El Ojo En El Cielo

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Mes: octubre, 2012

Un cisne en el metro de Londres

Sí: un cisne en el metro de Londres. La «bomba rubia» de los carteles que animaban a las mujeres del Reino Unido a alistarse en el Auxiliary Territorial Service (la rama femenina del Ejército británico) durante la II Guerra Mundial. La cortinilla de televisión con el logotipo de la BBC. Innumerables y espléndidos carteles que invitaban a utilizar el transporte público. Y una sentencia que se ha convertido en mantra de diseñadores: Máximo significado con medios mínimos.

Señoras y señores, con ustedes: Abram Games.

Hijo de inmigrantes judíos de origen ruso-lituano, Games nació en el corazón de Londres, en Whitechapel, en 1914. Su padre era fotógrafo y él siempre sintió inclinación por el mundo del arte. Pero no se sentía a gusto con los métodos académicos ni con los profesores de la St. Martin´s School of Art, que no tuvieron reparos en decirle que carecía absolutamente de talento. Abram se refugiaba de la frustración pasando la hora del almuerzo dibujando en la National Gallery o haciendo estudios anatómicos en el Royal College of Surgeons. Abandonó los estudios de arte y comenzó a ayudar a su padre en el estudio fotográfico. Pero nunca dejó de dibujar.

Al final, como suele ocurrir en estos casos, el mundo de arte y del diseño se rindió ante las imágenes poderosas de Games. Su primer triunfo fue el primer premio en un concurso de carteles que había convocado el London County Council en 1934 para la promoción de unas clases nocturnas. Su estilo, muy influenciado por el de los cartelistas franceses como Cassandre, Carlu o Colin y por las imágenes rotundas del norteamericano afincado en Inglaterra Edward McKnight Kauffer, participaba, al igual que el de sus referentes, de la fascinación por el volumen y la geometría propia de vanguardias artísticas como el cubismo.

Tras ganar ese concurso, Games comenzó una serie de trabajos para London Transport, la empresa Shell o para el Departamento de Guerra, para el que realizó carteles de propaganda para el reclutamiento femenino que se convirtieron en mitos de la ilustración y del diseño gráfico:


Sus carteles para el Departamento de Guerra durante la II Guerra Mundial siguen siendo referencias indispensables hoy en día. Como este en el que anima a los británicos a cultivar su propia comida en lugar de abusar de las importaciones:

O como este en el que alerta a los soldados de los peligros de hablar demasiado, ya que pueden causar la muerte de sus compañeros, plasmando esa alerta de un modo gráfico y brutal:

Games dominaba la técnica del aerógrafo y solía combinarla con la fotografía. Sus carteles para London Transport se convirtieron en la ventana a la vanguardia en los subterráneos del metro:

Incluso diseñó un motivo decorativo para la nueva estación de Stockwell del metro londinense, al que se llamó The Swan (el cisne) en recuerdo de un famoso pub que había en las cercanías de la estación:

El trabajo de Abram Games como diseñador ocupó casi seis décadas. Además de carteles, también diseñó en 1952 la cortinilla con el logotipo de la BBC para la televisión:

O portadas para colecciones literarias de la editorial Penguin:

También fue inventor. Suyo es el diseño de uno de los modelos de cafetera más vanguardistas de la segunda mitad del siglo XX: la Cona Coffee New Table Model de 1959:

También fue profesor invitado en el Royal College of Arts entre 1946 y 1953. El niño al que sus profesores le decían que no tenía talento acabó dando clases de diseño:

Sesenta años dedicados al diseño merecen la pena un vistazo. El trabajo de Games es el mejor ejemplo de que el entusiasmo puede llevarnos hasta donde queramos. Incluso a encontrar cisnes en andenes subterráneos.

¿Qué canciones conoce usted?

«Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito.»

Esta es la historia del viaje más frío jamás emprendido. Y la del hombre que durante dos años inmortalizó con sus fotografías una hazaña difícilmente superable.

Desde mediados del siglo XIX las exploraciones polares eran el objetivo de los grandes aventureros y el imaginario popular rendía culto a aquellos de final trágico, como John Franklin en su búsqueda del Paso del Noroeste o Robert Scott, en su carrera contrarreloj para alcanzar el Polo Sur antes que su rival Admunsen. En 1914, y a pesar de que el logro de Admunsen parecía haber agotado las posibilidades de la exploración polar, Ernst Shackleton organizó una expedición para atravesar el continente antártico.

