No digas que era un sueño

por MaríaVázquez

A veces la vida te da sorpresas. Pero de las buenas. Eso le pasó a Laurens Tadema, un jovencito holandés, hijo de un notario, que enfermó de tuberculosis a los 15 años. La enfermedad no era, obviamente, la buena noticia. Ni tampoco que los médicos le concedieran apenas esperanza de vida. La sorpresa fue que la familia le permitió abandonar sus estudios de abogacía (que cursaba con intención de seguir el oficio familiar) para dedicarse al dibujo y la pintura y así alegrar sus días de convalecencia.

Y he aquí que Laurens se recuperó de la tuberculosis, aunque no para los estudios de derecho. Continuó dedicandose a la pintura y comenzó a estudiar en la Real Academia de Arte de Amberes, donde se empapó de academicismo pero también del dominio prodigioso de la luz y del detalle que caracterizaba a los maestros flamencos del siglo XV y a los holandeses del XVII:

Lawrence Alma-Tadema - Paisaje helado con molino de viento

Laurens comenzó a trabajar en el taller de diversos pintores donde fue consolidando su estilo poco a poco. Sus obras se caracterizaban por un tratamiento académico de las figuras y de los espacios, pero sobre todo ello destacaba la minuciosidad de los detalles (cuidadosamente estudiados) que aportaban al cuadro una verosimilitud en absoluto forzada:

 

 

Lawrence Alma- Tadema - La educación de los hijos de Clodoveo (1861)

Laurens se centró en la pintura histórica (aunque también realizaba escenas cotidianas -muy en la línea de Vermeer- o paisajes): le fascinaba la historia de la antigua Grecia y Roma y de Egipto e intentaba recrearla en sus cuadros:

Lawrence Alma-Tadema - Fidias mostrando a sus amigos los relieves del friso del Partenón (1868)

En 1864 Laurens conoció a uno de los marchantes de arte más importantes de Europa, Ernst Gambart, que comenzó a introducir su obra en otros mercados, sobre todo el inglés, donde su estilo fue pronto aceptado y admirado por la sociedad victoriana, pero también por artistas vinculados al simbolismo como Ford Madox Brown, pintor de la corriente prerrafaelita, con el que pronto entabló amistad.

La relación con Inglaterra se fue estrechando tras la muerte de su mujer en 1869: una depresión y la mala salud le llevaron a ese país a buscar una segunda opinión médica. La guerra franco-prusiana de 1870 y una joven de 17 años llamada Laura Theresa Epps que había conocido en un viaje anterior le animaron a establecerse definitivamente en Londres.

La etapa inglesa de Laurens sólo puede calificarse como un éxito rotundo: su estilo evolucionó hacia una paleta más luminosa y una pincelada más suelta, sin abandonar el perfeccionismo academicista que le caracterizaba. Su cotización también subió como la espuma: consciente de las nuevas características del mercado de arte cambió su nombre holandés y, en una hábil maniobra, añadió a su apellido el de su padrino para figurar al principio de los catálogos -que presentaban la obra de los pintores por orden alfabético-: Laurens Tadema se convirtió en Lawrence Alma-Tadema.

Lawrence Alma-Tadema - Mascotas acuáticas (1875)No le faltaron críticos tampoco: su investigación exhaustiva sobre los entornos cotidianos de la Antigua Roma, Grecia o Egipto llevó a muchos a burlarse de su estilo calificándolo de marblelous (juego de palabra, suma de marble y marvellous, que equivaldría a algo similar a «marmolilloso»):

Lawrence Alma-Tadema - Esperanzas (1885)

A Alma-Tadema no le importaron nunca las críticas: era uno de los artistas más cotizados de su época, lo que le permitió obtener una posición económica y social muy acomodada. Y en 1899 fue nombrado caballero por la reina Victoria. Aquel muchacho tísico que estudiaba leyes y al que, según los médicos, apenas le quedaba esperanza de vida, se convirtió en uno de los primeros artistas en ser nombrado caballero del Imperio Británico. A partir de entonces añadió un elemento más a su nombre: Sir Lawrence Alma-Tadema.

Sir Lawrence Alma-Tadema - El hallazgo de Moisés (1904)

Tras su muerte los criticos comenzaron a menospreciar su obra: excesivamente académica, historicista, minuciosa y realista para un mundo convulso que reventaría en 1914 con la I Guerra Mundial y que daría luz a las vanguardias artísticas. Sólo a partir de la década de los años 60 del siglo XX su figura se vería de nuevo recuperada para el arte.

Contemplar sus cuadros es caer rendido ante la luminosidad, el color, el detalle, la suavidad, la belleza y la fuerza de una pintura totalmente particular e inclasificable. Sus cuadros poseen la exactitud de la prosa de Flaubert, el lirismo melancólico de la música de Massenet y el sentimiento de decadencia elegante y contenida de los poemas de Cavafis. ¿Cómo resistirse a tanta belleza?

Cuando de pronto, a medianoche, oigas
pasar el tropel invisible, las voces cristalinas,
la música embriagadora de sus coros,
sabrás que la Fortuna te abandona, que la Esperanza
cae, que toda una vida de deseos
se deshace en humo. ¡Ah, no sufras
por algo que ya excede el desengaño!
Como un hombre desde hace tiempo preparado,
saluda con valor a Alejandría que se marcha.
Y no te engañes, no digas
que era un sueño, que tus oídos te confunden,
quedan las súplicas y las lamentaciones para los cobardes,
deja volar las vanas esperanzas,
y como un hombre desde hace tiempo preparado,
deliberadamente, con un orgullo y una resignación
dignos de ti y de la ciudad
asómate a la ventana abierta
para beber, más allá del desengaño,
la última embriaguez de ese tropel divino,
y saluda, saluda a Alejandría que se marcha.

Konstantin Kavafis – El dios abandona a Antonio («Poemas canónicos» -1895-1915)

Sir Lawrence Alma-Tadema - Retrato fotográfico (1870)