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El caballero de la Espuela Dorada

Roma es la Ciudad.

Así lo decidieron sus habitantes hace más de 2.500 años y nadie ha podido rebatirlo. Sus fortificaciones se desmoronaron después de haber conquistado el mundo; sus palacios se cubrieron de maleza y se transformaron en grutas oscuras; sus templos acabaron por no ser más que armazones de piedra cuyas columnas semejaban el esqueleto de algún coloso antediluviano caído. Del más del millón de habitantes que la poblaban a finales del siglo IV su censo pasó a apenas 50.000 personas tras las invasiones bárbaras. Y, aún así, siguió siendo la Ciudad.

Durante toda la Edad Media el Imperio Romano fue el modelo a seguir por aquellos estados que deseaban copiar las glorias del pasado. Y para ello no sólo tomaban como referencia las instituciones, la legislación o la literatura romanas sino que intentaron imitar su arte y su arquitectura. Y esos continuos esfuerzos por entender las formas artísticas y su uso provocaron que a principios del siglo XV comenzara esa nueva etapa en el arte a la que se denomina Renacimiento. Si en el siglo XV el Renacimiento pertenece a Florencia, a Siena o a Umbría, en el siglo XVI el arte y el poder se alían para que la Ciudad resurja de sus cenizas como el ave fénix. El arte de los cientos de artistas de renombre que fueron llamados a Roma por el poder espiritual más poderoso de la Tierra: la Iglesia Católica. Comenzó así un proceso de reconstrucción y afianzamiento de los antiguos monumentos y de la edificación de otros nuevos que volvieran a dotar a la ciudad del esplendor que parecían haberle arrebatado los siglos de oscuridad. Fue un proceso lento, que se prolongó durante siglos y que sólo culminaría a primeros de agosto de 1871, cuando la Ciudad fue nombrada (a pesar de los intentos papales por retenerla para sí) capital del nuevo Reino de Italia.

El resurgimiento de Roma como centro del universo estuvo muy vinculado a la difusión de imágenes que reproducían sus restos arqueológicos y, de alguna manera, evocaban el antiguo esplendor a imitar. Antes del siglo XVI, el modo más efectivo de conocer el arte de la Antigüedad era viajar hasta el lugar donde se encontraban las ruinas. A partir de entonces, una nueva técnica de reproducción de la imagen, el grabado calcográfico, haría llegar los detalles de las construcciones, ornamentaciones e incluso inscripciones romanas hasta los lugares más alejados de Europa. Y esa técnica, de la mano de grandes artistas, acabó por devolver al mundo la fascinación por Roma.

Giovanni Battista Piranesi (1720-1778) fue quien, con sus volúmenes de grabados sobre vistas de la Roma antigua y moderna y con sus estudios arqueológicos sobre las ruinas de la ciudad y los alrededores, más contribuyó a que Roma volviera a ser lo que un día había sido. Y esa, además, fue su intención desde el principio. Desde el día en que, con veinte años recién cumplidos, pisó por primera vez las calles de lo que se convertiría en el objetivo de su existencia.

Piranesi había nacido en Venecia. Desde muy joven comenzó a formarse como arquitecto con su tío (que era el encargado de la construcción de los diques de contención de la laguna veneciana), añadiendo a esa experiencia la de su padre (maestro cantero y supervisor de obras) y los consejos de su hermano, monje cartujo con una gran formación clásica. Su referente estilístico era Andrea Palladio, arquitecto de finales del siglo XVI, cuya obra se caracteriza por la sobria reinterpretación de la arquitectura clásica (producto de un concienzudo estudio de las construcciones romanas) que no la exime de resultar, aún hoy en día, tremendamente contemporánea en sus planteamientos y en su estética:

Andrea Palladio - Dibujo con el alzado y  la sección del Panteón de Agripa (Roma) - La imagen muestra un dibujo en el que se muestran, uno sobre otro, los dibujos del alzado exterior y dos secciones del Panteón de Agripa en Roma, edificio del siglo I a.C., reformado en el siglo II d.C. y que estaba dedicado al culto de todos los dioses de la religión romana. Es de planta circular y su cúpula de hormigón, de 43,44m, no pudo ser superada, constructivamente hablando, hasta la llegada de la Revolución Industrial. Pulse para ampliar.