Shackleton denominó a la aventura la Expedición Imperial Transantártica. Era su segundo intento de explorar la Antártida, tras un fracaso anterior en alcanzar el Polo Sur con su expedición Nimrod (1908). Y aunque las autoridades no parecían excesivamente entusiasmadas por su proyecto, consiguió financiación para llevarla a cabo y recibió más de 5.000 solicitudes de participación tras publicar el anuncio con el que comienza este post. El proceso de selección fue árduo, pero en él Shackleton demostró su gran inteligencia como organizador y como líder. Algunos de los miembros de la expedición habían estado con él en la Nimrod. Para decidir el resto de los componentes no dudó en preguntar a los candidatos cosas aparantemente absurdas como «¿Puede reconocer el oro en cuanto lo ve?» o «¿Qué canciones conoce usted?».

Shackleton sabía que la experiencia iba a ser dura, más aún después del fracaso de Scott. Quería hombres que tuvieran recursos para afrontar largos días -y noches- sin poder moverse, que fomentaran el espíritu de equipo y de colaboración, porque una vez allí dependerían los unos de los otros. Las 5.000 peticiones de participación quedaron reducidas a una expedición de 28 hombres entre los que se encontraba un fotógrafo llamado Frank Hurley. Hurley era australiano y había participado en la exploración antártica de su compatriota Douglas Mawson. Sus fotografías y películas para la expedición hicieron decidir a Shackleton el contar con él para su aventura, ya que el testimonio gráfico era uno de los alicientes de los patrocinadores para apoyar estas iniciativas. De hecho, Kodak suministró la mayor parte del material fotográfico para la expedición.

La expedición de Shackleton parecía condenada al fracaso desde su comienzo. El día de su partida, el 8 de agosto de 1914, su país miraba con temor hacia otro lado: Gran Bretaña había declarado la guerra a Alemania cuatro días antes. Una aventura polar parecía algo excesivamente frívolo cuando el continente estaba abocado a un conflicto mundial sin precedentes. Sin embargo no se abandonó el proyecto y el Endurance zarpó hacia su destino.

Desde el primer momento Frank Hurley llevó un diario fotográfico de la vida a bordo. Habilitó un cuarto oscuro justo encima de la sala de máquinas para revelar las fotografías y almacenar los negativos (muchos de ellos en placas de cristal). Su capacidad de observación y para reflejar la normalidad en un entorno tan hostil nos describen la expedición en sus aspectos más épicos pero también en los más cotidianos. Shackleton animaba a Hurley a trabajar con sus fotografías y a compartirlas con los miembros de la tripulación, que las pegaban en las paredes de sus camarotes.

Hurley fue pionero en la realización de fotografías en color, utilizando un método llamado Paget, que se comercializaría un año después de que zarpara el Endurance. Sus experimentos en condiciones extremas fueron de gran utilidad para la industria fotográfica.

El Endurance nunca llegó a la Antártida. Quedó atrapado entre los hielos en el Mar de Weddell y finalmente fue aplastado por las placas heladas. Los miembros de la tripulación se vieron obligados a instalar un campamento sobre la banquisa con todo aquello que pudieron salvar del barco. Shackleton organizó jornadas de trabajo y de ocio para mantener la moral de los hombres. Había entrenamientos diarios con las traíllas de perros, turnos de caza y de labores «domésticas», campeonatos de fútbol… Incluso fiestas de disfraces. Pero llegó un momento en que la fragilidad de los témpanos sobre los que se asentaba el campamento provocó una dura decisión: debían abandonar el lugar e intentar llegar hasta tierra firme. Arrastrando los botes salvavidas y las provisiones esenciales durante más de 400 km sobre el hielo para intentar alcanzar la isla Elefante. Y eso supuso sacrificar a todos los animales de la expedición.


El viaje hasta la isla Elefante fue ciertamente penoso y duro. Y, aún así, las fotografías de Hurley fueron parte de los objetos salvados (decisión de Shackleton, que veía en el material gráfico una opción de explotación futura de la expedición), a pesar de la aparatosidad de las maletas donde guardaba los negativos y las cámaras.

Al llegar a la isla Elefante Shackleton sabía que no duraría la paz mucho tiempo si se quedaban allí esperando a que algún barco pasara por casualidad y les rescatara. Así que tomó otra decisión dificil: aprovechar la rotura de los hielos para adentrarse en el Océano Glacial Antártico en el bote salvavidas James Caird e intentar llegar, sin instrumentos de navegación y en medio de las continuas tempestades, atravesando 800 millas náuticas, hasta la isla de South Georgia, donde había una base permanente de balleneros noruegos.

El viaje del James Caird se considera una de las mayores hazañas náuticas de la historia (sólo superada por la del Capitan James Bligh del HMS Bounty cuando fue abandonado por su tripulación amotinada en medio del Pacífico). Los seis tripulantes llegaron exhaustos a South Georgia y pudieron pedir auxilio. Casi dos años después de que el Endurance zarpara en su misión, Ernst Shackleton y sus 28 compañeros regresaban sanos y salvos a casa.

