Historia de seis ciudades
«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada.»
Charles Dickens – «Historia de dos ciudades» (1859)
Cuando Cayo Victorio Victorino llegó al fin del mundo con su familia, sus libertos, sus esclavos y la guarnición militar que le acompañaba debió sonreír satisfecho al ver la casa donde iban a residir y donde se situaría la oficina de recaudación de impuestos que dirigiría a partir de aquel momento. Victorino había nacido en la Germania Inferior, a un mundo de distancia de allí. Era centurión y había servido muchos años en el ejército. El camino -el físico y el vital- había sido largo pero no excesivamente complicado o peligroso, no más de lo normal. Las vías construidas con esmero por los ingenieros militares llegaban a todas partes del Imperio Romano, incluso hasta ese lugar donde le habían destinado, a medio camino entre el asentamiento permanente de su legión, la VII Gemina Antoniniana, y la costa donde la tierra conocida terminaba. Ahora su recompensa era un puesto importante, de indudable prestigio social, que le permitiría controlar los impuestos del conventus lucensis desde su capital, una ciudad fundada por el legado Paulo Fabio Máximo hacía casi 200 años y a la que habían llamado Lucus Agusti. A pesar de que la recaudación de impuestos había sido una tarea principalmente civil dentro de las magistraturas romanas, a finales del siglo II la paz relativa que gozaba el Imperio había hecho recaer esa tarea en el ejército. Y por eso Victorino había recibido como recompensa a una larga carrera un cargo en la nueva provincia romana de Gallaecia.
Los recién llegados se instalaron en una de las mejores casas de la ciudad. Cerca del centro neurálgico del poder y de la economía – el Foro- pero lo suficientemente alejada para disfrutar de un entorno tranquilo. Orientada al sur y situada en un extremo de la colina sobre la que se alzaba la ciudad, desde allí podía disfrutarse de las vistas más hermosas sobre el valle del Miño, pero también controlar con facilidad el puente que atravesaba el río, las termas situadas en su orilla y la vía que llevaba a Auriense, otra ciudad importante destinada, sobre todo, a administrar la explotación de oro del noroeste de la Península Ibérica. La construcción del edificio satisfaría a la persona más exigente. Cada una de sus estancias, de los materiales utilizados y de las técnicas constructivas eran ejemplo de la mejor arquitectura romana, esa que había analizado y recogido en su tratado Vitrubio. Además de estar bellamente decorada contaba con todas las comodidades que podía ofrecer una vivienda de esa categoría: calefacción, termas, un plan hidráulico que suministraba agua potable, reciclaba la procedente de la lluvia y dirigía las aguas residuales hacia la cloaca de la ciudad, un patio enlosado con ventanas acristaladas, pavimentos de lujo en las habitaciones principales y jardín.

Domus del Mitreo (Lugo) – Reconstrucción virtual del aspecto del patio porticado (trabajo de Alicia Colmenero: http://xegali.wix.com/acolmenero)

