¿Dónde estás, corazón?

por MaríaVázquez

Toda imagen pretende transmitir un mensaje, funcionando del mismo modo que lo hace una frase gramatical. Si para expresar de forma coherente nuestros pensamientos nos preocupamos de dejar claro el orden de los conceptos lingüísticos y utilizamos determinadas palabras para que el mensaje sea más claro, más simbólico o más estético, en una imagen se repite ese mismo proceso sólo que los elementos que entran en juego no son sustantivos, verbos o complementos circunstanciales sino el tipo de plano, el color, la luz, la línea o la forma.

A este proceso de ordenación de los elementos que entran a formar parte de una imagen se denomina composición.

Pero al igual que las frases, las imágenes no necesitan sólo una ordenación perfecta de sus contenidos. Eso las convertiría en algo estructurado, pero vacío de contenido. Falto de sentimiento. Es el significado último de lo que decimos o queremos transmitir con una imagen lo que insufla vida a nuestro mensaje. Es el corazón el que da calor a lo que el cerebro ha organizado como mensaje coherente. A las bases estructuradas del código de comunicación añadimos la vehemencia en el discurso, la inflexión de la voz, la utilización de colores atrayentes, una iluminación dramática… para que aquel que reciba nuestro mensaje centre su atención en el verdadero significado.

Obviamente ni en una frase ni en una imagen se pueden resaltar todos los elementos con igual fuerza, o la intencionalidad que pudiera haber implícita se diluiría. Hay que elegir sobre qué palabra o sobre qué elemento se debe incidir especialmente. Ese elemento es lo que le da sentido y sentimiento al mensaje. Es su corazón. Y dentro de la composición ese corazón se llama «centro de interés».

En una imagen se considera que el centro de interés es el elemento o conjunto de elementos que dan sentido a la misma y que constituyen el significado verdadero del mensaje. Algo sin lo que el conjunto no tendría sentido. Este punto suele estar resaltado por la iluminación, el color o la posición dentro del encuadre. Esto último es interesante ya que no todas las partes del encuadre tienen la misma fuerza de atracción visual.

Veamos un ejemplo:

En este cuadro de Tiziano es fácil ver hacia donde se dirige la atención. Para evitar despistes innecesarios, el pintor ha girado el rostro de su modelo para que la mirada de ella no resulte el primer elemento de atracción. Así el punto formado por el pezón rosado es el corazón del cuadro y para ello se nos muestra con un color nacarado, una luz más intensa y rodeado de elementos que lo enmarcan (la mano, el escote del vestido, el collar…) y lo hacen protagonista.

En este cuadro de M. Hobbema llamado «La avenida», el centro de interés está marcado por las líneas de fuga de la perspectiva central: es el camino, en el que se distingue un hombre paseando, el que no deja escapar nuestra atención, convirtiéndose el resto de los elementos, en el marco que caracteriza el núcleo del mensaje.

En un retrato es fácil saber cuál es el centro de interés. Aunque a veces, como en el autorretrato de Annie Leibovitz que se puede ver arriba, el rostro puede aparecer parcialmente oculto y el centro de interés se reduce al ojo, metáfora aquí del ojo de la cámara fotográfica.

Pero ¿y si la imagen no reproduce una realidad interpretable?

En su Composición VIII Wassily Kandinsky incluyó una gran diversidad de elementos formales: líneas rectas horizontales, verticales y diagonales, líneas curvas, puntos, formas circulares y formas triangulares. De entre todas ellas destaca el punto negro y violeta de la parte superior izquierda. Y ese es el centro de nuestro interés. No porque sea más importante que el resto de los elementos de la composición, sino por su situación dentro del encuadre (está situado en la parte izquierda, primera que se percibe y en la parte superior, que es la zona de inicio de lectura – ya sea de imágenes o de textos-), por su tamaño (es considerablemente mayor que el resto de los elementos y, en la composición, el tamaño SI importa) y por su color (mucho más saturado e intenso que los demás).

El corazón de las imágenes late a diferentes ritmos dependiendo de que posición tenga con respecto a la base de la imagen. Si el centro de interés está situado en la parte inferior del encuadre (como en el cuadro de Hobbema) el mensaje transmitido será el de quietud, calma y estabilidad. Si se sitúa en la parte media del encuadre (como en el caso del cuadro de Tiziano) el centro de interés nos estará marcando el desarrollo de una acción (aquí, el acto de descubrirse el busto). Y si está en la parte superior (como en la Composición VIII de Kandinsky), la imagen tendrá una intensidad visual ascendente.

Esto es sólo una pequeña parte de lo que supone para el significado de una imagen la correcta ordenación de sus elementos porque en la composición entran en juego más criterios. Hay que tener claro que la composición es una parte esencial en el éxito de una obra, del mismo modo que unos versos llegan al alma por las palabras que los forman y por los ritmos que provocan al leerlos o declamarlos.

Porque en ambos el corazón late. Sólo tenemos que acercarnos un poco para poder escucharlo.