La vuelta de los expedicionarios no fue muy aclamada: toda Europa estaba sumergida en un conflicto cruel que no tenía visos de terminar en breve. Muchos miembros de la expedición volvieron a sus puestos en el ejército o se alistaron para participar en la guerra. Algunos murieron en los campos de batalla franceses y belgas después de haber sobrevivido dos años entre los hielos. Frank Hurley se incorporó como fotógrafo de guerra y suyas son algunas de las mejores imágenes de Verdún o Ypres.

El trabajo de Hurley se extiende a la II Guerra Mundial y a reportajes fascinantes como el que realizó en Papúa Nueva Guinea. Como fotógrafo, tuvo muchos detractores debido a su tendencia a manipular las fotografías combinando varias exposiciones para lograr un efecto estético. Pero hoy sus fotografías se consideran testimonios excepcionales de una época y su maestría en los esquemas compositivos le han convertido en un referente indudable. Contemplar su obra es admirar su trabajo pero también su intensa vida. En este enlace se puede acceder al fondo documental sobre su obra en la Biblioteca Nacional de Australia y comprobar cómo la Historia pasó ante los ojos y la cámara de un hombre con una sensibilidad especial para captar la belleza de lo salvaje pero que, seguramente, también conocía estupendas canciones.

Mudo y miserable

Así es como describió Beatrix Pietersdr Vekemans a su hijo Hendrick en un documento fechado en 1633 en el que dejaba una cantidad anual procedente de la fortuna familiar para su manutención. Además de «mudo y miserable» se refería a él como «soltero». Pero no como lo que realmente era, un gran pintor.

Quizá hoy en día nos suene un tanto cruel esa manera de considerar o de referirse a un hijo. Pero debemos intentar entender a Beatrix: era nieta de un erudito famoso, su padre regentaba una prestigiosa escuela latina y su marido, Barent Hendricksz Avercamp, era el boticario de la ciudad de Kampen. Toda la familia era culta y educada y gozaba de una posición social y económica más que holgada. Uno de sus hijos heredó la botica paterna; otro estudió medicina.

Y luego estaba Hendrick.

Hendrick nació sordomudo, para vergüenza de la familia Avercamp. Aún así, el bagaje intelectual y la prominente posición social de la familia impidieron que el niño fuera abandonado. Y desde muy joven le enviaron a Amsterdam para ser aprendiz de un afamado pintor danés, Pieter Isaacks, asegurándose, de algún modo, el futuro del muchacho en el caso de que ellos faltasen.

A pesar de haberse formado en Amsterdan, el estilo de Avercamp dista mucho de aquel de los pintores holandeses más famosos de su época. Si acaso guarda ciertas reminiscencias con algún maestro menor de Kampen o con los pintores flamencos, de quienes admiraba su minuciosidad. Pronto se especializó en paisajes invernales salpicados de pequeñas figuras que constituyen un mundo en miniatura en el que siempre se descubre algo nuevo.

En estos cuadros se aprecia la influencia en Avercamp de los pintores flamencos y alemanes de los siglos anteriores: no sólo en los detalles nimios que salpican todo el lienzo, dándole una viveza increíble, sino también en la alternancia de testimonio y anécdota, de reflejo de la realidad y de sentido del humor.

El mayor logro de la pintura de Avercamp es la captación del ambiente: las escenas invernales (su especialidad) están tamizadas por una neblina helada y por el vaho de la respiración de las figuras que las pueblan. La luz del sol lucha por llegar hasta el espectador e iluminar la escena para poder apreciarla. Y sin embargo sus cuadros están llenos de alegría, de vida, de conversaciones, de intercambios, de parejas que patinan abrazadas, de jugadores de kolf que se concentran en dar un buen golpe, de torpes patinadores que dan con su trasero en el hielo…

Hoy en día Avercamp es considerado el maestro de los maestros del paisaje invernal. Cualquiera que pueda ver sus cuadros al natural sentirá la tentación de acercar el oído para escuchar las conversaciones animadas que tienen lugar entre sus figuras, tal es la viveza con que las representa. Y, seguro, sonreirá y señalará con el dedo un detalle que le sorprenda. Como triste paradoja de su existencia, Avercamp hizo que sus cuadros hablaran por él y que sus historias llegaran hasta nosotros, cuatrocientos años más tarde, llenas de entusiamo y de alegría.

El hijo mudo y miserable de Beatrix nos sigue provocando una sonrisa mientras, con pinceladas, nos habla de cómo disfrutar de un frío día de invierno. Seguro que si ella pudiera verlo con nuestros ojos se enorgullecería de su talento.