El Ojo En El Cielo

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No es país para viejos

«That is no country for old men. The young

in one another’s arms, birds in the trees

– those dying generations – at their song,

the salmon-falls, the mackerel-crowded seas,

fish, flesh, or fowl, commend all summer long

whatever is begotten, born, and dies.

Caught in that sensual music all neglect

monuments of unageing intellect.”

W. B. Yeats: «Sailing to Byzantium» (1926)

Hay un lugar donde nadie envejece jamás. Donde las historias comienzan y terminan sin que el tiempo haya pasado. Un lugar al que volvemos cuando ya no tenemos a donde ir. Un país con tantos paisajes y habitantes como cuentos narrados al caer el sol.

Todo el mundo recuerda una fábula escuchada en la niñez y se asombra de la nitidez de las sensaciones que despiertan a pesar del tiempo transcurrido: la seguridad que daba la voz que desgranaba la historia y que invitaba al sueño; la tristeza y la angustia provocadas por las desgracias de los protagonistas; la emoción ante las peripecias de la narración; la alegría por el final feliz, generalmente acompañado de una perdiz; y, cuando los cuentos se materializaban en libros, éstos se llenaban de imágenes que, intercaladas entre las páginas, nos hacían ver los magníficos vestidos de los príncipes y los harapos de los mendigos; los salones de los palacios y las cabañas ocultas en el bosque oscuro; y los gigantes, dragones y sirenas que asomaban de entre el papel.

Pocos tienen la capacidad de plasmar en imágenes el mundo de los cuentos de modo que, pasado el tiempo -ese que nunca transcurre cuando leemos las historias-, sigan atrapando al lector como el día aquel en fueron niños. Hubo un hombre que sí lo consiguió. Fue un francés enamorado de Inglaterra que se hizo amigo del más grande poeta irlandés y que se llamaba Edmond Dulac.

Dulac nació en Tolouse (Francia) en 1882. Hijo de Pierre Henri Aristide Dulac y Marie Catherine Pauline Rieu, su familia era un ejemplo típico de la burguesía francesa acomodada de finales de siglo. Edmond creció siendo un joven introvertido pero con un gran talento para el dibujo. Fascinado por el nuevo estilo Art Nouveau, con 16 años era capaz de realizar trabajos casi profesionales imitando a los grandes cartelistas y pintores de la época, lo que despertaba la admiración de amigos y familiares. Pero el arte no era considerado una profesión, sino una afición. Una vez terminados sus estudios en el Liceo de Tolouse, Edmond comenzó a estudiar Derecho en la universidad de su ciudad. Pero no pudo aguantar más de dos años: dejó los estudios de Leyes y se decidió a ingresar en la Escuela de Bellas Artes para seguir aprendiendo a hacer aquello que amaba: dibujar. El trabajo académico de Edmond en la Escuela de Bellas Artes fue excepcional: ganó el primer premio de los concursos anuales de estudiantes en 1901 y 1903. Allí también descubrió las ilustraciones de Vincent Aubrey Beardsley, Edward Burne-Jones o William Morris. Admiraba profundamente el arte inglés, sobre todo a los pintores prerrafaelitas y los románticos. En 1903, fruto de su excelente trabajo, obtuvo una beca para asistir durante tres semanas a la Academia Julien de París, la misma donde hacía casi veinte años había estudiado uno de los grandes artistas del Art Nouveau, Alfons María Mucha.

Edmond se quedó en París más de esas tres semanas que le permitía la beca. Descubrió un mundo lleno de artistas, de música, de mujeres… El muchacho introvertido de apenas 21 años se enamoró locamente de una americana aficionada al arte llamada Alice May de Marini, trece años mayor que él. El matrimonio no duró mucho: a las pocas semanas se divorciaron y quizá eso fue el detonante para que Edmond decidiera trasladarse, en 1904, a su admirada Inglaterra. Dulac se estableció en Londres, cambió la grafía de su nombre para adaptarlo a su pronunciación inglesa y decidió hacerse un hueco en el mundo del arte y de la ilustración londinense. Edmund (ahora su nombre lo escribía así) se apresuró a ingresar en el Sketch Club, una asociación de dibujantes e ilustradores fundado en Chelsea en 1898 (del que era miembro también James Pryde, uno de los Beggarstaff Brothers) y en el que buscaba contactos que le permitieran desarrollar una labor profesional en Inglaterra. Pronto consiguió esos contactos. El mismo año de su llegada recibió el encargo de ilustrar las obras de las hermanas Brontë y pronto estableció un acuerdo con la Galería de Arte Leicester para vender sus obras a cambio de una comisión.

