La danza invisible
Hubo una vez un muchacho tan alto y delgaducho que sus compañeros de colegio le apodaban «comadreja». Un joven enfermo de tuberculosis desde los siete años, apasionado de la música y de los libros, que se convirtió en el ilustrador editorial más excepcional del siglo XIX. Un artista cuyas obras eran calificadas de obscenas hasta bien entrado el siglo XX y cuyas reproducciones eran incautadas por la policía hasta que en 1966 una exposición antológica sobre su trabajo abrió los ojos del mundo. «El discípulo del diablo», le llamaron aquellos que le criticaban ferozmente pero que, al mismo tiempo, no podían apartar la mirada de sus increíbles dibujos. Un niño prodigio de largas manos huesudas, pulmones rotos y pluma mojada en ácida tinta irónica que vivió sólo 25 años y cuyo nombre era Vincent Aubrey Beardsley
Desde muy pequeño Beardsley comenzó a dibujar, en parte para mitigar el aburrimiento que le producía tener que pasar largas temporadas postrado a causa de su enfermedad. No recibió una formación académica, así que su estilo era bastante peculiar, al margen de las leyes de la perspectiva o de la proporción, inspirado en las formas alargadas y elegantes de pintores vinculados al movimiento Arts & Crafts como Edward Burne-Jones. Muy pronto tuvo su primer encargo: con apenas once años cumplidos, una amiga de la familia, lady Henrietta Pelham, le pagó la espléndida suma de 30£ por decorar los menús y las tarjetas de invitados para una boda.
Su gran inteligencia y su amor por la lectura y la música (inculcado a él y a su hermana por su madre) no le hicieron, sin embargo, un buen estudiante. Abandonó la escuela muy pronto, a los 16 años, para ganarse la vida trabajando como administrativo en una compañía de seguros. No era el trabajo de su vida, desde luego, algo de lo que fue consciente cuando, en 1891, conoció a dos de sus grandes ídolos: el pintor Edward Burne-Jones y el también pintor y decorador vinculado al Movimiento Esteticista J. A. M. Whistler, cuya Habitación del Pavo Real (realizada para el naviero F. R. Leyland en 1878) había fascinado al joven Aubrey por su explosión decorativa y por la influencia del dibujo y del grabado japonés. A través de Burne-Jones conoció a personajes influyentes, como el anticuario y crítico de arte Aymer Vallance que presentó los trabajos de Beardsley a William Morris, el alma del movimiento Arts & Crafts, que rechazó las ilustraciones del chico para sus obras por considerar que se alejaban excesivamente de los planteamientos medievalistas que él defendía y eran demasiado «japonesas». La influencia de Burne-Jones también le permitió conocer, en uno de sus viajes a Francia, a uno de los representantes de la corriente simbolista pictórica de aquel país, Pierre Puvis de Chavannes, que junto con otros pintores como Gustave Moreau u Odilon Redon – llamado por un crítico de arte «el William Blake francés» – ejercieron una innegable influencia sobre el estilo de Beardsley.
Fueron los libros y la música los que le abrieron las puertas a dedicarse profesionalmente al mundo del arte. Beardsley frecuentaba diversas tiendas de libros antiguos y en una de ellas entabló amistad con su propietario, Frederick Evans, otro apasionado de la música (sobre todo de Wagner, como Aubrey). Evans, fascinado por el trabajo de aquel muchacho delgaducho que se pasaba la hora del almuerzo rebuscando entre las estanterías de su establecimiento, le ofreció un trato realmente tentador: el trueque de sus dibujos por libros. Y no sólo eso: le consiguió también, a través de sus contactos, el trabajo de ilustrar una nueva versión de La Morte D´Arthur (el poema de Thomas Mallory) en un estilo similar al que utilizaban en Arts & Crafts pero en una edición de precio más asequible. El encargo consistía en 20 ilustraciones a doble página, además de 550 orlas, iniciales y decoraciones varias. Un trabajo que puede parecer excesivo para ser el primero de un artista, pero que no asustó a Beardsley y que le permitió abandonar, por fin, su trabajo en la compañía de seguros.
En las ilustraciones de La Morte D´Arthur se puede apreciar la influencia que tuvieron en Beardsley los primeros representantes del grabado calcográfico, como Andrea Mantegna (cuyos grabados había visto en el palacio de Hampton Court) o Alberto Durero, maestros de la pintura renacentista pero también innovadores en cuanto al uso de técnicas novedosas como el grabado. Los dibujos de Beardsley aúnan la dependencia de la línea (apenas hay campos de color – refiriéndonos por color a la mancha de tinta o al espacio en blanco, ya que la mayor parte de la obra de Beardsley es en blanco y negro-) con una ornamentación detallada tomada de sus admiradas estampas japonesas:

Vincent Aubrey Beardsley – Cómo el rey Arturo vio a la bestia (Ilustración para La Morte D´Arthur de Sir Thomas Mallory) – 1893
Decididamente el modo de dibujar de Beardsley era rompedor para su época: ignorando deliberadamente las convenciones de proporción y perspectiva, caracterizando a sus personajes con rasgos agresivos, incluso crueles, tuvo que llamar necesariamente la atención del mundo del arte. Su capacidad para conjugar en una misma obra la sencillez depurada de un dibujo de línea excelso con la ornamentación a veces disparatada sigue produciendo asombro hoy en día.
En 1893 Aubrey conocería a la persona que le encumbraría artísticamente y que sería, a la vez, el responsable indirecto de su caída en desgracia: el escritor irlandés Oscar Wilde. Wilde había escrito para la actriz francesa Sarah Bernhard una obra de teatro llena de pasión y de perversión subyacente: Salomé. Beardsley fue el encargado de ilustrar la edición inglesa. Wilde y Beardsley se admiraban mutuamente, aunque Wilde tenía ciertos reparos a la obra del ilustrador (sostenía que sus dibujos eran demasiado «japoneses» y que la obra tenía un ambiente más «bizantino») y, sobre todo, al humor del que hacía gala el muchacho en sus trabajos. Le gustaba introducir elementos «impropios» y desviar su atención de ellos, como por ejemplo en esta ilustración en la que la reina Herodías aparece en escena:
En cuanto el editor vio esta ilustración se apresuró a pedirle a Beardsley que tapara los genitales del sirviente de Herodías con una hoja de higuera. El árbol del criado desnudo no dejó que el editor viera el bosque de insinuaciones eróticas que Aubrey había desplegado por la obra, desde los candelabros con forma de prepucio o la notable erección que el extraño ser con cabeza de feto sufría ante los encantos de Herodías. Aunque no todas las bromas eran de ese tipo: uno de los divertimentos favoritos de Beardsley era introducir caricaturas de sus conocidos en las imágenes, a veces con su consentimiento y a veces sin él. En la anterior ilustración, el bufón que aparece con gesto de presentar a la reina y que lleva un extraño gorro con la cabeza de un búho y un caduceo en la mano resulta tener los rasgos del mismísimo Oscar Wilde…
Los dibujos de Beardsley no fueron entendidos por la crítica ni por el público. Eran demasiado provocativos, sensuales, perversos sin llegar a ser lo suficientemente explícitos como para censurarlos. Incluso en sus ilustraciones más contenidas la formas y los rasgos de sus figuras nos remiten a un mundo un tanto obsceno:

Vincent Aubrey Beardsley – Voy a besar tu boca, Jokanaam (ilustración para «Salomé» de O. Wilde) – 1893
La ilustración de Salomé supuso un cambio radical en la vida de Beardsley. Se convirtió en un autor criticado, pero también solicitado. En 1894, junto con el novelista americano Henry Harland (que se había establecido en Londres atraído por el Movimiento Esteticista) lanzó al mercado una publicación editorial trimestral llamada The Yellow Book, que intentaba reflejar toda la producción cultural inglesa de la época, fuera de tipo conservador o vanguardista, pero, sobre todo, aquella que hubiera sido rechazada anteriormente por editores más convencionales. Sus ilustraciones para esta publicación muestran las investigaciones que Beardsley llevó a cabo en el terreno del dibujo, probando nuevas técnicas expresivas:
Aubrey era consciente del deterioro lento pero inexorable de su salud y, como si quisiera aprovechar al máximo su tiempo sobre la tierra, comenzó a aceptar múltiples encargos que combinaba con su trabajo de director de arte en The Yellow Book. Uno de esos encargos fueron las ilustraciones para las Narraciones Extraordinarias de Edgar Allan Poe, en donde el talento de Beardsley brilla con una simple línea sobre el papel en blanco:
En 1895 la detención y condena de Oscar Wilde por sodomía provocó la caída de Beardsley. Aunque a él no se le conocían comportamientos homosexuales, su simple cercanía y colaboración con el ídolo caído supuso su despido de The Yellow Book, con lo que desaparecía la principal fuente de ingresos del artista. Beardsley pasó de niño prodigio mimado a apestado y señalado por sus perversiones artísticas. Sobrevivió trabajando para Leonard Smithers, un editor especializado en pornografía y en libros exóticos (bajo este epígrafe se agrupaban, por ejemplo, aquellos encuadernados con piel humana). A pesar de los reveses, intentó resarcirse promoviendo una nueva publicación, The Savoy (que apareció en 1896) y continuando su trabajo ilustrando con su estilo provocativo obras como Lisistrata de Aristófanes, cuyas imágenes aún eran consideradas obscenas a mediados del siglo XX:

Vincent Aubrey Beardsley – Cinesias instando a Myrrhina al coito (ilustración para «Lisístrata» de Aristófanes) – 1896
La tuberculosis acabó con la vida de Vincent Aubrey Beardsley mientras estaba en Francia, tras casi un mes de larga agonía. Era el año 1898 y el artista tenía 25 años. No es fácil contemplar la obra de Beardsley: como sus contemporáneos, caemos con frecuencia en la tentación de dejarnos confundir por la forma y olvidarnos del fondo. Su increíble habilidad para dibujar figuras fantásticas – no siempre agradables a la vista -, sus ornamentaciones exageradas y sublimes, su capacidad de reducir toda la expresividad a una línea y a una mancha de tinta o su ironía corrosiva y su sentido del humor juguetón e infantil no deben hacernos olvidar su capacidad para extraer la esencia de las obras que ilustraba y exponerla ante nuestros ojos nunca de manera literal sino como reflejo de una mente privilegiada que imaginaba mundos fascinantes. Si en nuestros días es difícil comprender a Beardsley, podemos entender el limbo en el que le situaron en su época. Aunque algunos entendieron su trabajo. Gente como Oscar Wilde, otro artista juzgado por sus formas y no por el fondo de su obra, que le regaló un ejemplar de Salomé con la siguiente dedicatoria:
Para Aubrey.
Para el único artista que, aparte de mí, sabe lo que es la danza de los siete velos y puede ver esa danza invisible.
Oscar.