No es país para viejos
por MaríaVázquez
«That is no country for old men. The young
in one another’s arms, birds in the trees
– those dying generations – at their song,
the salmon-falls, the mackerel-crowded seas,
fish, flesh, or fowl, commend all summer long
whatever is begotten, born, and dies.
Caught in that sensual music all neglect
monuments of unageing intellect.”
W. B. Yeats: «Sailing to Byzantium» (1926)
Hay un lugar donde nadie envejece jamás. Donde las historias comienzan y terminan sin que el tiempo haya pasado. Un lugar al que volvemos cuando ya no tenemos a donde ir. Un país con tantos paisajes y habitantes como cuentos narrados al caer el sol.
Todo el mundo recuerda una fábula escuchada en la niñez y se asombra de la nitidez de las sensaciones que despiertan a pesar del tiempo transcurrido: la seguridad que daba la voz que desgranaba la historia y que invitaba al sueño; la tristeza y la angustia provocadas por las desgracias de los protagonistas; la emoción ante las peripecias de la narración; la alegría por el final feliz, generalmente acompañado de una perdiz; y, cuando los cuentos se materializaban en libros, éstos se llenaban de imágenes que, intercaladas entre las páginas, nos hacían ver los magníficos vestidos de los príncipes y los harapos de los mendigos; los salones de los palacios y las cabañas ocultas en el bosque oscuro; y los gigantes, dragones y sirenas que asomaban de entre el papel.
Pocos tienen la capacidad de plasmar en imágenes el mundo de los cuentos de modo que, pasado el tiempo -ese que nunca transcurre cuando leemos las historias-, sigan atrapando al lector como el día aquel en fueron niños. Hubo un hombre que sí lo consiguió. Fue un francés enamorado de Inglaterra que se hizo amigo del más grande poeta irlandés y que se llamaba Edmond Dulac.
Dulac nació en Tolouse (Francia) en 1882. Hijo de Pierre Henri Aristide Dulac y Marie Catherine Pauline Rieu, su familia era un ejemplo típico de la burguesía francesa acomodada de finales de siglo. Edmond creció siendo un joven introvertido pero con un gran talento para el dibujo. Fascinado por el nuevo estilo Art Nouveau, con 16 años era capaz de realizar trabajos casi profesionales imitando a los grandes cartelistas y pintores de la época, lo que despertaba la admiración de amigos y familiares. Pero el arte no era considerado una profesión, sino una afición. Una vez terminados sus estudios en el Liceo de Tolouse, Edmond comenzó a estudiar Derecho en la universidad de su ciudad. Pero no pudo aguantar más de dos años: dejó los estudios de Leyes y se decidió a ingresar en la Escuela de Bellas Artes para seguir aprendiendo a hacer aquello que amaba: dibujar. El trabajo académico de Edmond en la Escuela de Bellas Artes fue excepcional: ganó el primer premio de los concursos anuales de estudiantes en 1901 y 1903. Allí también descubrió las ilustraciones de Vincent Aubrey Beardsley, Edward Burne-Jones o William Morris. Admiraba profundamente el arte inglés, sobre todo a los pintores prerrafaelitas y los románticos. En 1903, fruto de su excelente trabajo, obtuvo una beca para asistir durante tres semanas a la Academia Julien de París, la misma donde hacía casi veinte años había estudiado uno de los grandes artistas del Art Nouveau, Alfons María Mucha.
Edmond se quedó en París más de esas tres semanas que le permitía la beca. Descubrió un mundo lleno de artistas, de música, de mujeres… El muchacho introvertido de apenas 21 años se enamoró locamente de una americana aficionada al arte llamada Alice May de Marini, trece años mayor que él. El matrimonio no duró mucho: a las pocas semanas se divorciaron y quizá eso fue el detonante para que Edmond decidiera trasladarse, en 1904, a su admirada Inglaterra. Dulac se estableció en Londres, cambió la grafía de su nombre para adaptarlo a su pronunciación inglesa y decidió hacerse un hueco en el mundo del arte y de la ilustración londinense. Edmund (ahora su nombre lo escribía así) se apresuró a ingresar en el Sketch Club, una asociación de dibujantes e ilustradores fundado en Chelsea en 1898 (del que era miembro también James Pryde, uno de los Beggarstaff Brothers) y en el que buscaba contactos que le permitieran desarrollar una labor profesional en Inglaterra. Pronto consiguió esos contactos. El mismo año de su llegada recibió el encargo de ilustrar las obras de las hermanas Brontë y pronto estableció un acuerdo con la Galería de Arte Leicester para vender sus obras a cambio de una comisión.
Al poco tiempo, fue contratado por la editorial Hodder & Stroughton para realizar las ilustraciones de sus ediciones de lujo: Las mil y una noches (1907), La Tempestad de W. Shakespeare (1908) y Rubáiyat de Omar Khayyam (1909).
A pesar del interés que despertaba en él el arte oriental, sus obras muestran un concepto totalmente tradicional del espacio y la forma, poniendo la nota exótica los detalles minuciosos con los que Dulac caracterizaba elementos como el entorno o el vestuario de sus figuras y que aún hoy en día hacen de sus ilustraciones un espléndido viaje a través del color y de la forma.