La imagen muestra una ilustración a color. En primer plano aparece un hombre elegantemente vestido sentado en una cerca de madera. Está cabizbajo y parece pensativo y melancólico. Su sombrero y su bastón están en el suelo ante él . Al fondo se ve la figura de una mujer joven vestida de negro que le mira con curiosidad. Todo ello parece ocurrir al ocaso ya que en último plano se adivina entre los árboles el sol poniéndose en el horizonte. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – Ilustración para «Jane Eyre» de Charlotte Brontë (1904)

Al poco tiempo, fue contratado por la editorial Hodder & Stroughton para realizar las ilustraciones de sus ediciones de lujo: Las mil y una noches (1907), La Tempestad de W. Shakespeare (1908) y Rubáiyat de Omar Khayyam (1909).

La imagen muestra un paisaje en el que se aprecia un lago a la izquierda. En primer plano y de espaldas al espectador está una pareja vestida con ropas árabes. El hombre está recostado sobre una roca y no podemos verle el rostro. La mujer apoya su espalda sobre el tronco del árbol que está a su lado y mira embelesada al hombre. Los colores son suaves y agradables y la luz es cálida, como indicando que es el fin del día. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – Ilustración para «Las mil y una noches» (1907)

A pesar del interés que despertaba en él el arte oriental, sus obras muestran un concepto totalmente tradicional del espacio y la forma, poniendo la nota exótica los detalles minuciosos con los que Dulac caracterizaba elementos como el entorno o el vestuario de sus figuras y que aún hoy en día hacen de sus ilustraciones un espléndido viaje a través del color y de la forma.

La imagen muestra una escena en la que aparecen un hombre maduro, con una larga barba blanca y vestido con una túnica larga. Frente a él hay una muchacha joven, su hija, que se dirige a él poniendo las manos en su pecho y mirándole con gesto implorante. El hombre extiende su brazo derecho sobre el hombro de la joven . Ambos están delante de un árbol retorcido y sin hojas que se yergue ante una costa abrupta. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – «No he hecho más que protegerte» (Ilustración para «La Tempestad» de W. Shakespeare, 1908)

Fue por ello que el trabajo de Dulac pronto se hizo famoso en el mundo de la ilustración editorial por la novedad de su estilo y de su resultado.

La imagen muestra a una mujer joven, vestida a la manera árabe, que baja por las escaleras de una casa de paredes blancas. Lleva sobre su hombro izquierdo un ánfora (se supone que de vino). Los tonos de la ilustración son apagados, el cielo y los muros de la casa tienden al gris. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac: «Filtrandose en la sombra, una silueta de ángel» – Ilustración para «La magia de la viña», quinta rubaiyat de Omar Khayyam (1909)

A finales del siglo XIX los métodos de impresión utilizados para carteles e ilustraciones no reproducían fielmente los colores utilizados por los artistas y éstos solían utilizar una gruesa línea negra para separar los campos de color. Esto otorgaba a las imágenes un aspecto de vidriera, muy ornamental pero también muy característico. En 1905 se generaliza en Europa (en Estados Unidos lo hizo unos años antes) la técnica de impresión en cuatricromía sobre papel, lo que permitía una impresión con un estilo mucho más pictórico al no tener que estar, obligatoriamente, supeditado a la utilización de la línea. Dulac utilizó este nuevo método desde un principio y eso le convirtió en un innovador dentro de la industria editorial. Su éxito le llevó a ser citado en la publicidad, como en este anuncio en prensa de la casa de modas parisina Paul Poiret en la que la caricatura del diseñador hecha por Dulac ocupa un lugar destacado:

La imagen muestra un anuncio de un periódico. Es de formato rectangular vertical y consta, en su mayor parte, de una fotografía de una modelo que luce un vestido creación del diseñador. En la parte superior izquierda del anuncio,  encerrado en un círculo, aparece el dibujo caricaturesco de Poiret, tocado con un bombín y anteojos. Un texto explica que esa caricatura fue realizada por Dulac en 1991. Pulse para ampliar.

Anuncio en prensa de la casa de modas Paul Poiret. En la parte superior, caricatura del diseñador hecha por Edmund Dulac en 1911.

