El Ojo En El Cielo

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Etiqueta: Auguste Rodin

El sueño del corazón

«We are such stuff
as dreams are made on; and our little life
is rounded with a sleep»

(William Shakespeare – The Tempest)

El sueño de la razón produce monstruos. Del sueño del corazón surge el arte.

Quien haya visto de cerca alguna obra de Eduardo Chillida ha entendido que los sueños tienen forma. Que el vacío es tan consistente como la materia. Y que ambos se funden en un abrazo.

Chillida es uno de los artistas más originales del siglo XX. Recogió las influencias de grandes escultores como Constantin Brancusi o Henry Moore e incluso Auguste Rodin, investigando sobre el material y la textura del mismo como medio expresivo: el metal, la piedra (desde granito a alabastro), el hormigón, el papel o, incluso, una montaña se convirtieron en el medio a través del cual materializó (y ese es el verbo preciso) las ensoñaciones de su corazón de artista, y con todos ellos inventó un lenguaje artístico unificado, donde la escultura era dibujo y la pintura, arquitectura. Como en las obras que él llámó «gravitaciones», composiciones a base de papel y cartón, con dibujos o grabados que penden de hilos en varias capas:

La obra de Chillida es inseparable de la Naturaleza. Los propios materiales que utiliza, por muy artificiales que parezcan, acaban por adquirir la textura y la consistencia que da el haber surgido de forma casi telúrica de la mente creadora. Pero también la textura y la consistencia del espacio que les rodea, de modo que percibimos sus obras como inseparables del entorno. Su arte no necesita adjetivos ni descripciones, sólo espacio. Espacio donde el peso de la materia es la rebelión contra la propia materia.

Las obras de Chillida invitan a la reflexión en soledad. Acompañan al espectador con el rumor de las preguntas que no tienen por qué tener respuesta. Y modifican sutilmente nuestra percepción del universo. Porque observándolas nos damos cuenta de que el hierro, el hormigón, el papel, la piedra son materia, pero que también lo es el agua, el aire y la luz. En Chillida el vacío no existe como tal, el espacio no es un lugar donde situar un objeto tridimensional. Espacio o vacío son, en realidad, las manos que abarcan sus obras y las sitúan en el lugar exacto. Para el escultor, las manos eran esas «esculturas móviles» que podían transformar la realidad a través de su percepción. Las manos del aire que rodean sus esculturas se entrelazan con los dedos de hierro que peinan el viento o con los que apartan con delicadeza la cortina de luz que vela la línea del horizonte.

Como Próspero, el mago de La Tempestad de William Shakespeare, Chillida juega con la luz, el espacio, el tiempo y la materia, disponiéndolos a su antojo, invirtiendo su orden. O, más bien, dándoles un papel nuevo en el universo. Porque él, como Próspero, sabía que estamos hechos de la misma sustancia que los sueños.

De la misma materia de la que está hecho su arte.

Contemplad el rostro de las damas…

Guarda la donna in viso…e non la amar se puoi.

Con estos versos de Carlo Goldoni comienza una de las arias de La finta semplice, ópera compuesta por Wolfgang Amadeus Mozart a la edad de 12 años. La ópera es un dramma giocoso lleno de enredos amorosos alrededor de la figura de la mujer como elemento lleno de belleza, ingenio, picardía y promesas de amor. O, lo que es lo mismo, retrata el concepto que de la mujer se tenía a finales de la Época Moderna y que no difiere tanto del existente en épocas anteriores y, por desgracia, posteriores, en donde la parte femenina se entendía como un elemento ornamental, pasivo, sumiso y, como mucho, garantizador de linaje.

La Historia del Arte tampoco ha dejado mucho espacio para «ellas», ni siquiera desde mediados del siglo XX, cuando la mujer se incorporó ya de modo usual al campo de la investigación y la docencia universitaria. Si echáramos mano de las letras del soul y de James Brown podríamos decir que «este es un Arte de hombres» en donde la mujer ha jugado el papel (importante, no cabe duda) de musa inspiradora, de mecenas a veces, de manzana de la discordia, de camino de perdición, de madre amantísima, de modelo sumisa…pero en el que apenas aparece como elemento activo. Como artista.