Andrea Palladio – Dibujo con el alzado y la sección del Panteón de Agripa (Roma)

Andrea Palladio - Palazzo Chiericati (1550) - Vicenza - La imagen muestra el exterior, desde una esquina, del palacio. Tiene dos alturas y cada piso está adornado con columnas que forman pórticos en el frente, mientras que en el lateral, cuyo muro es macizo, se aprecia que, en realidad, hay tres pisos, que quedan disimulados en el frente por la doble columnata superpuesta. Pulse para ampliar.

Andrea Palladio – Palazzo Chiericati (1550) – Vicenza

Piranesi llegó a Roma en 1740 formando parte del cortejo del embajador veneciano Marco Foscarini ante el nuevo Papa, Benedicto XIV, que aún no había decidido qué orientación estética iba a tomar en cuanto al mecenazgo artístico, lo que provocaba que los artistas residentes en Roma pulularan por la corte papal intentando ganarse el favor del nuevo pontífice. Piranesi era uno de esos artistas. Intentó buscar trabajo como arquitecto, pero no aparecía ningún encargo. Vagaba por la ciudad descubriendo a cada paso maravillas enterradas que le reafirmaban en el convencimiento de que aquel lugar era por derecho propio el centro del mundo, del espiritual, del terrenal y del artístico. Todo lo que un artista quisiera o necesitara saber estaba allí.

La necesidad de encontrar trabajo le hizo aprender el arte del grabado de la mano del mejor artifice de la ciudad, Giuseppe Vasi, aunque terminaron enfrentándose debido al carácter temperamental de Piranesi y unas desavenencias con respecto a la técnica. Aún así, antes de su distanciamento, produjo una serie de grabados en los que ya apuntaba el gran dominio que iba a tener sobre esa técnica. Pero tuvo que interrumpir su formación en 1743: su patrón, el embajador Foscarini, regresó a Venecia. Y, al no haber encontrado ningún trabajo en Roma, Piranesi debió retornar con él.

Durante cuatro años estuvo viajando (es probable que visitara las ruinas de Herculano, cerca de Nápoles) y perfeccionando su técnica como grabador. Trabajó para Giuseppe Wagner, editor y grabador alemán establecido en Venecia, y eso le permitió regresar a su amada Roma y establecer un taller y una tienda en la Via del Corso (una de las calles más frecuentadas por los turistas que visitaban la ciudad y que eran los clientes perfectos para sus grabados que reproducían los principales reclamos artísticos de Roma). En 1748 se publicó la primera edición de su colección de vistas dedicadas a los monumentos de Roma: Antichità romane de´tempi della Repubblica e de´primi imperatori. Combinaba este trabajo más arqueológico con una serie de ilustraciones en las que representaba arquitecturas fantásticas y que pronto tuvieron un enorme éxito: son sus Carceri d´invenzione, las «cárceles imaginarias», cuya estética se ha reproducido hasta la saciedad tanto en descripciones literarias como en ambientaciones cinematográficas.

Giovanni Battista Piranesi: "Carceri d´invenzione" (Cárceles imaginarias) - Carcel III "La torre circular" (1750) - La imagen muestra un interior bastante oscuro, iluminado por ventanas situadas en la parte superior, en donde se aprecia una gran torre circular en la parte central a partir de la cual salen diversas escaleras y pasarelas que llevan a otros lugares que apeneas se aprecian por la oscuridad. El conjunto es como un juego de perpectivas que da a la prisión un carácter de laberinto agobiante. Pulse para ampliar.

Giovanni Battista Piranesi: «Carceri d´invenzione» (Cárceles imaginarias) – Carcel III «La torre circular» (1750)

Giovanni Battista Piranesi - "Carceri d´invenzione" (Carceles imaginarias) -  Carcel XI "El arco decorado con una concha" - La imagen muestra un subterráneo oscuro iluminado por ventanas situadas en la parte superior. Esa iluminación permite apreciar una serie de bóvedas, arcos, pasarelas y escaleras que se entrecruzan de forma laberíntica. Dos figuras humanas apenas perceptibles situadas en la parte inferios izquierda nos dan idea de las gigantescan proporciones de la construccion. Pulse para ampliar.