La amistad de Dulac con Edmund Davis, un filántropo y coleccionista, le introdujo en los círculos literarios e intelectuales londinenses. Gracias a él trabó amistad con el pianista Arthur Rubinstein y al poeta irlandés William Butler Yeats, que se convertiría en uno de sus mejores amigos. En 1911, Dulac se casó con Elsa Arnalice Bignardi, una violinista inglesa de ascendencia alemana e italiana y siguió realizando trabajos para Hodder & Stroughton como las ilustraciones para los Cuentos de Andersen (1911).

La imagen muestra a dos personajes en una escalinata de mármol que desciende hasta el mar. En pie, apoyado en una columna, está un hombre vestido con ropas lujosas. Sentada en el último de los escalones, con los pies aún sumergidos en el mar, está una muchacha desnuda, que cubre su cuerpo con algas de color marrón y que alza la vista hacia el hombre con una expresión de tristeza. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac: «El príncipe le preguntó quién era y cómo había llegado hasta allí» – Ilustración para «La Sirenita» en «Cuentos de Andersen (1911)

La imagen muestra el interior de un lujoso dormitorio, decorado con un tapiz sobre la pared y con una lámpara de metal con velas. La mayor parte de la ilustración la ocupa una enorme cama con dosel, vista desde abajo, sobre la que se acumulan un montón de colchones forrados de telas de muchos  colores. En lo alto de la pila de colchones, una muchacha con gesto de cansancio hace además de incorporarse en la cama. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac: «¡Apenas he pegado ojo en toda la noche!» – Ilustración para «La princesa y el guisante» de los «Cuentos de Andersen» (1911)

La imagen muestra, en medio de un paisaje completamente cubierto de nieve del que sólo sobresalen algunos árboles, a una niña descalza que besa en la boca y acaricia la cara a un reno que está llorando. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac: «Entonces bajó a Gerda y la besó en los labios, mientras grandes lágrimas resplandecientes rodaban por su cara» – Ilustración para «La Reina de las Nieves» de los «Cuentos de Andersen» (1911)

No sólo ilustró con éxito ediciones de cuentos infantiles. Uno de sus mejores trabajos es el conjunto de ilustraciones para Las Campanas y otros poemas de Edgar Allan Poe, donde sus dibujos muestran una gran influencia de los pintores románticos y simbolistas.

La imagen muestra un plano general de un hombre de espaldas al espectador que está en lo alto de una montaña observando el cielo. Sólo se aprecia su silueta y el viento parece agitar sus ropas mientras el cielo adquiere tonos malvas y rosados. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – Ilustración para el poema «Solo» de «Las Campanas y otros poemas» de Edgard Allan Poe (1912)

La imagen muestra a una muchacha en primer plano, con un vestido en tonos morados y dorados. Tiene una pose lánguida y baja un poco la cabeza, como si estuviera pensativa. Detrás de ella se ve el mar, el perfil de una costa, y al fondo, parte de una ciudad amurallada. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – Ilustración para el poema «Annabelle Lee» de «Las Campanas y otros poemas» de Edgard Allan Poe (1912)

Dulac seguía investigando sobre otros lenguajes expresivos, atraído por la contundencia expresiva de los grabados japoneses y las ilustraciones persas, donde la representación del espacio rompía todos los esquemas de la tradición pictórica occidental. Y esta vez sí los aplicó a las ilustraciones que realizó para Sinbad el marino (1914).

La imagen muestra a un hombre subido a un caballo negro alado que se eleva sobre los tejados de una ciudad de casas de adobe de color tierra. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – Ilustración para «Sinbad el marino» (1914)

Las ilustraciones para Sinbad fueron las últimas que hizo para el floreciente mundo del libro ilustrado de lujo. Hodder & Stroughton rescindió su contrato con él: la I Guerra Mundial hizo que ese mercado especializado decayera y Dulac, necesitado de trabajo, se dedicó a diseñar sellos, panfletos y libros cuya venta estaba destinada a recaudar fondos para organizaciones benéficas, a veces a cambio de muy poco dinero, otras veces gratis, concienciado como estaba de que debía ayudar a su país de adopción (se había nacionalizado inglés en 1912) en esos momentos tan difíciles. Se dedicó más a la pintura y realizó retratos, con acuarelas por lo general, una técnica bastante inusual para este tipo de obras.

La imagen muestra a una mujer joven, sentada sobre un diván y que apoya su brazo izquierdo sobre un montón de cojines. Está vestida con un traje rosa y lleva sombrero, estola y manguitos de piel de color negro. Tiene la pìel muy blanca y sus ojos azules son grandes y tienen una expresión sosegada y risueña. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – Retrato de Lady Cynthia Asquith, ayudante del escritor J. M. Barrie (1914). Acuarela sobre papel.

