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El Rincón de los Gatos

La Revolución Industrial influyó de muchas maneras en la Historia del Arte y del Diseño, sobre todo a lo largo del siglo XIX. Por ejemplo, en los nuevos materiales utilizados en arquitectura (acero, cemento o vidrio), en pintura (la venta de los colores al óleo en tubos que permitieron a los artistas impresionistas pintar al aire libre), en el diseño gráfico y la ilustración (con la utilización de la fotografía como herramienta para los diseñadores, o las nuevas técnicas de reproducción de la imagen como la litografía), en realizaciones textiles (con nuevas materias primas como el algodón, tintes industriales sintéticos, máquinas tejedoras), en muebles (estructuras metálicas, mecanismos para plegar o ruedas) o en porcelana y cerámica (moldes industriales, estampación mecánica de los motivos decorativos). Pero más allá de esos aspectos, muy importantes todos ellos, la Revolución Industrial introdujo en el arte la conciencia de que la sociedad había cambiado y que existían nuevos actores en juego merecedores de atención: las ciudades en constante crecimiento por la llegada de habitantes y transformación debido a las nuevas industrias y nuevos barrios; la alta burguesía como relevo en el poder de la aristocracia tradicional; y la llegada de las masas de trabajadores desde el campo que conformaron una nueva clase social: el proletariado. No todos los artistas mostraron sensibilidad hacia ese nuevo segmento social marcado por las duras condiciones de trabajo, la pobreza y el desarraigo. No era un tema atractivo para un cuadro o una escultura, ni una idea desafiante para un proyecto arquitectónico. Sólo algunos reflejaron sus duras condiciones de vida y las elevaron a la categoría de tema pictórico, como el francés Honoré Daumier:

Honoré Daumier - El Vagón de Tercera (1862) - El cuadro, en formato horizontal, presenta el interior de un vagón de ferrocarril. las paredes son de madera. En primer plano se aprecia una familia sentada en uno de los bancos de madera. A la izquierda está una mujer joven que sostiene en sus brazos u bebé al que mira con ternura. A su derecha se encuentra un hombre de mirada cansada, cubierto con una capa y con la capucha puesta, que sostiene un cesto de mimbre sobre su regazo. a su lado, y medio recostado sobre él, está un niño de unos ocho años, profundamente dormido. Al fondo, detrás de la familia, se adivina el resto de los pasajeros del vagón. Pulse para ampliar.

Honoré Daumier – El Vagón de Tercera (1862)

París era, a finales del siglo XIX, el centro del arte mundial. Artistas procedentes de diferentes países coincidían allí, un lugar que hervía de creatividad, espectáculos, de actividad política y periodística. Las luces de la ciudad se reflejaban en el arte a través de temas más o menos urbanos y más o menos artísticos (como cabarets, prostíbulos o cafés), pero nadie, tras la corriente realista de mediados de siglo, había recobrado el interés por las clases más bajas. La existencia bohemia no contemplaba las condiciones de vida del proletariado.

Por lo menos fue así hasta que un joven pintor suizo decidió trasladarse con su mujer a Paris y establecerse en el centro neurálgico de la creación artística: el barrio de Montmartre. Theophile Alexander Steinlen (1859-1923) se había formado como pintor en Lausanne para después comenzar a trabajar como decorador de telas en una fábrica textil. Por consejo de un artista amigo, François Bocion, decidió establecerse en Francia y allí comenzó a trabajar como pintor (sobre todo de paisajes, bodegones de flores y desnudos) pero también como ilustrador editorial y cartelista:

Theophile Alexander Steinlen - Jarrón con Anémonas. La imagen presenta un jarrón de color azul intenso sobre una mesa cubierta con un mantel blanco sobre el que apenas se aprecian otros objetos blancos, como un cuenco y tres pequeños botes. Dentro del jarrón hay un pequeño ramo de anémonas silvestres de color blanco y rojo. Pulse para ampliar.