Giovanni Battista Piranesi – «Carceri d´invenzione» (Carceles imaginarias) – Carcel XI «El arco decorado con una concha»

La fama como grabador de Piranesi iba creciendo cada día y eso le permitía continuar sus investigaciones sobre la arquitectura y la ornamentación romanas. Aún así, deseoso como estaba de llevar a cabo su proyecto de reconstruir Roma para que recuperara su esplendor, no dejaba de buscar mecenas que financiasen sus empresas. Creyó encontrar uno adecuado en el noble escocés James Caulfield, conde de Charlemont, quien accedió a patrocinar lo que él creía que iba a ser un volumen sencillo de vistas pintorescas sobre monumentos funerarios romanos. Con lo que no contaba Charlemont era con el entusiasmo febril de Piranesi, que le presentó una magna obra, las Antichità Romane, nada menos que en cuatro volúmenes y cuyo coste era bastante superior a lo inicialmente pensado por el escocés, que se echó atrás en el patrocinio, dejando a Piranesi compuesto y sin mecenas y con un enfado tan monumental como sus queridas ruinas. Y para ejemplificar su desaire, al arquitecto no se le ocurrió otra cosa que borrar el nombre del fallido benefactor de la portada de su obra y dedicársela con gesto grandioso al pueblo de Roma. Genio y figura.

Giovanni Battista Piranesi: "Antichità romane", Vol. II - "Panteón" (1756) - La imagen muestra una vista exterior del Panteón de Agripa en Roma, templo de planta circular, cubierto con una cúpula y que tiene adosado en el frente un pórtico de ocho columnas de orden compuesto. También se muestra parte de los terrenos y edificaciones que le rodean, así como varias figuras humanas que sirven para apreciar la escala del edificio. Pulse para ampliar.

Giovanni Battista Piranesi: «Antichità romane», Vol. II – «Panteón» (1756)

Si se piensa que esos cuatro volúmenes de grabados habían implicado años de observaciones, de trabajo, de investigaciones de todos los restos arqueológicos de Roma y alrededores (incluidos algunos que permanecían ocultos en propiedades privadas), de expediciones peligrosas a través de grutas y subterráneos, es fácil entender la frustración y la ira de Piranesi al comprobar que aquel aristócrata no tenía la altura intelectual necesaria para comprender su empresa y su significado.

Giovanni Battista Piranesi - "Vedute di Roma": Pirámide de Cayo Cestio (1778) - La imagen muestra el monumento en forma de pirámide de Cayo Cestio en Roma. A su lado pueden apreciarse restos de murallas y edificios cubiertos de maleza. Pulse para ampliar.

Giovanni Battista Piranesi – «Vedute di Roma»: Pirámide de Cayo Cestio (1778)

La situación pareció cambiar en 1758, con la llegada del nuevo Papa Clemente XIII. Éste se mostró más inclinado a valorar las ideas de Piranesi, además de admirar su trabajo como grabador. El patronazgo del Papa le permitió continuar sus trabajos arqueológicos pero, además, supuso la comisión de obras arquitectónicas: en 1762 le encargaron la restauración del coro de la catedral de Roma, San Juan de Letrán, aunque por problemas de presupuesto no llegó a materializarse; y en 1764 dirigió las obras de restauración de la iglesia de Santa María del Priorato, perteneciente a la Orden de los Caballeros de Malta. El beneplácito del nuevo Papa supuso también la llegada de reconocimiento y honores para Giovanni Battista Piranesi: fue admitido como miembro en la Academia de San Lucas y, en 1767, nombrado caballero de la Espuela Dorada, la más antigua de las órdenes pontificias, que se otorgaba por contribuir a la gloria de la Iglesia.

Giovanni Battista Piranesi: "Vedute di Roma" - Piazza Navona (1778) - La imagen muestra una vista de la plaza Navona en Roma, con sus fuentes y principales edificios, donde destaca la iglesia de Sant´Agnese in Agone. Pulse para ampliar.

