melancolía y los frecuentes retraimientos del pintor, que a su callada manera, agradecía la mera presencia de Line (como él la llamaba cariñosamente) a su alrededor. Uno de sus cuadros más hermosos (y más copiados) es aquel en el que la mujer aparece absorta mirando a través de la ventana de su casa de Dresde mientras al fondo se observa el mástil de una de las barcazas que remontaba el río Elba. La habitación, austera y desprovista de cualquier elemento accesorio, sirve como marco del sentimiento de placidez que aquel hombre taciturno sentía en su nuevo entorno doméstico:

No puede entenderse la pintura contemporánea sin el aporte de sentimiento que Caspar David Friedrich supo trasladar a cada una de sus obras. Su sensibilidad exacerbada se capta de un simple vistazo. Sus paisajes, sus figuras, sus trazos de lápiz no son meros modos de reproducir la belleza. Son belleza en sí. Friedrich vivía para poder dejar salir ese torrente de creatividad a través de su mano. Cuando, tras dos ataques de aplopejía, fue incapaz de trabajar, sólo podía «llorar como un niño», tal y como contaba un conocido suyo después de visitarle. El arte había hecho soportable su vida y le había servido como medio de exorcizar dolorosos recuerdos, como el que siempre le atormentó hasta su muerte: cuando tenía catorce años estuvo a punto de morir ahogado al romperse bajo sus pies el hielo del lago sobre el que jugaba. Su hermano mayor corrió a ayudarle, logró sacarle del agua pero murió ahogado sin poder salvarse él. Friedrich vio como su hermano quedaba atrapado sin vida bajo el hielo. En su cuadro «El naufragio entre los hielos» suele comentarse cómo Friedrich representa una noticia más o menos contemporánea (las expediciones del inglés William Parry en busca de un paso navegable por el Ártico), o cómo expresa de modo metafórico y rotundo el poder de la Naturaleza sobre el ser humano:

Pero sabiendo del alma triste y hermosa de aquel hombre solo, quizá sea más sencillo ver en esas placas heladas que se elevan hacia el cielo un túmulo funerario, hecho con pinceladas, en honor al hermano perdido.