Cuéntame un cuento

por MaríaVázquez

Da igual los años que cumplamos: siempre estamos dispuestos a escuchar un cuento bien contado. Ese cuento que, desde que el ser humano es capaz de comunicarse con el habla, ha encandilado a adultos y niños por igual al tiempo que constituía la primera transmisión del saber.

La narración oral debe conjugar a partes iguales la agilidad del discurso con la minuciosidad del detalle que aporta veracidad a la historia. Comenzar con «Érase una vez…» abrevia mucho el marco cronológico en el que se desarrolla la acción, pero no todo puede ser tan superficial. Si nos dicen que la pobre princesita no pudo dormir sobre cien colchones porque el guisante colocado debajo de todos ellos le molestó durante la noche, nuestra imaginacion apila esos colchones en una torre infinita de asombro; si escuchamos que la enorme piedra de la entrada a la cueva se desliza con el ruido del trueno tras decir las palabras «Ábrete, sésamo», contenemos aún más la respiración. Detalles…

Ser un buen cuentista es más difícil de lo que parece. Todo aquel que haya tenido que resumir una historia delante de un auditorio, comunicar una idea de forma clara y precisa o encandilar a un niño durante el tiempo necesario para que olvide el cansancio o se deje vencer por él, sabe que ese equilibrio narrativo es complicado de conseguir: lograr que se recuerde la trama general para poder repetirla sin mayor problema y, a la vez, llenar el relato de detalles jugosos que nos hagan viajar a mundos ajenos al nuestro.

El relato visual, sobre todo en forma de ilustración, tiene muchos elementos en común con el hecho de contar un cuento. Las imágenes que ilustran el contenido de un libro o son portada de alguna publicación nos permiten (o, por lo menos, deberían hacerlo) descubrir en un primer golpe de vista qué es lo que están describiendo para después sorprendernos con detalles esparcidos aquí y allá que nos hacen querer volver a contemplarlas una y otra vez.

Norman Rockwell (1894-1978) es un ejemplo de pintor e ilustrador con una capacidad narrativa espectacular. Durante más de cuarenta años fue el principal ilustrador de las portadas del Saturday Evening Post, el semanario fundado por Benjamin Franklin, aunque también colaboró con otras publicaciones. Era un excelente dibujante, minucioso en el detalle, hiperrealista a veces, que se mantuvo al margen de las tendencias pictóricas de vanguardia. Sus ilustraciones simbolizan, aún hoy en día, el espíritu estadounidense por excelencia, los valores del New Deal del presidente F.D. Roosevelt y el American way of life.

El trabajo de Rockwell es, en apariencia, convencional y tremendamente conservador. Sin embargo, sus obras están llenas de mensajes de concordia, de respeto, de pluralidad y de defensa de los derechos fundamentales de las personas. Su estilo naturalista le ha restado defensores dentro del mundo del arte y le ha sumado admiradores.

Rockwell tenía esa capacidad del cuentista de presentar un marco general perfectamente identificable y salpicarlo, al mismo tiempo, de pequeños detalles que dejaban volar la imaginación:

En esta portada del Saturday Evening Post de 1918 podemos adivinar el orgullo de la pequeña enfermera haciendo la colecta para la Cruz Roja y la ternura que despierta en el hombre adinerado que va a contribuir, se supone que generosamente. Lo mismo se puede decir de la siguiente ilustración en la que la animadora del equipo de fútbol americano remienda con mimo el uniforme de su héroe:

Rockwell también recurrió a la narración secuencial en muchas de sus trabajos. En el ejemplo siguiente, La chismosa, nos hace un relato muy pormenorizado a base de gestos de cómo un chisme puede volverse contra el que lo extiende. Y nos deja a nosotros que imaginemos las conversaciones:

Esa capacidad narrativa de Rockwell le ha valido ser utilizado en varias ocasiones para el diseño editorial:

Para la edición española de la novela de Fred Uhlman Reencuentro se utilizó un fragmento de la obra Saying Grace. En el caso de Un árbol crece en Brooklyn, el argumento de la obra se resume fielmente en la imagen de la niña preadolescente que se mira desesperada al espejo preguntándose cuándo será como Jane Russell. Y en el caso del libro Vida y aventuras de Santa Claus, del autor de El Mago de Oz, era lógico echar mano de una de las ilustraciones del hombre que contribuyó a crear la iconografía norteamericana de la Navidad a través de su obra.

A pesar del carácter figurativo de su obra, Rockwell estuvo muy interesado en el arte de vanguardia, sobre todo en el expresionismo abstracto y en el trabajo de Jackson Pollock. En su ilustración El entendido muestra con ironía su relación con este tipo de manifestación artística:

El compromiso ideológico de Rockwell a favor de los derechos humanos se refleja en varias de sus obras. Desde las ilustraciones de Las Cuatro Libertades, que reflejaban el espíritu de la política de Roosevelt hasta esta, llamada El problema con el que convivimos en el que rinde su homenaje a la dignidad de la pequeña de raza negra que tuvo que ir escoltada por los US marshalls a un colegio de blancos:

Otro ejemplo es el mosaico que adorna la sede de las Naciones Unidas basado en La Regla Dorada y donado a la organización por Estados Unidos: un perfecto ejemplo visual de la convivencia entre las diferentes razas y religiones:

Rockwell es un artista por descubrir. Durante toda su vida luchó contra el sentimiento de fracaso que le provocaba no ser reconocido como pintor sino más bien como un buen dibujante. Siempre fue fiel a su estilo y a sus ideas. Y durante más de sesenta años estuvo contando preciosos cuentos desde sus obras. Sólo hay que retroceder hasta el comienzo de este post y pararse en cada una de las imágenes que lo ilustran para comprobar que no hay nada más bonito que dejarse contar una historia.