Giovanni Battista Piranesi: «Vedute di Roma» – Piazza Navona (1778)

Giovanni Battista Piranesi murió en 1778 tras una larga enfermedad producida por la prolongada e imprudente exposición a los vapores producidos por los los ácidos utilizados en las planchas de grabado. Fue enterrado en la iglesia de Santa María del Priorato, su único proyecto arquitectónico. Tras su muerte, su hijo se hizo cargo del taller y de la tienda y sus colecciones de vistas y de ilustraciones arqueológicas se siguieron vendiendo en la imprenta Piranesi. Tras el fallecimiento de su hijo, las planchas originales fueron compradas por el impresor y tipógrafo francés Firmin Didot  que continuó imprimiendo y vendiendo sus grabado con gran éxito.

Piranesi fue, sin duda, quien provocó que el interés por la Antigüedad clásica a través de la arquitectura romana tuviera un referente visual en el que se apoyaran todos los arquitectos y artistas que acabarían por conformar el estilo Neoclásico. Roma siempre ha sido la Ciudad. Ocupa por derecho propio su lugar en el centro del orbe. Un lugar marcado a buril y a ácido sobre más de 2000 planchas de cobre por Giovanni Battista Piranesi, caballero de la Espuela Dorada.

Felice Polanzano - Retrato de Giovanni Battista Piranesi (grabado - 1750) - La imagen muestra un grabado en el que, en plano medio y visto desde abajo, se aprecia el busto desnudo de Piranesi, mirando con gesto un tanto airado al observador., sobre un fondo de nubes. En la parte inferior, una losa de piedra con la inscripción "Piranesi, arquitecto veneciano" grabada sobre ella. Pulse para ampliar.

Felice Polanzano – Retrato de Giovanni Battista Piranesi (grabado – 1750)

Fábula de Venecia

«Her sunny locks
Hang on her temples like a golden fleece.»

(The Merchant of Venice – William Shakespeare)

En el principio, Venecia no era importante. En absoluto. La perla del Adriático era su vecina Rávena, sede de la flota imperial romana, llena hasta el techo de obras de arte, mansiones, patricios, legiones… Hasta que llegó el siglo V d.C. con sus bárbaros. El Imperio Romano de Occidente tembló, primero un poco, después bastante más, y finalmente se derrumbó mientras las hordas invasoras saqueaban las riquezas del césar. Las principales ciudades estaban en su punto de mira, con Roma a la cabeza. La población huyó despavorida. La capital del Imperio pasó de tener millón y medio de habitantes a apenas contar con 50.000. La orgullosa Rávena también sucumbió a la sed germánica y su población se vio obligada a huir.

Pero ¿huir adónde? La mayoría de la población se refugió en pequeños asentamientos surgidos alrededor de las villas romanas de los aristócratas, que ofrecían protección frente a los saqueos a cambio de mano de obra en sus tierras, comenzando así la relación económico-social que se conocería como feudalismo. Pero también hubo quien decidió asentarse en un lugar nuevo, fuera del alcance del invasor. Es entonces cuando, en medio de una laguna pantanosa, apareció Venecia.

El archipìélago de 118 islas en medio de la laguna ofrecía un lugar a salvo de los bárbaros. No tanto por el temor de éstos al agua sino porque la misma formaba fosos defensivos naturales para los núcleos de población que iban aumentando con el tiempo. El avance del Imperio Romano de Oriente recuperándo Rávena de las manos de los ostrogodos, llevó a Venecia al bando de los bizantinos. Y bajo su influencia quedó durante gran parte de la Edad Media. En este periodo se desarrolló la faceta comerciante y marinera que la convertirían, ahora sí, en la joya del Adriático, en la escala imprescindible de las rutas comerciales mediterráneas y en sede de un imperio económico y cultural cuya inmensa influencia cabía en una pequeña ciudad.

Hay poca gente que no conozca Venecia. Y no porque la haya visitado, sino porque desde el siglo X ha estado en boca (y en los ojos) de Occidente. Incluso antes de que a través de los grabados, dibujos, fotografías, imágenes televisivas o internet se pudiera ver la fisonomía de la ciudad, Venecia ya era famosa. Se la conocía hasta en China, desde que un comerciante de la ciudad, Marco Polo, viajara hasta allí y residiera en la corte de Kublai Khan durante varios años. Como compensación, Polo trajo a Europa numerosas noticias de aquel país lejano que en muchos casos se consideran fantasías. Aunque hay una que es completamente cierta: Venecia fue el primer lugar de Occidente que escuchó la palabra porcelana para referirse a la extraordinaria cerámica que se hacía en China. Así la llamó Polo y así la seguimos denominando hoy en día.