Theophile Alexander Steinlen – Jarrón con Anémonas (acuarela, lápiz y tinta)

Steinlen pronto trabó amistad con personalidades vinculadas al mundo artístico parisino: con el pintor Tolouse-Lautrec, que le influiría de modo innegable y con Aristide Bruant, artista de variedades y propietario de cabarets, cuyas canciones solían ensalzar la lucha por la supervivencia de las clases empobrecidas. Combinó su trabajo como pintor como colaborador en varias publicaciones, como Le Rire o Gil Blas, en donde demostró su dominio de la técnica del dibujo y su facilidad para captar gestos y movimientos:

Theophile Alexander Steinlen - Portada de Gil Blas. La imagen muestra la portada de una publicación periódica. En la parte superior de la misma aparece la cabecera de la misma (Gil Blas), mientras que el resto del espacio está ocupado por una ilustración en colores que muestra a una joven lechera de espaldas, cargando con dos cubos llenos mientras camina por la acera de una ciudad. Pulse para ampliar.

Theophile Alexander Steinlen – Portada de Gil Blas

Steinlen mostró siempre interés por reflejar las desigualdades sociales y la situación de los oprimidos. Buscaba inspiración en las escenas callejeras llenas de vida, aunque sus protagonistas fueran miembros de las capas más bajas de la sociedad, pero no para exponer sus miserias sino para mostrar la vida tal y como es: dura, a veces desesperanzada, pero en la que, si uno sabe mirar, se atisba siempre un momento de belleza, de amor o de alegría:

Theophile Alexander Steinlen - El Beso (1895). La imagen muestra una calle al anochecer, iluminada por las farolas. En primer plano, un hombre vestido con ropas modestas, abraza con fuerza y besa apasianadamente a una mujer que le responde con igual apasionamiento. Pulse para ampliar.

Theophile Alexander Steinlen – El Beso (1895)

Theophile Alexander Steinlen - La entrada de los obreros (1905). La imagen muestra un grupo de personas, cuyas ropas las identifican como obreros, hombres y mujeres, que se encaminan hacia un lugar, desplazándose de izquierda a derecha. Al fondo se aprecia el perfil de los edificios de una ciudad. El cielo aparece cubierto de nubes, pero entre ellas se cuelan unos rayos de sol que iluminan la escena. Pulse para ampliar.

Theophile Alexander Steinlen – La entrada de los obreros (1905)

A pesar de que Steinlen tenía asegurado el trabajo con sus cuadros y sus ilustraciones editoriales también se dedicó a diseñar carteles publicitarios, quizá el aspecto de su trabajo que le ha proporcionado su puesto de honor en la historia del Diseño Gráfico. Su estilo estaba fuertemente influenciado por la técnica de Tolouse-Lautrec, con figuras de siluetas planas y colores impactantes. La referencia a Lautrec se limita a lo pictórico, porque Steinlein añade un toque de humor y bonhomía a sus carteles que los hace inconfundibles:

Theophile Alexander Steinlen - Cartel "El Gato Negro" (1896). La imagen muestra la silueta negra de un gato que ocupa casi todo el encuadre sentado sobre una base de color rojo. El texto, en la parte derecha del cartel dice: "Tournee du Chat Noir" y en la base "de Rodolphe Salis". El cartel sólo tiene tres colores: el amarillo brillante del fondo y de los ojos del gato, el negro de la silueta del gato y el rojo de la base sobre la que se sienta el animal. Pulse para ampliar.

Theophile Alexander Steinlen – Cartel «El Gato Negro» (1896)

Sus carteles muestran, en muchos casos, una ingenuidad que no podría considerarse simple nunca. Steinlen se inspiraba en su entorno familiar. Sus modelos preferidos eran su hija Charlotte y los innumerables gatos que tanto él como su mujer acogían en su casa, que pronto adquirió fama como asilo felino. El hogar de los Steinlen en Montmartre pasó a conocerse como El Rincón de los Gatos:

Teophile Alexander Steinlen - Cartel para la Lechería de los Hermanos Quillot (1894). La imagen muestra a una niña de unos seis años sentada, de perfil, en una silla de mimbre y vestida con un traje de color rojo intenso. La niña está bebiendo un cuenco de leche y, a sus pies, tres gatos (uno moteado, otro negro y el tercero de tricolor) levantan la cabeza mirando hacia ella con gesto inequívoco de pedir comida. Pulse para ampliar.

