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Leonetto el Conquistador

Es una verdad universalmente reconocida que aquel que desee dedicarse al arte en general y a la pintura en particular debe empezar su formación a una temprana edad y pasar por academias, talleres y escuelas donde reconocidos artistas y reputados maestros compartan los secretos de su genio. Aunque si preguntásemos a Leonetto Cappiello sobre la verdad de tal afirmación lo más probable es que se encogiera de hombros, esbozara una encantadora sonrisa y se limitara a señalar su última obra sobre el caballete esperando a ser terminada.

Cappiello (1875-1942) no conoció jamás algo parecido a una formación artística académica y llegó a ser uno de los cartelistas e ilustradores más famosos de principios del siglo XX. Nunca tuvo más maestros que él mismo y su entusiasmo por el arte y, sin embargo, sus obras cuelgan en algunos de los museos más importantes del mundo. A Cappiello nadie le enseñó a dibujar y, paradójicamente, sus caricaturas muestran un dominio del trazo digno de los mejores dibujantes.

Leonetto Cappiello nació en Livorno en 1875 en una familia de clase media en la que nadie había apuntado inquietudes artísticas hasta el momento. Leonetto fue la excepción: sus cuadernos del colegio estaban llenos de bocetos y dibujos, para desesperación de sus profesores. Le gustaba copiar grabados antiguos y sentía curiosidad por todo aquello relacionado con el mundo artístico y de niño conocía a todos los pintores de Livorno. Comenzó a pintar sus primeros cuadros con apenas 11 años. Y nunca fue a una escuela de Bellas Artes, a una academia de pintura o fue discípulo de ninguno de sus admirados pintores. Su vida parecía orientada a seguir una carrera comercial, como la de su hermano, que se había trasladado a París para trabajar en la Bolsa. Pero el destino tiene clara una cosa: que lo que tenga que sucedernos, sucederá.

A Cappiello le sucedió que visitó a su hermano en París y descubrió un mundo de luz como no había imaginado antes. Era el año 1898, tenía 23 años y todo el empuje y entusiasmo del mundo. Sólo estaba en la ciudad como turista pero su espíritu de artista sucumbió a la reunión de genios que habitaban aquella ciudad: pintores que inauguraban un nuevo modo de ver la realidad, como Cezanne o Tolouse-Lautrec; a las calles inundadas de cientos de carteles publicitarios que sumergían al paseante en un universo de color; y a los salones y tertulias donde uno podía relacionarse con los músicos, actores y literatos más importantes del momento. Este panorama hizo que Cappiello anhelase vivir en París. Y tras volver a Livorno a causa de la grave enfermedad de su padre, regresó a París a la muerte de éste para instalarse allí definitivamente.

En una ciudad llena de arte y de artistas Cappiello estaba en desventaja con respecto a aquellos que tenían tras de sí un bagaje académico que les reportaba cierto prestigio a la hora de realizar sus trabajos. pero Leonetto estaba dispuesto a vivir del arte y a hacerlo en aquella ciudad que le había seducido. Así que, en lugar de amilanarse, decidió pasar de conquistado a conquistador. Comenzó a probar fortuna realizando caricaturas, porque las publicaciones satíricas abundaban en París y siempre estaban necesitadas de talentos. Sus trabajos tenían una característica peculiar: siendo como eran exageraciones de los rasgos prominentes de las personas, nunca resultaban excesivos. Él mismo confesaría posteriormente que «para captar lo ridículo de la gente en un dibujo o incluso en una narración, no es necesario exagerarlo: sólo hay que mostrarlo». Ese estilo le llevaría a publicar enseguida sus trabajos en revistas como Le Rire  Le Cri de Paris, compartiendo páginas con otros ilustres del dibujo como Marius Rosillon. Su primera caricatura publicada estaba protagonizada por Giacomo Puccini, músico italiano que por aquel entonces residía en París y a quien Cappiello había conocido poco antes.

