¿Quién teme a Julia Margaret?

por MaríaVázquez

Ser la menos atractiva, con diferencia, de siete hermanas consideradas como auténticas beldades por la sociedad de su época tiene que dejar una profunda huella en la personalidad. Pero, si creemos en los cuentos (y, por otra parte ¿por qué no creer en ellos?) sabemos que los patitos feos se convierten en hermosos cisnes cuya belleza y serenidad conmueven a quienes los contemplan. Esta es la historia de un pato feo, de una mujer de baja estatura y robusta, de rasgos rotundos y no muy agradables, pero llena de vida, de ansia de conocer, de entusiasmo – a veces un tanto excesivo, es verdad- y cuyas ganas de aprender sólo se acabaron cuando también lo hizo su vida.

Julia Margaret Pattle (1815-1879) nació en el seno de una familia de plantadores británicos establecidos en la India. Fue la cuarta de siete hermanas, todas catalogadas como bellezas dignas de mención. Todas menos Julia que, tras estudiar en Francia, volvió a la India y se casó con el jurista y dueño de plantaciones de café y caucho Charles Hay Cameron, veinte años mayor que ella, con el que se trasladó a Inglaterra en 1848. Allí, y a través de sus hermanas, Julia conoció a lo más selecto de la sociedad y de la cultura victorianas: a científicos como John Herschel o Charles Darwin, poetas y escritores como Alfred Lord Tennyson, Robert Browning o Lewis Carroll, pintores como John Everett Millais o Edward Burne-Jones. La vida de Julia Margaret Cameron hubiera transcurrido por el mismo camino trillado que la de las mujeres inglesas de la segunda mitad del siglo XIX si no fuera porque su marido tuvo que ausentarse una larga temporada para atender sus plantaciones en la isla de Ceylán (Sri Lanka). La perspectiva de permanecer sola durante tanto tiempo, ahora que sus hijos ya eran adultos, le entristecía profundamente. Su hija mayor Julia y su yerno Charles Norman le hicieron un costoso y novedoso regalo para intentar mitigar su sensación de soledad. «Puede que te divierta, madre», le dijo su hija entregándole una cámara fotográfica. Era el año 1864 y Julia Margaret Cameron tenía 48 años de edad.

Se divirtió. Y mucho. No poseía ningún conocimiento acerca de la nueva técnica, aunque su curiosidad insaciable y sus ganas de experimentar iban cubriendo los huecos de la ignorancia. No dudó en hacerse miembro de las Sociedades Fotográficas de Londres y de Escocia para estar al tanto de las últimas novedades. Transformó una de las carboneras de su casa en Freshwater Bay (Isla de Wright) en un cuarto oscuro y a través del inevitable proceso de ensayo-error, se convirtió en el referente del retrato fotográfico artístico de la segunda mitad del siglo XIX.

El entusiasmo que demostró por su nueva afición era directamente proporcional al temor que provocaban sus peticiones de posado entre familiares y amigos. A pesar de que la nueva técnica del colodión húmedo hacía que el tiempo de exposición para tomar fotografías hubiera descendido a apenas unos segundos, Julia intentaba crear en sus obras una atmósfera especial que reprodujera la luz que desprendían los cuadros de Rembrandt y para captar esos rostros surgiendo de la penumbra necesitaba entre cinco y veinte minutos de exposición en los que el modelo no podía ni pestañear. Este tiempo era el usual para los daguerrotipos o primeras fotografías, pero los fotógrafos contaban en sus estudios con una especie de sillas-armazón que mantenían al retratado en la misma posición e impedían que se moviese. Julia no quería utilizar esos armazones porque tenía en mente poses más delicadas y actitudes menos rígidas. Y poco después de recibir su regalo, consiguió hacer su primera fotografía:

Julia Margaret Cameron - "Annie, mi primer éxito" Fotografía (1864) La fotografía muestra un primer plano de una niña, con el rostro ligeramente vuelto, expresión seria y con el cabello claro suelto sobre los hombros. Pulse para ampliar.

«Annie, mi primer éxito» (1864)

Ella misma relataba cómo el entusiasmo por haber logrado la fotografía que quería hizo que se pasara todo el día corriendo de un lado para otro, preparando la placa y enmarcándola para regalársela a los padres de su pequeña modelo Annie, hija de unos vecinos, que recibieron el obsequio asombrados del ímpetu de Cameron. A partir de ese momento, no dejó de hacer fotografías. Amante del arte como era, buscaba inspiración en las leyendas artúricas (por influencia de artistas vinculados al prerrafaelismo como Edward Burne-Jones o John Everett Millais) o en los poemas de su vecino y amigo Lord Tennyson y sus retratos, por lo general en primer plano, mostraban rostros ensimismados, de mirada ensoñadora, emergiendo entre sombras iluminados con delicadeza:

Julia Margaret Cameron - Retrato de Sir John Herschel con gorro (1864) La fotografía muestra un primer plano de un hombre mayor, de pelo cano y alborotado, que cubre su cabeza con una especia de boina, que apenas se aprecia. Su rostro está ligeramente vuelto hacia la derecha y su mirada se dirige hacia abajo.