Teophile Alexander Steinlen – Cartel para la Lechería de los Hermanos Quillot (1894)

Fueron inumerables los esbozos y dibujos que hizo Steinlen de sus gatos:

Teophile Alexander Steinlen - Mere Chatte (1913). Dibujo a lápiz de colores que muestra a una gata siamesa tumbada sobre una cama cubierta con una colcha colorida, amamantando a un gatito blanco. Pulse para ampliar.

Teophile Alexander Steinlen – Mere Chatte (1913)

Steinlen mantuvo durante toda su vida el tono amable de sus trabajos. Incluso en aquellos que realizó durante la Primera Guerra Mundial, un conflicto que le afectó profundamente, hay un poso de bondad que vence sobre las circunstancias:

Teophile Alexander Steinlen - Dos soldados (1915). Dibujo a lápiz que muestra a dos soldados franceses durante la Primera Guerra Mundial. Caminan juntos, están demacrados y parecen sucios. Ambos están fumando en pipa, que sostienen con la mano. Pulse para ampliar.

Teophile Alexander Steinlen – Dos soldados (1915)

La obra de Teophile Alexander Steinlen puede parecer menor y, sin embargo, ejerció una gran influencia en el cartel del siglo XX. Ilustradores como el norteamericano Edward Penfield o el francés Rene Gruau se inspiraron en el humor, en la amabilidad y en el colorido de un artista que nunca se avergonzó de ver el lado bueno de las cosas ni de acoger en su rincón de Montmartre a (casi) todos los gatos de París.

Theophile Alexander Steinlen - Fotografía en la que aparece Steinlen en un plano medio, mirando directamente al espectador y con los brazos cruzados delante del pecho. Pulse para ampliar.

Theophile Alexander Steinlen

Están un inglés, un español, un francés y un italiano…

El siglo XVIII es decididamente uno de los periodos más fascinantes de la Historia de la Humanidad. A nivel político, porque en él se gestan y se llevan a cabo las primeras revoluciones llamadas «burguesas» que transformarán los sistemas de gobierno del mundo occidental; a nivel científico, porque comienza a establecerse un nuevo método de investigación y esto tendrá su reflejo en avances tecnológicos impensables pocos años antes, desde el descubrimiento de nuevos elementos químicos hasta el desarrollo de las vacunas; a nivel económico, porque las reformas agrícolas y las innovaciones técnicas cambian los sistemas de producción vigentes desde la Antigüedad para dar paso a la Revolucion Industrial; a nivel social, porque todos esos cambios van a afectar a las estructuras sociales y a la movilidad entre los estamentos; y a nivel cultural porque estamos en un época en la que no sólo es necesario ampliar los conocimientos sino también sistematizarlos y divulgarlos.

En este marco histórico se desarrolla la historia de cuatro hombres empeñados en cambiar el modo en el que se plasmaba el saber de su tiempo. Cuatro tipógrafos que sabían de la importancia del aspecto de lo impreso para que llegara mejor el mensaje al lector. Cuatro innovadores que sentaron las bases de la tipografía moderna y del diseño editorial. Como si fuera el comienzo de un viejo chiste, un inglés, un español, un francés y un italiano decidieron hacer de su oficio un arte y una ciencia.

John Baskerville (1706-1775) tenía su imprenta en Birmingham. Era un personaje curioso: empresario, además de tipógrafo, miembro de la Royal Society of Arts y ateo declarado en una época en la que esas manifestaciones no eran precisamente bien vistas (y lo que no le impidió imprimir una espléndida Biblia en 1793).

Baskerville representa la transición entre la tipografía antigua surgida del Renacimiento y la moderna que marcará las investigaciones en diseño en los siglos venideros. Estaba obsesionado con la calidad de las impresiones y por ello utilizaba tintas muy negras con un acabado brillante que destacasen sobre el papel. Un papel que satinaba con un cilindro de cobre caliente con la finalidad de hacerlo más suave y uniforme (el papel aún no se producía industrialmente y era difícil encontrar material de gran calidad) y que, de ese modo, las letras destacasen más. No contento con eso, diseñó una nueva tipografía basada en la romana pero más estilizada, con los serifes más finos, lo que le daba un aire mucho más elegante.