Leonetto Cappiello -Caricatura de Giacomo Puccini para el número 191 de la revista La Rire (2 julio de 1898) - La imagen muestra un dibujo a lápiz en el que aparece el músico sentado al piano, que toca con gesto a medio camino entre altivo y concentrado en su tarea. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello -Caricatura de Giacomo Puccini para el número 191 de la revista La Rire (2 julio de 1898)

La caricatura se convirtió en su principal medio de vida entre 1898 y 1905. Por su lápiz pasaron personajes de la sociedad, del mundo artístico, de la política y del teatro:

Leonetto Cappiello - Caricatura de Sarah Bernhardt en Hamlet (1900) - La imagen muestra a la actriz de cuerpo entero, vestida como Hamlet. Tiene una postura bastante rígida, el gesto serio y levanta el brazo izquierdo muy tieso. En la palma de su mano izquierda sostiene una calavera. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Caricatura de Sarah Bernhardt en Hamlet (1900)

A pesar de que las caricaturas era su principal medio de subsistencia, en 1899 Leonetto probó suerte en otro campo: el cartel. Quizá por influencia del gran pintor y cartelista Tolouse-Lautrec, a quien conoció ese mismo año; quizá seducido por el colorido de los carteles de Jules Cheret, Alfons Mucha o Eugene Grasset que inundaban las calles de París. Su primer cartel fue para publicitar el periódico satírico Frou-Frou y en él ya apunta parte de los elementos que caracterizarían su obra: una superficie neutra sobre la que se destacaba la figura, en lugar de un fondo degradado y lleno de elementos decorativos; el trazo elegante y las formas simplificadas, en vez de arabescos decorativos y complicados. Y aquello que le convertiría en uno de los creadores del cartel moderno: la relación directa de las figuras que aparecen en sus carteles con el producto publicitado.

Leonetto Cappiello - Cartel para Le Frou Frou (1899) - la imagen muestra un cartel rectangular vertical donde, sobre un fondo amarillo brillante, aparece una bailarina de can-can, vestida con un traje que consiste en un corpiño escotado y una falda llena de enaguas. Con su mano derecha, que sostiene sobre su cabeza, sostiene un ejemplar doblado del periódico. Parece estar bailando y bajo sus pies aparece el texto: "Le Frou-Frou. Journal Humoristique. 20 c.". Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Cartel para Le Frou Frou (1899)

Al contrario que Cheret, que solía utilizar la figura femenina como reclamo aunque no siempre tuviera relación con aquello que se anunciaba, Cappiello conectaba sus figuras con el elemento a través de un gesto, de la mano, del brazo, de la propia posición del cuerpo. De repente, el cartel no sólo era estética, color y decoración de arabescos. Era mensaje directo, era un impacto visual ineludible. Era moderno. Como lo eran los trabajos de los Beggarstaff Brothers o Lucien Bernhard.

Cappiello tuvo éxito enseguida como cartelista, lo que propició que fuera dejando poco a poco las caricaturas para realizar más y más carteles:

Leonetto Cappiello - Cartel publicitario para Chocolat Klaus (1903) - La imagen muestra un cartel rectangular vertical. Sobre un fondo negro se destacan las figuras de un caballo rojo brillante sobre el que va montada una mujer rubia vestida con un traje verde brillante. Bajo las figuras, en letras amarillas, aparece escrito Chocolat Klaus. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Cartel publicitario para Chocolat Klaus (1903)

Leonetto Cappiello - Cartel publicitario para Quina Maurin (1906) - La imagen muestra, sobre fondo negro, la figura de un diablo verde con cuernos y barba puntiaguda y rabo, que sostiene una botella. Debajo, aparece escrito Maurin Quina. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Cartel publicitario para Quina Maurin (1906)

Leonetto Cappiello - Cartel publicitario para Thermogene (1907) - La imagen muestra sobre fondo negro una figura de color verde brillante que sostiene contra su pecho dos almohadillas que producen calor. De su boca salen llamas. Sobre la figura, aparece escrito Le Thermogene. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Cartel publicitario para Thermogene (1907)