El fin de la guerra le obligó a diversificar su trabajo para poder sobrevivir. Ya había realizado caricaturas con anterioridad, pero ahora se dedicó a ello de manera periódica para la revista The Outlook.

La imagen muestra a un hombre alto y desgarbado, vestido con traje de tonos azulados. Lleva en las manos un mazo de croquet con el que intenta dar a la bola amarilla que tiene ante él. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – Caricatura de personaje anónimo (c. 1919)

Diseñó barajas de cartas y sellos e ilustró algún libro como El reino de la perla (1920), un pequeño panfleto escrito por el joyero parisino Leonard Rosenthal. En este trabajo Dulac utilizó un estilo de colores planos y brillantes que recordaba las miniaturas medievales persas e indias.

La imagen muestra u paisaje con un río, rocas, un prado y algunos árboles, donde pacen un par de cervatillos. Al lado del río, y apoyados en una de las rocas, están un hombre y una mujer, Él vestido sólo con unos amplios pantalones a rayas y un turbante. Ella, completamente desnuda. Se abrazan y sus rostros se acercan como para besarse. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac: «La perla del amor» – Ilustración para «El Reino de la Perla» de Leonard Rosenthal (1920)

Pero la colaboración más fructífera la tuvo con su amigo W. B. Yeats, con el que emprendió una serie de proyectos artísticos. Dulac diseñó los decorados y el vestuario, e incluso compuso la música incidental y actuó, para la obra de teatro de Yeats At the Hawk´s Well (1916). Al finalizar la guerra, Dulac se dedicó con más intensidad a la dirección artística teatral, colaborando con el músico y director de orquesta Sir Thomas Beecham. Aficionado como era al arte y la cultura japonesa, Dulac también colaboró en la puesta en escena de algunas obras de teatro Nõ junto con Yeats y el poeta americano Ezra Pound.

El año 1923 fue muy importante para Edmund Dulac. Su amigo Yeats recibió nada más y nada menos que el Premio Nobel de Literatura y él se divorció de Elsa alegando incompatibilidad intelectual. Quizá el haber conocido a la escritora Helen Beauclerk, de quien había ilustrado algunos de sus libros, le decidió a tomar ese paso, ya que al poco de separarse de Elsa el ilustrador estaba conviviendo con la escritora.

La imagen muestra una ilustración hecha a base de líneas, en blanco y negro donde se aprecia a una joven sentada sobre un montículo de tierra, llevándose la mano izquierda al corazón, con gesto humilde mientras a su lado y tras un árbol, surge la figura de un ángel de grandes alas negras. El conjunto tiene un aspecto arcaico, como si fuera un dibujo medieval. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – Ilustracion para «Love of the Foolish Angel» de Helen Beauclerk (1929)

Dulac siguió colaborando con Yeats a los largo de los años. De hecho, el poeta le dedicó uno de sus más importantes libros de poemas, La escalera de caracol (1933). Uno de esos proyectos, que consistía en una serie de espacios radiofónicos donde el poeta recitaba sus obras mientras que Dulac acompañaba algunos de los versos con música compuesta por él, supuso el enfriamiento de su relación, ya que no tuvo el éxito que ninguno de los dos esperaba. A pesar del distanciamiento, tras la muerte de Yeats en Francia en 1939 y el posterior traslado de sus restos a Sligo (Irlanda), Dulac diseñó una inscripción en su memoria para que fuera puesta en el cementerio de Roquebrune, donde el poeta había sido enterrado en un principio.

La imagen muestra la fotografía de una lápida de piedra que en la parte superior está decorada con un bajorrelieve que muestra a un unicornio alado sobre el que luce una estrella. Bajo él, la inscripción:

Inscripción en memoria de W. B. Yeats en el cementerio de Roquebrune (Francia)

La II Guerra Mundial volvió a poner a Dulac contra las cuerdas, laboralmente hablando. No abundaban los encargos pero, al igual que en el conflicto anterior, trabajó de forma altruista esta vez para su antigua patria: diseñó billetes de banco y sellos para la Francia libre, encargados por el mismísimo Charles de Gaulle. Fue la única vez que volvió a firmar su trabajo con su nombre escrito en la grafía francesa.