Obviamente, la producción artística es reflejo de la sociedad en la que surge. Y si ésta atribuye a la mujer un papel secundario, esa misma posición tendrá en el arte. Si la mayor parte de las profesiones estaban vetadas para ellas, la de pintora, escultora, arquitecta u orfebre no iban a ser menos. En Occidente, además, la influencia de la Iglesia Católica contribuyó a demonizar a aquellas mujeres con iniciativa por adentrarse en el mundo del saber: ya había llegado con que una, la primera, hubiera cometido el terrible pecado de probar la fruta del árbol del Conocimiento y condenar así a toda la Humanidad a cargar con el Pecado Original. El ansia de conocimiento era visto como un signo maligno, así que si las mujeres querían adquirirlo debían hacerlo en la clandestinidad.

Un modo bastante frecuente de acceder al conocimiento era ingresando en una orden religiosa o bien continuar siendo seglar pero viviendo retirada en una comunidad monástica. Este fue el caso de una de las primeras pintoras cuyo nombre se conoce en Occidente. Se llamaba En (o Ende, según las fuentes) y fue quien realizó las magníficas ilustraciones del Beato de Girona en el 975:

Ende es la primera mujer artista documentada en Europa, anterior en dos siglos a las alemanas Guda y Claricia, también pintoras. Su condición de «sierva de dios» (tal y como se define en el Beato de Gerona) la sitúan probablemente como monja o, en su defecto, como seglar viviendo en retiro monástico. Cómo llegó a ser la ilustradora de una obra obra tan importante continúa siendo un misterio, ya que el resto de los ilustradores medievales conocidos en España son hombres.

En los siglos posteriores, surgieron otras mujeres artistas, sobre todo pintoras. Es el caso de Sofonisba Anguissola, cuyo retrato de Felipe II cuelga en el Museo de Prado. O el de Artemisia Gentileschi, considerada una de las primeras representantes del tenebrismo barroco y cuya vida tiene todos los ingredientes de una novela (y también de un drama, todo hay que decirlo, en el que entran violaciones y torturas de la Inquisición). Sofonisba conoció a Miguel Ángel e incluso recibió lecciones de él. Artemisia fue correspondente durante varios años de Galileo Galilei. Todas ellas fueron admiradas y contratadas por reyes, papas y nobles. Pero sólo pueden considerarse casos aislados: la enseñanza del arte estaba vetada para las mujeres y si ellas accedieron al aprendizaje de la pintura fue porque ambas eran hijas de pintores que se encargaron de su formación. Otras no tuvieron tanta suerte.

Pertenecer a una familia de pintores también abrió las puertas del arte a Elisabeth Vigèe-Lebrun y a Angelica Kauffmann, mujeres largamente admiradas en su época que se dedicaron, sobre todo, al mundo del retrato. Vigèe-Lebrun fue miembro de la Academia Francesa y se codeó con María Antonieta (a quien retrató), Catalina la Grande o Lord Byron. Kauffmann fue una artista venerada en vida, amiga de Sir Joshua Reynolds y Goethe, colaboradora en los diseños de muebles de Sir Robert Adam y sus cuadros cuelgan en importantes museos del mundo:

En el siglo XIX, los cambios sociales y económicos impulsaron un mayor acercamiento de la mujer al mundo del arte y, sobre todo, una mayor aceptación (y aún así, muy escasa) de su presencia en grupos de artistas o en exposiciones colectivas. Es el caso de Berthe Morisot, cuñada de Edouard Manet y uno de los dos pintores en exponer en todas las colectivas del grupo expresionista. O Mary Cassat, pintora norteamericana impresionista que se convirtió en un refente y apoyo para aquellas mujeres que querían dedicarse profesionalmente a la pintura. Y qué decir de la personalidad arrebatadora y arrebatada de Camille Claudel, modelo, discípula y amante de Auguste Rodin y Claude Debussy, escultora de genio reconocido en su época pero a la que el mundo del arte relegó a un segundo plano frente a la obra de su maestro.

El siglo XX abrió la puerta del mundo del arte a las mujeres a través de las vanguardias pero también gracias a otros medios como el derecho a sufragio, la posibilidad de participar en política y, por lo tanto, legislar o el libre acceso a los estudios. Hoy en día casi puede hablarse de cierto equilibrio entre la consideración artística entre hombres y mujeres (la cotización económica sería otro tema de debate), pero eso es algo que resulta más tangible en determinados campos (arquitectura, diseño o moda) que en el de la pintura o en el de la escultura. Y si bien los avances sociales y políticos del siglo XX han contribuido a lograrlo, esto no hubiera sido posible sin estas pioneras que desafiaron las normas sociales y culturales de la época para dedicarse a aquello que amaban.

Contemplad, pues, el rostro de las damas…y no las admireis, si podeis.