En 1900 Leonetto Cappiello firmó un contrato con el impresor Pierre Vercasson para realizar carteles e ilustraciones. Era un contrato estándar: Vercasson se encargaba de buscar clientes, Cappiello realizaba un boceto a cambio de 500 francos (una cantidad apreciable para la época) y si le gustaba al cliente se realizaba el cartel. Paralelamente, comenzó a realizar retratos en los que su agudeza observadora como caricaturista asoma en cada pincelada. Retrató a su familia: a su mujer, Suzanne, con quien se casó en 1901, y a sus hijos:

Leonetto Cappiello - Retrato de su hija Françoise con cuatro meses (1902) - La imagen muestra un dibujo a lápiz del rostro de un bebé rechoncho y de expresión seria, acentuada por la mirada fija de sus grandes ojos negros. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Retrato de su hija Françoise con cuatro meses (1902)

La fama de Cappiello se extendió rápidamente por París, no sólo como ilustrados y caricaturista, sino también como pintor. La ciudad cayó rendida a los pies de aquel italiano conquistador, seductor pero al tiempo discreto, de modales nobles y delicados que sabía conjugar la elegancia con el humor. Incluso le encargaron en 1912 la decoración de varios salones (el de lectura, el de té y el de fumadores) de las Galerías Lafayette.

Leonetto Cappiello - Retrato de Henri de Regnier (1910) - La imagen muestra un retrato en formato rectangular vertical de un hombre de cuerpo entero sobre un fondo de color tierra. Va vestido con un terno elegante y en su brazo izquierdo sostiene un abrigo. En la mano izquierda sostiene un sombrero de copa. El hombre alza la cabeza como en un gesto altivo. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Retrato de Henri de Regnier (1910)

La Primera Guerra Mundial interrumpió momentáneamente su carrera. Regresó a Italia para servir como intérprete de francés en el Servicio de Información italiano. En 1919 regresó a París, esta vez para trabajar con el editor Devambez. Sus carteles volvieron a sacudir de color las calles de la ciudad con figuras brillantes:

Leonetto Cappiello - Cartel publicitario para Campari (1921) - La imagen muestra, sobre fondo negro, la figura de un payaso vestido de rojo envuelto en una monda de naranja que sostiene en su mano izquierda una botella. Bajo la figura, aparece escrito Bitter Campari. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Cartel publicitario para Campari (1921)

Su fama llegó a tal extremo que reclamaban su trabajo en diferentes países. Realizó carteles, además de para empresas francesas, para Italia y España:

Leonetto Cappiello - Cartel publicitario para La Victoria Arduino (1922) - La imagen muestra sobre un fondo verde oscuro un vagón de tren con la portezuela abierta de la que sale un hombre con abrigo amarillo y sombrero blanco, de espaldas al espectador, que se sirve al vuelo una taza de café expreso de una cafetera Victoria Arduino. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Cartel publicitario para La Victoria Arduino (1922)

Leonetto Cappiello - Cartel publicitario para Café con Leche Condensada Iberia (1924) - La imagen muestra, sobre fondo anaranjado, la figura de un hombre embozado con capa y sombrero negros, que bebe una taza de café humeante. A su lado, sobre la mesa, un bote de Café con Leche Condensada Iberia. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Cartel publicitario para Café con Leche Condensada Iberia (1924)

En 1930, Cappiello se nacionalizo francés. Amaba a Francia y a París, donde veía una luz que iluminaba los sentidos pero que nunca los cegaba. El estado francés le otorgó la Legión de Honor por su trayectoria artística y por su aportación a las artes y la cultura francesas: por sus carteles, sus cuadros, sus decoraciones, sus ilustraciones editoriales, sus cartones para tapices de la Manufactura estatal de Beauvais o los bocetos para ballets y obras de teatro. Cuando le fue concedida la condecoración también le entregaron una carta, dirigida a él por una serie de jóvenes artistas que querían, de ese modo, agradecer al maestro su enorme talento y su visión de modernidad y el hecho de que abriera el camino a nuevas formas de expresión visual.