La imagen muestra un sello de correos, de forma cuadrada, en el que se ve el perfil de la personificación femenina de Francia (llamada Marianne) tocada con el gorro frigio revolucionario. Los bordes están decorados con una orla vegetal y con espirales. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – Sello de la Francia Libre (1942)

Tras la guerra volvió a su labor como ilustrador, aunque sin tanta actividad como antes. Hizo algún diseño filatélico, como los sellos de la coronación de Isabel II pero también realizó trabajos realmente interesantes, como las ilustraciones para The Masque of Comus de John Milton, publicadas en 1955 (dos años después de su muerte).

La imagen muestra una escena en un jardín en el que al fondo se ven una serie de árboles. En primer plano, y sobre un campo lleno de flores, se ve a una mujer desnuda y, delante de ella, un dragón rojo postrado a sus pies. Pulse para ampliar.

Edmund Dulac – Ilustración para «The Masque of Comus» de John Milton (publicada en 1955)

Edmund Dulac murió en 1953 víctima de un ataque al corazón provocado por el entusiasmo y el esfuerzo que le produjo el arrancarse a bailar flamenco una noche de fiesta. Dejó tras de sí un legado de obras espléndidas, muchas de ellas tan invisibles como un humilde sello de correos. Otras tan llenas de color y de exotismo que no pueden pasar desapercibidas. Fue un hombre lleno de curiosidad por todo aquello que significara “arte”, comprometido con su patria (con sus dos patrias, para ser exactos), lleno de alegría de vivir y que con sus imágenes trazó el atlas imaginario de ese país que no es para viejos. Porque, al igual que el Bizancio del poema de su amigo Yeats, el mundo de los cuentos está lleno de bellezas y riquezas incontables que detienen el tiempo cuando las contemplamos.

Y si el tiempo se detiene, ya no podemos envejecer.

La imagen muestra un plano general de una habitación. al fondo se aprecia un gran ventanal. En primer plano, y de perfil a nosotros aparece el artista, sentado en una silla acolchada de armazón metálico. ante él, está una mesa de trabajo sobre la que se dispone un atril de madera. En ese atril hay una lámina de papel. Dulac está mojando el pincel en las acuarelas que se pueden adivinar sobre la mesa a su lado mientras que con la mano izquierda sostiene la lámina de papel para que no se mueva. Pulse para ampliar.

Fotografía de Edmund Dulac trabajando en su estudio (sin fecha)

Fábula de Venecia

«Her sunny locks
Hang on her temples like a golden fleece.»

(The Merchant of Venice – William Shakespeare)

En el principio, Venecia no era importante. En absoluto. La perla del Adriático era su vecina Rávena, sede de la flota imperial romana, llena hasta el techo de obras de arte, mansiones, patricios, legiones… Hasta que llegó el siglo V d.C. con sus bárbaros. El Imperio Romano de Occidente tembló, primero un poco, después bastante más, y finalmente se derrumbó mientras las hordas invasoras saqueaban las riquezas del césar. Las principales ciudades estaban en su punto de mira, con Roma a la cabeza. La población huyó despavorida. La capital del Imperio pasó de tener millón y medio de habitantes a apenas contar con 50.000. La orgullosa Rávena también sucumbió a la sed germánica y su población se vio obligada a huir.

Pero ¿huir adónde? La mayoría de la población se refugió en pequeños asentamientos surgidos alrededor de las villas romanas de los aristócratas, que ofrecían protección frente a los saqueos a cambio de mano de obra en sus tierras, comenzando así la relación económico-social que se conocería como feudalismo. Pero también hubo quien decidió asentarse en un lugar nuevo, fuera del alcance del invasor. Es entonces cuando, en medio de una laguna pantanosa, apareció Venecia.

El archipìélago de 118 islas en medio de la laguna ofrecía un lugar a salvo de los bárbaros. No tanto por el temor de éstos al agua sino porque la misma formaba fosos defensivos naturales para los núcleos de población que iban aumentando con el tiempo. El avance del Imperio Romano de Oriente recuperándo Rávena de las manos de los ostrogodos, llevó a Venecia al bando de los bizantinos. Y bajo su influencia quedó durante gran parte de la Edad Media. En este periodo se desarrolló la faceta comerciante y marinera que la convertirían, ahora sí, en la joya del Adriático, en la escala imprescindible de las rutas comerciales mediterráneas y en sede de un imperio económico y cultural cuya inmensa influencia cabía en una pequeña ciudad.