Edmund Dulac – «No he hecho más que protegerte» (Ilustración para «La Tempestad» de W. Shakespeare, 1908)
Fue por ello que el trabajo de Dulac pronto se hizo famoso en el mundo de la ilustración editorial por la novedad de su estilo y de su resultado.

Edmund Dulac: «Filtrandose en la sombra, una silueta de ángel» – Ilustración para «La magia de la viña», quinta rubaiyat de Omar Khayyam (1909)
A finales del siglo XIX los métodos de impresión utilizados para carteles e ilustraciones no reproducían fielmente los colores utilizados por los artistas y éstos solían utilizar una gruesa línea negra para separar los campos de color. Esto otorgaba a las imágenes un aspecto de vidriera, muy ornamental pero también muy característico. En 1905 se generaliza en Europa (en Estados Unidos lo hizo unos años antes) la técnica de impresión en cuatricromía sobre papel, lo que permitía una impresión con un estilo mucho más pictórico al no tener que estar, obligatoriamente, supeditado a la utilización de la línea. Dulac utilizó este nuevo método desde un principio y eso le convirtió en un innovador dentro de la industria editorial. Su éxito le llevó a ser citado en la publicidad, como en este anuncio en prensa de la casa de modas parisina Paul Poiret en la que la caricatura del diseñador hecha por Dulac ocupa un lugar destacado:

Anuncio en prensa de la casa de modas Paul Poiret. En la parte superior, caricatura del diseñador hecha por Edmund Dulac en 1911.
La amistad de Dulac con Edmund Davis, un filántropo y coleccionista, le introdujo en los círculos literarios e intelectuales londinenses. Gracias a él trabó amistad con el pianista Arthur Rubinstein y al poeta irlandés William Butler Yeats, que se convertiría en uno de sus mejores amigos. En 1911, Dulac se casó con Elsa Arnalice Bignardi, una violinista inglesa de ascendencia alemana e italiana y siguió realizando trabajos para Hodder & Stroughton como las ilustraciones para los Cuentos de Andersen (1911).

Edmund Dulac: «El príncipe le preguntó quién era y cómo había llegado hasta allí» – Ilustración para «La Sirenita» en «Cuentos de Andersen (1911)

Edmund Dulac: «¡Apenas he pegado ojo en toda la noche!» – Ilustración para «La princesa y el guisante» de los «Cuentos de Andersen» (1911)

Edmund Dulac: «Entonces bajó a Gerda y la besó en los labios, mientras grandes lágrimas resplandecientes rodaban por su cara» – Ilustración para «La Reina de las Nieves» de los «Cuentos de Andersen» (1911)
No sólo ilustró con éxito ediciones de cuentos infantiles. Uno de sus mejores trabajos es el conjunto de ilustraciones para Las Campanas y otros poemas de Edgar Allan Poe, donde sus dibujos muestran una gran influencia de los pintores románticos y simbolistas.

Edmund Dulac – Ilustración para el poema «Solo» de «Las Campanas y otros poemas» de Edgard Allan Poe (1912)

Edmund Dulac – Ilustración para el poema «Annabelle Lee» de «Las Campanas y otros poemas» de Edgard Allan Poe (1912)
Dulac seguía investigando sobre otros lenguajes expresivos, atraído por la contundencia expresiva de los grabados japoneses y las ilustraciones persas, donde la representación del espacio rompía todos los esquemas de la tradición pictórica occidental. Y esta vez sí los aplicó a las ilustraciones que realizó para Sinbad el marino (1914).
Las ilustraciones para Sinbad fueron las últimas que hizo para el floreciente mundo del libro ilustrado de lujo. Hodder & Stroughton rescindió su contrato con él: la I Guerra Mundial hizo que ese mercado especializado decayera y Dulac, necesitado de trabajo, se dedicó a diseñar sellos, panfletos y libros cuya venta estaba destinada a recaudar fondos para organizaciones benéficas, a veces a cambio de muy poco dinero, otras veces gratis, concienciado como estaba de que debía ayudar a su país de adopción (se había nacionalizado inglés en 1912) en esos momentos tan difíciles. Se dedicó más a la pintura y realizó retratos, con acuarelas por lo general, una técnica bastante inusual para este tipo de obras.