Leonetto Cappiello - Cartel publicitario para Caldo Concentrado Kub (1931) - La imagen muestra, sobre un fondo anaranjado, la cabeza de un buey. Es de color negro y sobre uno de sus ojos aparece un cubo de caldo en el que está escrito KUB. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello – Cartel publicitario para Caldo Concentrado Kub (1931)

Esos jóvenes artistas eran los que llevarían el lenguaje de las vanguardias pictóricas al cartel publicitario: Cassandre, Charles Loupot, Jean Carlu y Paul Colin fueron los firmantes de esa carta de agradecimiento a un artista que no necesitó de estudios para ser un maestro de la ilustración y de la pintura. A un hombre elegante y educado al que no le hizo falta pertenecer a la aristocracia para ser un ejemplo de comportamiento noble y refinado.

A Leonetto Cappiello.

Leonetto Cappiello en su estudio del Boulevard Malesherbes, 194 de Paris (1902) - La imagen es una fotografía en blanco y negro donde aparece Cappiello de cuerpo entero, vestido de forma elegante, delante de un caballete sobre el que hay un papel con lo que parece un boceto de un cartel. Cappiello mira a la cámara con una media sonrisa, lleva un bigote con las puntas engominadas y tiene la mano izquierda en el bolsillo del pantalón, en una pose un tanto indolente. Pulse para ampliar.

Leonetto Cappiello en su estudio del Boulevard Malesherbes, 194 de Paris (1902)

Una décima de segundo

«Y es que no hay nada mejor que imaginar,

la Física es un placer»

Antonio Vega – «Una décima de segundo»

Cien mil fotografías son muchas fotografías.

Y más si hablamos de fotografía analógica. Esa que tiene que ver con la película de celuloide, con las lentes, con el tiempo de exposición, con cubetas, con el baño de paro… Pero Jacques Henri Lartigue hizo incluso más de esas cien mil. Y escribió más de 7.000 páginas detallando sus vivencias y sus fotografías. Y las dispuso cuidadosamente en álbumes ordenados de manera cronológica, contando así su historia pero también la del siglo XX.

Lartigue nació en 1894 cerca de París. Con seis años estaba fascinado por la cámara fotográfica de su padre y comenzó a tomar sus propias fotografías y a dejar anotaciones acerca de sus impresiones. Aquel trabajo tan concienzudo para un niño de seis años llamó la atención de su progenitor que, como recompensa a su esfuerzo, le regaló su primera cámara al cumplir los ocho años. Y entonces sí que comenzó en serio la carrera de uno de los fotógrafos más particulares que nunca se haya visto.

Las primeras fotografías que hizo Lartigue retratan el mundo familiar. Reflejan la vida acomodada de la burguesía francesa de principios de siglo pero también algo más: una sensación de alegría, de que los instantes que se suceden en nuestras vidas acaban por dejar una huella imborrable en nuestra alma. Lartigue comenzó a captar con su cámara el momento en que la emoción y la alegría llegan a su cúlmen. Daba igual cuándo: en los juegos, en los baños en la piscina, en las salidas a ver competiciones de automovilismo o en demostraciones aéreas. Y, consciente o inconscientemente, en todas ellas plasmó un elemento que se convertiría en el denominador común de toda su obra: el instante.

La imagen muestra parte de las escaleras de piedra que parecen dar acceso a una gran casa. Sobre la balaustrada está la figura de una mujer joven que se está deslizando pasamanos abajo con cara de diversión y la falda ondeando. Pulse para ampliar.

Mi prima (1905)

La imagen muestra a un niño con bañador de cuerpo entero y una especie de boya atada a la espalda en el momento de zambullirse en una piscina. Tiene todo el cuerpo estirado, los brazos flexionados y las manos juntas para sumergirse. Pulse para ampliar.

Jacques Henri Lartigue – Dedé en Rouzat (1911)

A medida que pasaba el tiempo, Lartigue procuraba hacerse con cámaras cada vez más sofisticadas que le permitían detener el tiempo en sus imágenes, atrapando esa décima de segundo «que va saltando de hoja en hoja, mil millones de instantes de que hablar» (que cantaría Antonio Vega), en la que, casi siempre, los protagonistas son su familia, el deporte y los amigos, pero también la felicidad. Esa felicidad que flota en el ambiente y que se huele en el aire, que envuelve a las personas en un halo protector.