Uno de sus trabajos más reconocidos fue la edición de las obras completas de Virgilio, en la que utilizó la tipografía diseñada por él y en la que se aprecia su interés por una apariencia visual limpia que no interfiriera en la recepción del mensaje, dejando amplios márgenes y utilizando un interlineado mayor del habitual:

Paralelamente a las investigaciones de Baskerville, en España se intentaba modernizar también el oficio de impresor. El encargado de hacerlo fue Joaquín Ibarra (1725-1785), cuyo cuidado en las impresiones e incluso en la selección de sus trabajadores le hicieron merecedor del título de impresor para la Casa Real y para la Real Academia de la Lengua. Obsesionado por la perfección, también desarrolló, como Baskerville, un sistema para satinar el papel y eliminar así las marcas de las planchas de impresión. A ello añadía el uso de tintas intensas que destacaban sobre la superficie de impresión y  de márgenes amplios que hacían la lectura más amable.

Los trabajos de Ibarra eran tan cuidados que además de ser impresor real (su edición de La Conjuracion de Catilina de Salustio fue elegido como obsequio de la Casa Real a los visitantes ilustres, tal era su perfección) lo fue también de la Real Academia de la Lengua Española, para quien editó numerosas obras, como su Diccionario:

Ya casi a finales de siglo, el impresor francés Firmin Didot decidió aportar su granito de arena al diseño. Y su aportación no fue anecdótica, sino que transformaría el arte de la tipografía y lo llevaría a la modernidad. Diseñó un nuevo tipo de letra romana con unos serifes casi lineales, de una marcada verticalidad cuya lectura no resultaba excesivamente fluida pero de la que no se podía (ni se puede) negar su elegancia soberbia.

Firmin Didot - Edición de las Obras Completas de Jean Racine (1801)Didot tomó de sus predecesores el gusto por las composiciones limpias y por el contraste del color intenso de la tinta sobre un papel de gran calidad. Pero también decidió establecer un nuevo modo de catalogación de los tamaños de las tipografías. De acuerdo con el espíritu ilustrado de la época, decidió crear un modo universal para denominar los tipos de letra en función de su tamaño. Esto ya se había intentado antes: el antes mencionado Joaquín Ibarra diseñó su propio sistema de medida tipográfica basándose en el tamaño de la «M» parangona (que equivaldría a un tamaño de unos 18 puntos actuales). Y paralelamente a Ibarra, el tipógrafo francés Pierre-Simon Fournier hizo lo propio en su Manual Tipográfico de 1766. Didot cogió el método de Fournier y lo adaptó estableciendo por primera vez la nomenclatura tipográfica moderna, basada en un sistema de puntos, donde las letras serían denominadas por su tamaño de modo homogéneo.

Pero la innovación de la tipografía no acabaría con Didot. En Italia (más concretamente en Parma) Giambattista Bodoni (1740-1813) acabaría por culminar este proceso. Inspirándose en los diseños de Fournier y Baskerville diseñó un tipo de letra extremadamente coherente, con menor alternancia visual entre el grosor de los palos que la que presentaba la de Didot, y que se convirtió en paradigma de la tipografía moderna:

Giambattista Bodoni - Manual Tipográfico (1818)

Bodoni, además, marcó un estilo claro en el diseño editorial, apostando por papeles de alta calidad y blancura sobre los que destacaban sus tipografías impresas en tintas muy negras. Valoraba (al igual que lo habían hecho sus predecesores) los márgenes amplios y los interlineados mayores para dar al conjunto un aspecto más agradable para la lectura y buscar, asimismo, el impacto visual de la página.

Hoy en día se siguen utilizando las tipografías diseñadas en el siglo XVIII (sobre todo la Bodoni) o se recuperan sus diseños por su equilibrio y claridad (caso de la Baskerville). Estos cuatro tipógrafos realizaron su trabajo de modo independiente entre sí pero buscando el mismo objetivo: la renovación de un oficio y la definición del mismo a través de la estética y de la calidad en el diseño. Aunque suene gracioso, podríamos contarlo así: están un inglés, un español, un francés y un italiano en el siglo XVIII…

Y van e inventan la tipografía moderna.