Edmund Dulac – Retrato de Lady Cynthia Asquith, ayudante del escritor J. M. Barrie (1914). Acuarela sobre papel.
El fin de la guerra le obligó a diversificar su trabajo para poder sobrevivir. Ya había realizado caricaturas con anterioridad, pero ahora se dedicó a ello de manera periódica para la revista The Outlook.
Diseñó barajas de cartas y sellos e ilustró algún libro como El reino de la perla (1920), un pequeño panfleto escrito por el joyero parisino Leonard Rosenthal. En este trabajo Dulac utilizó un estilo de colores planos y brillantes que recordaba las miniaturas medievales persas e indias.

Edmund Dulac: «La perla del amor» – Ilustración para «El Reino de la Perla» de Leonard Rosenthal (1920)
Pero la colaboración más fructífera la tuvo con su amigo W. B. Yeats, con el que emprendió una serie de proyectos artísticos. Dulac diseñó los decorados y el vestuario, e incluso compuso la música incidental y actuó, para la obra de teatro de Yeats At the Hawk´s Well (1916). Al finalizar la guerra, Dulac se dedicó con más intensidad a la dirección artística teatral, colaborando con el músico y director de orquesta Sir Thomas Beecham. Aficionado como era al arte y la cultura japonesa, Dulac también colaboró en la puesta en escena de algunas obras de teatro Nõ junto con Yeats y el poeta americano Ezra Pound.
El año 1923 fue muy importante para Edmund Dulac. Su amigo Yeats recibió nada más y nada menos que el Premio Nobel de Literatura y él se divorció de Elsa alegando incompatibilidad intelectual. Quizá el haber conocido a la escritora Helen Beauclerk, de quien había ilustrado algunos de sus libros, le decidió a tomar ese paso, ya que al poco de separarse de Elsa el ilustrador estaba conviviendo con la escritora.
Dulac siguió colaborando con Yeats a los largo de los años. De hecho, el poeta le dedicó uno de sus más importantes libros de poemas, La escalera de caracol (1933). Uno de esos proyectos, que consistía en una serie de espacios radiofónicos donde el poeta recitaba sus obras mientras que Dulac acompañaba algunos de los versos con música compuesta por él, supuso el enfriamiento de su relación, ya que no tuvo el éxito que ninguno de los dos esperaba. A pesar del distanciamiento, tras la muerte de Yeats en Francia en 1939 y el posterior traslado de sus restos a Sligo (Irlanda), Dulac diseñó una inscripción en su memoria para que fuera puesta en el cementerio de Roquebrune, donde el poeta había sido enterrado en un principio.
La II Guerra Mundial volvió a poner a Dulac contra las cuerdas, laboralmente hablando. No abundaban los encargos pero, al igual que en el conflicto anterior, trabajó de forma altruista esta vez para su antigua patria: diseñó billetes de banco y sellos para la Francia libre, encargados por el mismísimo Charles de Gaulle. Fue la única vez que volvió a firmar su trabajo con su nombre escrito en la grafía francesa.
Tras la guerra volvió a su labor como ilustrador, aunque sin tanta actividad como antes. Hizo algún diseño filatélico, como los sellos de la coronación de Isabel II pero también realizó trabajos realmente interesantes, como las ilustraciones para The Masque of Comus de John Milton, publicadas en 1955 (dos años después de su muerte).
Edmund Dulac murió en 1953 víctima de un ataque al corazón provocado por el entusiasmo y el esfuerzo que le produjo el arrancarse a bailar flamenco una noche de fiesta. Dejó tras de sí un legado de obras espléndidas, muchas de ellas tan invisibles como un humilde sello de correos. Otras tan llenas de color y de exotismo que no pueden pasar desapercibidas. Fue un hombre lleno de curiosidad por todo aquello que significara “arte”, comprometido con su patria (con sus dos patrias, para ser exactos), lleno de alegría de vivir y que con sus imágenes trazó el atlas imaginario de ese país que no es para viejos. Porque, al igual que el Bizancio del poema de su amigo Yeats, el mundo de los cuentos está lleno de bellezas y riquezas incontables que detienen el tiempo cuando las contemplamos.
Y si el tiempo se detiene, ya no podemos envejecer.
María como siempre, me sorprendes con grandes y desconocidos artistas, que es una pena que no tengan mas difusión en este mundo de la cultura pero gracias a ti estamos conociendo grandes genios del diseño y del arte de finales siglo XIX y principios del XX totalmente desconocidos para la mayoría de los mortales, aunque siempre te viene el recuerdo, visionando las imágenes de aquellos libros de cuentos que leíamos de pequeños, porque las imágenes te traen esos recuerdos.
Dulac es uno de los grandes, alguien que elevo la ilustración al nivel de arte. Y es de justicia conocerlo 🙂