La imagen muestra una fotografía tomada en picado, es decir, desde arriba, en la que se ve un coche de carreras pilotado por un hombre, en plena competición. Las líneas borrosas del paisaje del fondo y de los radios de las ruedas del coche nos indican que va a bastante velocidad. Pulse para ampliar.

Jacques Henri Lartigue – Carrera (1913)

La imagen muestra una fotografía circular en la que en el medio justo podemos ver a un joven patinador en el aire, en plena pirueta. A su alrededor el paisaje de un lado helado y al fondo las montañas nevadas. Pulse para ampliar.

Jacques Henri lartigue – Francis Pigureron en Chamonix (1918)

Es difícil no sonreir ante las imágenes de Lartigue, como es difícil no hacerlo ante las pinturas de Marc Chagall. No porque cuenten algo gracioso, sino porque están llenas de gracia, de ligereza, de felicidad. De instantes ajenos que se convierten en propios. De pensamientos que cruzan la mente del retratado y que se transforman en una mirada, en un sonrisa, en una carcajada o en un gesto pensativo. De sensaciones que nos llevan a imaginar qué es lo que se esconde al otro lado de la fotografía.

La imagen muestra una fotografía de un hombre joven recién salido del mar. Está vestido con un bañador de cuerpo entero y por su cabeza y su pecho caen chorros de agua. Tiene la cabeza inclinada y sonríe abiertamente a la cámara. Pulse para ampliar.

Jaques Henri Lartigue – Sala en Biarritz (1918)

La imagen muestra el interior de una habitación con un gran ventanal. Sobre el alféizar de la ventana está sentada una mujer joven, que apoya las manos delicadamente sobre la barandilla del ventanal y que mira hacia el paisaje que hay afuera. Tiene una expresión abstraída como si estuviera perdida en sus pensamientos. la luz del sol incide sobre su cara. Pulse para ampliar.

Jacques Henri Lartigue – Renee Perle (c. 1931)

La imagen muestra un primer plano tomado desde arriba de una mujer joven tumbada en la arena de una playa. Echa la cabeza hacia atrás y parece estar riendo a carcajadas. Pulse para ampliar.

Jacques Henri Lartigue – Gerda en Hendaya (1937)

Lartigue fue capaz de crear un mundo flotante en su obra. Donde el viento sopla y donde el agua cae. Donde las personas y sus sueños vuelan y nunca se desploman, porque tenemos la sensación de que después de elevarse se posarán con delicadeza sobre el suelo, sobre la arena, sobre una rama o sobre una brizna de hierba. Lartigue parece plasmar las leyes de la Física en sus fotografías. Esa velocidad del instante que resulta de partir el espacio por el tiempo aparece incluso cuando todo resulta estático, captando el soplo de viento que hincha el toldo de la playa como una vela:

La imagen muestra a una mujer sentada de espaldas al espectador sobre la arena de la playa. A su lado una especie de tienda de campaña de tela a rayas cuyas paredes están hinchadas por el viento que sopla. Pulse para ampliar.

Jacques Henri Lartigue . Coco en Hendaya (1934)

Jacques Henri Lartigue pasó su vida haciendo fotografías. Y nadie le dio especial aprecio hasta que en 1955, cuando contaba más de 60 años, el Museo de Orsay celebró una exposición sobre su obra. Fue el paso previo al reconocimiento definitivo que le dio el MoMA de Nueva York cuando en 1963 le dedicó una exposición que le encumbró como uno de los grandes fotógrafos del siglo XX.

Siempre es una delicia contemplar la obra de Lartigue. Probablemente por el hecho de que es fácil adentrarse en sus instantes y comprender la sutileza de su mirada. Quizá porque también es fácil caer en la tentación de inventar el antes y el después de esa décima de segundo que termina, siempre, con una sonrisa.

La imagen muestra un primer plano del fotógrafo, ya mayor, con el pelo blanco y el rostro surcado de arrugas. Apoya la mejilla en la mano derecha y mira al espectador con una expresión entre inocente y pícara. Pulse para ampliar.

Jacques Henri Lartigue – Retrato (1974)

O quizá porque, como dice la canción, «no hay nada mejor que imaginar… La Física es un placer»