Domus del Mitreo (Lugo) – Detalle de la construcción del muro con el sistema de aislamiento (cámara de aire a base de tejas dispuestas contra el muro) para preservar las pinturas de la humedad, tal y como lo describe Vitrubio en sus «Diez libros sobre arquitectura»
A pesar de que la vivienda era más que suficiente para la familia del centurión, Victorino hizo construir nuevas estancias para adaptar el edificio a su nueva función de oficina de recaudación de impuestos. Aunque Lucus Augusti estaba en el extremo occidental del Imperio Romano, hasta allí llegaban mercancías desde los puntos más lejanos: cerámica de la Galia que llegaban a través de Tarraco (Tarragona) o de Iria Flavia (Padrón); ánforas con vino y aceite de Rodas, de Creta o de Gaza; vajillas de vidrio de Germania; o monedas de las Galias, Constantinopla o Roma. Además de las producciones locales y procedentes de la Península (sobre todo de la zona del Ebro, donde se asentaba la importante ciudad de Caesar Augusta – Zaragoza-).
Como militar que era, Victorino era seguidor del culto a Mitra, una religión de origen oriental. Dos de sus libertos le solicitaron que construyera un templo dedicado a esa divinidad, de uso privado para la familia y la guarnición militar del puesto. Victorino accedió y en el año 212 (el mismo en el que todos los habitantes del Imperio se convirtieron en ciudadanos romanos, independientemente de donde hubieran nacido, gracias al Edicto de Caracalla) levantó un mitreo (es decir, un templo dedicado a Mitra) anexo a la vivienda.
Al nunca conquistado dios Mitra
Cayo Victorio Victorino, centurion
de la Legión VII Gémina Antoniniana
devoto y leal, de buen grado erigió este ara
en honor al puesto de control militar de Lucus
y de sus dos libertos Victorio Segundo y Victorio Victor
El centurión no lo sabía, pero acababa de erigir un «monumento más duradero que el bronce», que diría el poeta Horacio o, por lo menos, tan duradero como la inscripción de su altar de piedra reproducida arriba. Su templo siguió en pie incluso cuando, muchos años después, la magnífica casa fue expropiada (en el año 278, aproximadamente) para construir la muralla que defendería la ciudad y que, aún hoy en día, dibuja el perfil urbano de Lugo.
Se derribaron varias partes de la casa lo cual no fue obstáculo para que algunas de sus estancias se utilizaran como almacenes y cocinas para los obreros que trabajaban en la construcción de la muralla.

Domus del Mitreo (Lugo) – Molino de tracción humana utilizado durante la construcción de la muralla romana. Se aprecia el pavimento del suelo hecho con «opus signinum» (cantos rodados y argamasa, pulido posteriormente).
A pesar de todos estos cambios, que modificaron drásticamente el trazado urbano de la ciudad, el mitreo construído por Victorino siguió en pie y utilizándose, ahora ya de modo público. De hecho, la existencia de ese templo provocó que el centro religioso de la ciudad se trasladase a esa zona, limítrofe con la muralla. Incluso la llegada del cristianismo al Imperio no le afectó en un primer momento hasta que en el año 350 se derribó definitivamente el edificio y se clausuró. El culto a Mitra era un rival directo del cristianismo, que había tenido la buena visión de copiar determinados aspectos del rito oriental para adaptarlo a su propio ceremonial. Así que fue imposible que el templo sobreviviera a la llegada de la cruz.
El final del Imperio Romano en occidente supuso la llegada de las invasiones germánicas. Lucus Augusti cayó en manos de los suevos, que apenas modificaron la ciudad y se limitaron a reutilizar las infraestructuras existentes. Sólo cuando la calma -relativa- volvió a los nuevos estados resultantes de la fragmentación de los antiguos territorios romanos, las ciudades como Lugo pudieron resurgir y crecer. El lugar que había ocupado la casa del centurión Victorino y su templo a Mitra se utilizó como taller de cantería para la construcción de la catedral. De hecho, existen muchas posibilidades de que la catedral (completamente excéntrica dentro del plano urbano de Lugo) se erigiera en ese lugar precisamente porque allí había existido un templo a Mitra en época romana, continuando la tradición de la zona como referente religioso de la ciudad.

Lugo – Fachada occidental (siglo XVIII) situada justo frente al templo de Mitra construido por el centurión Victorino en 212.
Aquel solar no sólo sirvió de taller, sino también de cementerio. Los ciudadanos más pudientes podían permitirse el lujo de ser enterrados en el atrio de la catedral, pero el pueblo llano no tenía la oportunidad de estar tan cerca de Dios. Así que, en la época románica (siglos XI-XII), el lugar comenzó a utilizarse como camposanto de las clases menos favorecidas.
El crecimiento de la ciudad de Lugo hizo que las familias nobles comenzaran a establecer sus viviendas dentro de la ciudad. Esto se generalizó en la Edad Moderna, a partir del siglo XVI, con la creación de los estados absolutistas y la decadencia paulatina del poder feudal. Sobre la casa de Victorino la familia Montenegro construyó su palacio urbano – pazo, como se denomina en gallego-, justo frente a la catedral, no en vano la aristocracia siempre tuvo un asiento con vista privilegiada a la salvación del alma.

