Carros de Fuego

por MaríaVázquez

«Bring me my Bow of burning gold;
Bring me my Arrows of desire:
Bring me my Spear: O clouds unfold!
Bring me my Chariot of fire!»

And did those feet in ancient time – (poema también conocido como Jerusalem)

William Blake (1757-1827)

El poeta, dibujante, grabador y pintor William Blake estaba loco de remate. Por lo menos, eso se cansaron de decir sus contemporáneos. Incluso en nuestros días, al contemplar su obra, la conclusión más inmediata que surge es esa. Si acaso, algunos comentarios más amables sostienen que era un visionario, un hombre adelantado a su época, un incomprendido… Bonitos eufemismos para expresar que, en realidad, a William Blake le faltaba un tornillo.

No es fácil tomarse en serio, desde una perspectiva racional, seria y pragmática, a un hombre que confesaba sin pudor que tenía visiones de carácter religioso desde niño; que los arcángeles le habían mostrado muchas veces el camino a seguir; y que charlaba tranquilamente con las almas de aquellos que habían dejado este mundo. Y, sin embargo, adentrarse en la poesia y en el arte de Blake supone asumir ese comportamiento irracional hasta el punto de verlo como lógico. Tal es la fuerza de las palabras, los colores y la pasión de su obra.

Fue testigo de las revoluciones americana y francesa y defensor a ultranza de las libertades democráticas y del nuevo camino que se abría ante la Humanidad con ellas. Sus ideas liberales con respecto a la sexualidad, considerando el matrimonio como una esclavitud y pidiendo que no se condenaran comportamientos mal vistos como el adulterio, la prostitución o la homosexualidad, o su defensa de los goces sensuales de la vida le convirtieron en precursor, de algún modo, del free love de principios del siglo XIX.

William Blake – Beatriz dirigiéndose a Dante desde el carro. Ilustración para la Divina Comedia (1827)

 

La obra de Blake, ya sea poética o artística, es absolutamente singular y no puede equipararse a la de sus coetáneos. Ni siquiera a la de ningún artista de hoy en día. Ferviente lector de la Biblia, fusionó su esencia con la de la mitología griega para crear su propia cosmogonía. Su poesía es visceral, apasionada, cruda, directa, sublime, terrible. Sus versos se sienten antes de comprenderse. Y esa misma emoción inmediata se transmite en sus pinturas y grabados. Fascinado por el color y por la línea, su arte se aleja tanto de los presupuestos neoclásicos como de los románticos. Sus figuras contundentes, de anatomías tensas y poderosas, dignas de Giotto o de Miguel Ángel, habitan cielos, infiernos y universos en expansión hacia los que nos arrastran de un modo hipnótico.

William Blake – El Anciano de los Días (1794)

William Blake – «Newton» (1795) 

 

La influencia de William Blake puede apreciarse en los lugares más inesperados. En la película Prometheus (2012) Ridley Scott echa mano de la estética del Romanticismo para sus escenas iniciales con claras referencias al pintor alemán Caspar David Friedrich y al propio Blake en la caracterización de algunos personajes:

 

Fotograma de la película «Prometheus» de Ridley Scott. La figura del alienígena reproduce visualmente la anatomía masculina típica de los dibujos y grabados de William Blake

 

Aunque quizá es su poesía la que ha dejado una huella más profunda. En 1808 se publicó un poema escrito por William Blake para su obra Milton a Poem. Cualquier británico que escuche su primer verso, ese que reza And did those feet in ancient times, se pondrá en pie y comenzará a cantar con fervor. Los versos de Blake se unieron a la música que compuso para ellos Sir Charles Hubert Parry en 1916 para formar Jerusalem, el himno oficioso de Inglaterra. El poema de un visionario resuena en competiciones deportivas, en congresos de partidos políticos, en ceremonias religiosas o en conmemoraciones patrióticas.

o inspira el título a películas, como Carros de Fuego, dirigida por Hugh Hudson en 1981. O incluso pone nombre al post de un blog de arte.

William Blake suele figurar como nota al margen en los libros de arte. Es dificil clasificarlo y, por lo tanto, es complicado adjudicarle su lugar en la ordenación racional de los estilos artísticos. Hasta de eso se escapa el genio de este artista, tan poco convencional que en el cementerio de Bunhill Fields, donde está enterrado, una lápida indica que «por aquí cerca yacen los restos del poeta-pintor William Blake», ya que el lugar exacto de su inhumación se perdió tras una reforma del lugar.

 

William Blake – Hécate (1795)

 

Podemos seguir pensando que William Blake fue un visionario extravagante que encontró un hueco en la Historia del Arte y en los museos por su singularidad. Pero cualquiera que haya visto al natural alguna de sus obras ha sentido la sensación sobrecogedora de que ante sí tenía algo más que un extraño dibujo colorista. Y quien haya leído sus versos estará de acuerdo en que sus pensamientos llenan la inmensidad.

Al fin y al cabo, cuando un movimiento sufragista de principios del siglo XX, un equipo de cricket o de rugby, los representantes de un partido político, los asistentes a un oficio religioso o la misma reina de Inglaterra cantan su poema con fervor, quizá deberíamos pensar que el poeta loco no lo estaba tanto.

Thomas Philips – Retrato de William Blake (1807)