Hay tantas Venecias como personas que la hayan visto o hayan oído hablar de ella. Hay Venecias literarias, como la de Shakespeare, que la hizo escenario de dos de sus grandes dramas: Otelo y El Mercader de Venecia.

http://www.youtube.com/watch?v=UrIc3eINXT4

http://www.youtube.com/watch?v=mdbzRtxVtns

También es la de las comedias de Carlo Goldoni o las memorias de Giacomo Casanova y de Lorenzo Da Ponte, el genial libretista de las óperas de Mozart. O la que describió Thomas Mann en Muerte en Venecia. Está la Venecia que es la patria de la hermosa y valiente Capitán Tormenta de Emilio Salgari. O la que muestra su cara más criminal en las novelas de Donna Leon protagonizadas por el inspector Brunetti.

Hay Venecias artísticas: tantas como épocas en las que se pueda dividir la Historia del Arte. Paseando por sus calles y plazas encontramos desde el Bajo Imperio Romano de sus Tetrarcas hasta el Rococó del Teatro La Fenice, pasando por el gótico de sus palacios:

…La robustez renacentista de las esculturas de Verrocchio, la perfección de la arquitectura de Palladio, la luz sublime y arrebatadora de las pinturas de Giacomo Bellini:

… La atmósfera dorada de Tiziano, Tintoretto y Veronés, las escenas bulliciosas de Francesco Guardi o Canaletto…

Pero también hay Venecias musicales: las de Giovanni Gabrielli, Tomasso Albinoni (sí, el del Adagio que interpretan todos los músicos callejeros, ese mismo). La de Antonio Vivaldi, la de Alessandro Marcello… Y, cómo no, la de Charles Aznavour:

http://www.youtube.com/watch?v=NCRm2t2tpB0

http://www.youtube.com/watch?v=PEzuXJ0rOJM

http://www.youtube.com/watch?v=vE2O_yfgtBU

http://www.youtube.com/watch?v=LVq4y-RdGWE

También podríamos hablar de la Venecia cinematográfica. Esa que todos los finales de agosto celebra uno de los grandes festivales de cine europeos y que se acicala con alfombras rojas y estrellas de cine. La que vio nacer a Terence Hill. O la que ha fascinado a cineastas diversos, que la estilizan aún más en su belleza y contribuyen a perpetuar su renombre. Es la Venecia de Visconti o la de Woody Allen. Pero también la tierna y cómica de Alberto Sordi y Dino Risi o la enérgica de James Bond (ya fuera interpretado por Roger Moore o por Daniel Craig):

http://www.youtube.com/watch?v=36QBU474nqM

http://www.youtube.com/watch?v=pI1QjQmMwx0

http://www.youtube.com/watch?v=GShKJIcRlow

http://www.youtube.com/watch?v=5DyvHwBl9vI

Venecia, la reina de los mares, se hunde cada vez más en el fango de su laguna, bajo el peso de los siglos, los monumentos y los más de 15 millones de bulliciosos visitantes que pisan con fuerza su suelo. Es una dama anciana resignada a su destino sumergido, condenada a convertirse en un tesoro submarino. Pero aún existe otra Venecia, aquella que sólo se puede conocer en soledad, con plazas vacías y calles silenciosas que mueren en patios desiertos desde donde se puede escuchar el golpear rítmico del agua en la piedra y donde resuena el eco de pasos que se alejan presurosos. Es tan real (quizá más) que la Venecia que se extiende al otro lado de la frontera del turismo. Es la Venecia que dibujó Hugo Pratt en su Fábula de Venecia. Es la ciudad que, ante nuestros ojos, deja de ser una anciana señora para transformarse en una bella y misteriosa mujer, cuyos luminosos cabellos caen sobre sus sienes como un vellocino de oro, tal y como declamaba Bassanio en la cita de El Mercader de Venecia que abría este post. Unos cabellos del color de la luz que tan bien reflejaron Bellini, Tiziano o Veronese y cuya belleza persiguió a Corto Maltés allá donde fuera.