Hay poca gente que no conozca Venecia. Y no porque la haya visitado, sino porque desde el siglo X ha estado en boca (y en los ojos) de Occidente. Incluso antes de que a través de los grabados, dibujos, fotografías, imágenes televisivas o internet se pudiera ver la fisonomía de la ciudad, Venecia ya era famosa. Se la conocía hasta en China, desde que un comerciante de la ciudad, Marco Polo, viajara hasta allí y residiera en la corte de Kublai Khan durante varios años. Como compensación, Polo trajo a Europa numerosas noticias de aquel país lejano que en muchos casos se consideran fantasías. Aunque hay una que es completamente cierta: Venecia fue el primer lugar de Occidente que escuchó la palabra porcelana para referirse a la extraordinaria cerámica que se hacía en China. Así la llamó Polo y así la seguimos denominando hoy en día.

Hay tantas Venecias como personas que la hayan visto o hayan oído hablar de ella. Hay Venecias literarias, como la de Shakespeare, que la hizo escenario de dos de sus grandes dramas: Otelo y El Mercader de Venecia.

http://www.youtube.com/watch?v=UrIc3eINXT4

http://www.youtube.com/watch?v=mdbzRtxVtns

También es la de las comedias de Carlo Goldoni o las memorias de Giacomo Casanova y de Lorenzo Da Ponte, el genial libretista de las óperas de Mozart. O la que describió Thomas Mann en Muerte en Venecia. Está la Venecia que es la patria de la hermosa y valiente Capitán Tormenta de Emilio Salgari. O la que muestra su cara más criminal en las novelas de Donna Leon protagonizadas por el inspector Brunetti.

Hay Venecias artísticas: tantas como épocas en las que se pueda dividir la Historia del Arte. Paseando por sus calles y plazas encontramos desde el Bajo Imperio Romano de sus Tetrarcas hasta el Rococó del Teatro La Fenice, pasando por el gótico de sus palacios:

…La robustez renacentista de las esculturas de Verrocchio, la perfección de la arquitectura de Palladio, la luz sublime y arrebatadora de las pinturas de Giacomo Bellini:

… La atmósfera dorada de Tiziano, Tintoretto y Veronés, las escenas bulliciosas de Francesco Guardi o Canaletto…

Pero también hay Venecias musicales: las de Giovanni Gabrielli, Tomasso Albinoni (sí, el del Adagio que interpretan todos los músicos callejeros, ese mismo). La de Antonio Vivaldi, la de Alessandro Marcello… Y, cómo no, la de Charles Aznavour:

http://www.youtube.com/watch?v=NCRm2t2tpB0

http://www.youtube.com/watch?v=PEzuXJ0rOJM

http://www.youtube.com/watch?v=vE2O_yfgtBU

http://www.youtube.com/watch?v=LVq4y-RdGWE

También podríamos hablar de la Venecia cinematográfica. Esa que todos los finales de agosto celebra uno de los grandes festivales de cine europeos y que se acicala con alfombras rojas y estrellas de cine. La que vio nacer a Terence Hill. O la que ha fascinado a cineastas diversos, que la estilizan aún más en su belleza y contribuyen a perpetuar su renombre. Es la Venecia de Visconti o la de Woody Allen. Pero también la tierna y cómica de Alberto Sordi y Dino Risi o la enérgica de James Bond (ya fuera interpretado por Roger Moore o por Daniel Craig):

http://www.youtube.com/watch?v=36QBU474nqM

http://www.youtube.com/watch?v=pI1QjQmMwx0

http://www.youtube.com/watch?v=GShKJIcRlow

http://www.youtube.com/watch?v=5DyvHwBl9vI

Venecia, la reina de los mares, se hunde cada vez más en el fango de su laguna, bajo el peso de los siglos, los monumentos y los más de 15 millones de bulliciosos visitantes que pisan con fuerza su suelo. Es una dama anciana resignada a su destino sumergido, condenada a convertirse en un tesoro submarino. Pero aún existe otra Venecia, aquella que sólo se puede conocer en soledad, con plazas vacías y calles silenciosas que mueren en patios desiertos desde donde se puede escuchar el golpear rítmico del agua en la piedra y donde resuena el eco de pasos que se alejan presurosos. Es tan real (quizá más) que la Venecia que se extiende al otro lado de la frontera del turismo. Es la Venecia que dibujó Hugo Pratt en su Fábula de Venecia. Es la ciudad que, ante nuestros ojos, deja de ser una anciana señora para transformarse en una bella y misteriosa mujer, cuyos luminosos cabellos caen sobre sus sienes como un vellocino de oro, tal y como declamaba Bassanio en la cita de El Mercader de Venecia que abría este post. Unos cabellos del color de la luz que tan bien reflejaron Bellini, Tiziano o Veronese y cuya belleza persiguió a Corto Maltés allá donde fuera.