Retrato de Sir John Herchel con gorro (1864)


Julia Margaret Cameron - Retrato de su marido Charles Hay Cameron (1864) En la fotografía se aprecia un hombre en plano medio con largos cabellos y barba blancos, sentado en un sillón y mirando directamente al espectador. La luz parece proceder de una ventana situada en la parte izquierda pero que queda fuera del encuadre. Pulse para ampliar.

Retrato de su marido Charles Hay Cameron (1864)

El interés de Julia por la fotografía no fue sólo artístico y técnico. Era plenamente consciente de sus posibilidades comerciales y no vaciló en registrar los derechos de autor de todos sus trabajos. Y, sin embargo, sus fotografías no fueron excesivamente apreciadas en la época. Sus contemporáneos criticaban la utilización que hacía del desenfoque. La falta de nitidez de la imagen, que en un primer momento fue algo meramente accidental, se convirtió en una de sus señas de identidad:

Julia Margaret Cameron - Iago: Estudio de un italiano (1867) La fotografía muestra el primer plano de un hombre joven, de frente, con el cabello oscuro y largo y barba incipiente. Dirige su mirada hacia abajo, dándole aspecto meditabundo. Pulse para ampliar.

«Iago. Estudio de un italiano» (1867)

Pero la gran aportación de Cameron a la fotografía está, sin duda, en el retrato femenino. Las mujeres de su familia, amigas e incluso las sirvientas de la casa hicieron de modelos para Julia. Aquellas mujeres posando para una mujer aparecen liberadas de corsés rígidos de comportamiento, asoman sus rostros llenos de delicadeza, de dulzura, de sentimiento y de melancolía y reflejan la belleza más absoluta con los elementos más nimios:

Julia Margaret Cameron - Tristeza (1864) La fotografía muestra un plano medio de una muchacha joven, de tres cuartos apoyada sobre una celosía, mirando hacia la izquierda, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo y los ojos semicerrados. Su mano derecha acaricia un colgante que lleva al cuello.

«Tristeza» (1864)

Una de sus modelos preferidas fue su sobrina, de nombre también Julia, cuya belleza le había llevado a ser modelo de pintores como Edward Burne-Jones y que con el paso de los años se convertiría en madre de la famosa escritora inglesa Virginia Woolf:

Julia Margaret Cameron - Retrato de Julia Duckworth (1867) La fotografía muestra un primer plano de una mujer joven. con el rostro girado hacia la derecha de modo que nos presenta su perfil, y con el cabello recogido en la nuca. Pulse para ampliar.

Retrato de Julia Duckworth (1867)

En 1875 los Cameron se trasladaron a Ceylan para atender sus negocios. Julia apenas tomó fotografías durante su estancia en la India: se quejaba de la dificultad para obtener los productos químicos necesarios para revelar las placas y no encontraba agua suficientemente limpia para los lavados. Aún así, realizó una serie de retratos de tipos populares indios, de los que apenas se conservan ejemplos. A pesar de las dificultades, nunca dejó de fotografiar salvo una vez: en 1873 falleció su hija Julia, aquella que le había regalado la cámara fotográfica. Durante un tiempo no se sintió con ánimo de seguir fotografiando, pero poco a poco consiguió sobreponerse a su tristeza y continuó con su pasión hasta el día de su muerte, que aconteció de improviso tras coger un enfriamiento del que no pudo reponerse.

Es fácil imaginarse a Julia Margaret Cameron, enfundada en viejas batas que desprendían un fuerte olor a productos químicos, yendo y viniendo con su cámara y sus placas. Intentando hacer partícipes de su entusiasmo a sus sufridos modelos, que perdonaban los largos tiempos de exposición cuando veían los resultados. Viendo la belleza en cada rayo de luz que acariciaba un rostro o un mechón de pelo y luchando por trasladarla a sus fotografías. Contagiando a los que le rodeaban del convencimiento de que no hay que temer nunca lo nuevo, porque puede resultar fascinante. Dejando claro que las ilusiones no dependen de los años que se hayan cumplido. Seguro que, debido a su aspecto, a lo largo de su vida nunca le dijeron aquello que ilumina la mirada de las mujeres cuando escuchan a alguien decir lo bonitas que son.

Y sin embargo, su hermosura está reflejada en todas y cada una de las fotografías que tomó a lo largo de once años de pura belleza.

Julia Margaret Cameron - Retrato fotográfico realizado por su cuñado Charles Somers (hacia 1860) El la fotografía se aprecia una mujer en pie, ligeramente girada hacia la izquierda. Su mano izquierda sostiene un libro que apoya en el respaldo de un sillón. Su mano derecha está sobre el pecho. como jugando con la botonadura de su vestido. Tiene el rostro serio, con rasgos cuadrados y rotundos. Pulse para ampliar.

Retrato de Julia Margaret Cameron realizado por su cuñado Charles Somers (hacia 1860)