¿Qué canciones conoce usted?

por MaríaVázquez

«Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito.»

Esta es la historia del viaje más frío jamás emprendido. Y la del hombre que durante dos años inmortalizó con sus fotografías una hazaña difícilmente superable.

Desde mediados del siglo XIX las exploraciones polares eran el objetivo de los grandes aventureros y el imaginario popular rendía culto a aquellos de final trágico, como John Franklin en su búsqueda del Paso del Noroeste o Robert Scott, en su carrera contrarreloj para alcanzar el Polo Sur antes que su rival Admunsen. En 1914, y a pesar de que el logro de Admunsen parecía haber agotado las posibilidades de la exploración polar, Ernst Shackleton organizó una expedición para atravesar el continente antártico.

Shackleton denominó a la aventura la Expedición Imperial Transantártica. Era su segundo intento de explorar la Antártida, tras un fracaso anterior en alcanzar el Polo Sur con su expedición Nimrod (1908). Y aunque las autoridades no parecían excesivamente entusiasmadas por su proyecto, consiguió financiación para llevarla a cabo y recibió más de 5.000 solicitudes de participación tras publicar el anuncio con el que comienza este post. El proceso de selección fue árduo, pero en él Shackleton demostró su gran inteligencia como organizador y como líder. Algunos de los miembros de la expedición habían estado con él en la Nimrod. Para decidir el resto de los componentes no dudó en preguntar a los candidatos cosas aparantemente absurdas como «¿Puede reconocer el oro en cuanto lo ve?» o «¿Qué canciones conoce usted?».

Shackleton sabía que la experiencia iba a ser dura, más aún después del fracaso de Scott. Quería hombres que tuvieran recursos para afrontar largos días -y noches- sin poder moverse, que fomentaran el espíritu de equipo y de colaboración, porque una vez allí dependerían los unos de los otros. Las 5.000 peticiones de participación quedaron reducidas a una expedición de 28 hombres entre los que se encontraba un fotógrafo llamado Frank Hurley. Hurley era australiano y había participado en la exploración antártica de su compatriota Douglas Mawson. Sus fotografías y películas para la expedición hicieron decidir a Shackleton el contar con él para su aventura, ya que el testimonio gráfico era uno de los alicientes de los patrocinadores para apoyar estas iniciativas. De hecho, Kodak suministró la mayor parte del material fotográfico para la expedición.

La expedición de Shackleton parecía condenada al fracaso desde su comienzo. El día de su partida, el 8 de agosto de 1914, su país miraba con temor hacia otro lado: Gran Bretaña había declarado la guerra a Alemania cuatro días antes. Una aventura polar parecía algo excesivamente frívolo cuando el continente estaba abocado a un conflicto mundial sin precedentes. Sin embargo no se abandonó el proyecto y el Endurance zarpó hacia su destino.

Desde el primer momento Frank Hurley llevó un diario fotográfico de la vida a bordo. Habilitó un cuarto oscuro justo encima de la sala de máquinas para revelar las fotografías y almacenar los negativos (muchos de ellos en placas de cristal). Su capacidad de observación y para reflejar la normalidad en un entorno tan hostil nos describen la expedición en sus aspectos más épicos pero también en los más cotidianos. Shackleton animaba a Hurley a trabajar con sus fotografías y a compartirlas con los miembros de la tripulación, que las pegaban en las paredes de sus camarotes.

Hurley fue pionero en la realización de fotografías en color, utilizando un método llamado Paget, que se comercializaría un año después de que zarpara el Endurance. Sus experimentos en condiciones extremas fueron de gran utilidad para la industria fotográfica.

El Endurance nunca llegó a la Antártida. Quedó atrapado entre los hielos en el Mar de Weddell y finalmente fue aplastado por las placas heladas. Los miembros de la tripulación se vieron obligados a instalar un campamento sobre la banquisa con todo aquello que pudieron salvar del barco. Shackleton organizó jornadas de trabajo y de ocio para mantener la moral de los hombres. Había entrenamientos diarios con las traíllas de perros, turnos de caza y de labores «domésticas», campeonatos de fútbol… Incluso fiestas de disfraces. Pero llegó un momento en que la fragilidad de los témpanos sobre los que se asentaba el campamento provocó una dura decisión: debían abandonar el lugar e intentar llegar hasta tierra firme. Arrastrando los botes salvavidas y las provisiones esenciales durante más de 400 km sobre el hielo para intentar alcanzar la isla Elefante. Y eso supuso sacrificar a todos los animales de la expedición.


El viaje hasta la isla Elefante fue ciertamente penoso y duro. Y, aún así, las fotografías de Hurley fueron parte de los objetos salvados (decisión de Shackleton, que veía en el material gráfico una opción de explotación futura de la expedición), a pesar de la aparatosidad de las maletas donde guardaba los negativos y las cámaras.

Al llegar a la isla Elefante Shackleton sabía que no duraría la paz mucho tiempo si se quedaban allí esperando a que algún barco pasara por casualidad y les rescatara. Así que tomó otra decisión dificil: aprovechar la rotura de los hielos para adentrarse en el Océano Glacial Antártico en el bote salvavidas James Caird e intentar llegar, sin instrumentos de navegación y en medio de las continuas tempestades, atravesando 800 millas náuticas, hasta la isla de South Georgia, donde había una base permanente de balleneros noruegos.

El viaje del James Caird se considera una de las mayores hazañas náuticas de la historia (sólo superada por la del Capitan James Bligh del HMS Bounty cuando fue abandonado por su tripulación amotinada en medio del Pacífico). Los seis tripulantes llegaron exhaustos a South Georgia y pudieron pedir auxilio. Casi dos años después de que el Endurance zarpara en su misión, Ernst Shackleton y sus 28 compañeros regresaban sanos y salvos a casa.

La vuelta de los expedicionarios no fue muy aclamada: toda Europa estaba sumergida en un conflicto cruel que no tenía visos de terminar en breve. Muchos miembros de la expedición volvieron a sus puestos en el ejército o se alistaron para participar en la guerra. Algunos murieron en los campos de batalla franceses y belgas después de haber sobrevivido dos años entre los hielos. Frank Hurley se incorporó como fotógrafo de guerra y suyas son algunas de las mejores imágenes de Verdún o Ypres.

El trabajo de Hurley se extiende a la II Guerra Mundial y a reportajes fascinantes como el que realizó en Papúa Nueva Guinea. Como fotógrafo, tuvo muchos detractores debido a su tendencia a manipular las fotografías combinando varias exposiciones para lograr un efecto estético. Pero hoy sus fotografías se consideran testimonios excepcionales de una época y su maestría en los esquemas compositivos le han convertido en un referente indudable. Contemplar su obra es admirar su trabajo pero también su intensa vida. En este enlace se puede acceder al fondo documental sobre su obra en la Biblioteca Nacional de Australia y comprobar cómo la Historia pasó ante los ojos y la cámara de un hombre con una sensibilidad especial para captar la belleza de lo salvaje pero que, seguramente, también conocía estupendas canciones.