Yo estoy vivo y vosotros estais muertos

por MaríaVázquez

Dicho así, suena un poco amenazador. Pero cuando uno está muerto y no lo sabe, alguien debe explicárselo para evitar confusiones y algún que otro sofoco.

En 1969 Philip K. Dick publicó una de las novelas de ciencia ficción más famosas – y fascinantes-: Ubik. En ella, un grupo de personas sufre un atentado mientras están en viaje de negocios en la Luna. Uno de ellos (Glen Runciter, el jefe del grupo) muere y el resto de los supervivientes decide retornar a la Tierra para aplicarle un proceso -similar a la criogenización- llamado «semivida» que permite una débil comunicación entre vivos y muertos.

El grupo de supervivientes, dirigido por uno de los empleados, llamado Joe Chip, intenta seguir con su vida normal, pero pronto su entorno empieza a degradarse de un modo preocupante. La leche o los cigarrillos se deterioran nada más comprarlos y, además, comienzan a aparecer mensajes extraños del propio Runciter escritos o a través de la televisión. Incluso las monedas llevan la efigie de Runciter. Cuando Chip lee «Yo estoy vivo y vosotros estais muertos» pintado sobre una pared, comienza a darse cuenta de que, en realidad, en la explosión murió todo el grupo salvo Runciter. Y que son ellos los que están en estado de «semivida». El deterioro del entorno – la entropía, tema característico de las novelas de Dick- se hace cada vez más rápido. Incluso el tiempo retrocede al año 1939, envolviendo a los protagonistas en situaciones absurdas y desasosegantes.

En Ubik la conexión entre los personajes y el lector se produce a través de la angustia de no saber exactamente qué está pasando a su alrededor. Ser testigos del derrumbe físico de un entorno que hasta ese momento anclaba a los protagonistas a una realidad comprensible produce terror. Terror a no saber reaccionar, a perder las referencias, a dudar de la realidad.

A pesar de su evidente atractivo, la novela de Dick no ha sido llevada al cine nunca, aunque ha habido varios intentos, entre ellos el del cineasta francés Michel Gondry (que ya había trasladado a imágenes un mundo similar al de Philip K. Dick en su película Eternal sunshine of the spotless mind) que dice estar preparando una adaptación de la obra. Aún así, la impronta de Ubik puede apreciarse en algunas producciones para cine y televisión.

En 1997, Alejandro Amnábar estrenó su película Abre los ojos, cuyo argumento gira también en torno a la no diferenciación entre realidad y sueño (o entre vida y muerte). El guión fue escrito por él mismo y Mateo Gil y, a pesar de sus coincidencias (evidentes) con la novela de Dick, Amenábar siempre ha negado que se inspirara en ella para su película.

Aunque quizá haya sido la televisión quien más jugo ha sacado a la paranoia argumental de Ubik. Una de las series más veneradas (y criticadas) de los últimos tiempos parte, precisamente, de las premisas de la no-existencia en una no-realidad: las paradojas temporales y visuales de Lost («Perdidos») constituyen una de las grandes apropiaciones del imaginario de Philip K. Dick

Aunque quizá la más acertada de las interpretaciones corrió a cargo de la siempre impecable BBC en una de sus más recientes series de culto: Life on Mars. En ella, un policía de Manchester sufre un grave accidente y se despierta en un mundo completamente extraño, que no reconoce y que después descubre que es el año 1973. El choque visual es importante, pero aún lo es más el emocional. Sam Tyler, el protagonista, es incapaz de asumir en su totalidad el modo de vida y los brutales métodos policiales de la época, personificados en el Inspector Gene Hunt. Este personaje fue el causante de una secuela (que duró tres temporadas) llamada Ashes to Ashes, en donde la protagonista era, en este caso, una mujer policía a la que un disparo en la cabeza traslada a 1981. El éxito de la serie provocó adaptaciones de la misma en televisiones de otros países, como Estados Unidos o España (donde se versionó con el título de La chica de ayer.

Life on Mars recurre a los elementos presentes en la novela de Dick: la degeneración del entorno -la entropía-, la existencia de mensajes inquietantes a través del teléfono o la televisión, la sensación de no encajar en esa realidad. Todo llevado a cabo con una impecable dirección artística, reproduciendo visualmente el Manchester de los años 70 (como en Ashes to Ashes se reconstruirá el Londres de principios de los 80). La reconstrucción del entorno y de la sociedad británica de los años setenta es tan verosímil que comprendemos las dudas que se le generan al protagonista. Sam Tyler necesita saber qué le está pasando, como los protagonistas de la novela de Dick. Que alguien le diga si está vivo o muerto. Si eso es real o no. Así lo dice en cada comienzo de capítulo:

«Me llamo Sam Tyler. Tuve un accidente y desperté en 1973. ¿Estoy loco, en coma o he vuelto al pasado? Sea lo que sea, es como si hubiera aterrizado en otro planeta. Quizá, si encuentro una explicación, pueda volver a casa.«

Y mientras busca esa explicación, en la (espléndida) banda sonora de la serie David Bowie canta la desesperación de quien no entiende el mundo que le rodea y se pregunta, para escapar de esa realidad, si hay vida en Marte.

David Bowie – Life of Mars?