Domus del Mitreo (Lugo) – Restos de cerámica fina de Talavera (siglo XVIII) pertenecientes a un paraguero del Pazo de Montenegro.

Vicerrectorado de la Universidad de Santiago de Compostela (Pazo de Montenegro) – Restos de pintura mural ornamental con escena de caza (siglos XVIII-XIX)
El tiempo siguió pasando y el espacio lateral del pazo se utilizó para albergar diversos establecimientos. En el siglo XIX la Revolución Industrial se metió dentro de las murallas de Lugo en forma de aserradero, construido sobre la antigua necrópolis medieval. En las excavaciones arqueológicas para estudiar la domus de Victorino se hallaron desde monedas del reinado de Isabel II a los talones bancarios con los que se pagó la compra de maquinaria alemana para el aserradero. Incluso se encontraron las imágenes del catálogo de esa maquinaria que un comercial vasco había llevado hasta allí.
Los años pasaron y los negocios cerraron para ser sustituidos por otros. Al aserradero le siguieron una fábrica de cuerdas y alpargatas regentada por maragatos y un ultramarinos que estuvo en funcionamiento hasta los años 70 del siglo XX. En éste último nivel los investigadores hallaron restos de zapatillas de cuerda, recuerdo de la artesanía maragata, y un compartimento oculto en el suelo de la tienda donde se habían olvidado tesoros coloniales para el estraperlo como café, latas de comida o frascos de Chanel nº5.
El pazo de los Montenegro cayó en el abandono una vez que la familia dejó de residir en él. Un incendio remató ese abandono hasta que la Universidad de Santiago de Compostela lo adquirió para convertirlo en la sede de su vicerrectorado en Lugo. Durante los trabajos de rehabilitación se descubrieron los restos de la casa romana y el templo de Mitra, dejando al descubierto una superposición de niveles arqueológicos que contaban con precisión la historia de la ciudad o, mejor dicho, de las diferentes ciudades que habían existido a lo largo de 2.000 años.
Si alguna vez visitan Lugo, acérquense a ver la Domus del Mitreo. No tiene pérdida: justo enfrente de la fachada occidental de la catedral está el edificio del vicerrectorado y a su lado, bajo el auditorio, se pueden ver los restos del templo construido por Cayo Victorio Victorino. Eso si, tendrán que conformarse con atisbarlos a duras penas a través de un cristal porque el yacimiento y la exposición estarán, con toda probabilidad, cerrados a cal y canto. A pesar de que el yacimiento está musealizado y habilitado para las visitas, con paneles explicativos y recorridos señalizados, la desidia de las autoridades universitarias y la indiferencia de las autoridades municipales han logrado que este tesoro, esta especie de Atapuerca urbano que es la envidia de estudiosos de todo el mundo (en la Universidad de Nebraska la materia de Historia de Roma se explica a través de los hallazgos de esta excavación, por ejemplo), no pueda ser visitado por el público. Aun así, prueben suerte y pregunten en el Vicerrectorado (en horario de mañana, claro) si Celso Rodríguez Cao, el arqueólogo que dirigió la excavación, está por el lugar. Quizá el destino sonría y puedan hablar con él. Gustosamente les regalará su tiempo y les contará, como si de un Charles Dickens moderno se tratara, la historia de las seis ciudades (la romana, la sueva, la románica, la de la época moderna, la decimonónica y la del siglo XX) que fueron construyéndose una sobre otra y cuyos restos siguen siendo una suerte de cueva del tesoro en apenas 600 metros cuadrados.
[Nota: Mi agradecimiento a Celso Rodríguez Cao por su tiempo y paciencia ante mis preguntas. Y también por el excelente trabajo que realiza intentando divulgar todo aquello que ha encontrado durante sus trabajos – que aún continúan- en la Domus del Mitreo de Lugo]