Guía para mundos pintados (I): del mensaje al fragmento de la realidad
por MaríaVázquez
¿Qué es la pintura?
Una de las manifestaciones que adopta el arte parece una respuesta cabal y correcta. Pero no llega a profundizar en su definición, en su esencia. En la razón por la cual el ser humano decidió en un determinado momento reproducir de ese modo el mundo que le rodeaba.
El arte en general y la pintura, en particular, son fruto de la época en la que surgen. A través de ellos el hombre expresa sus inclinaciones, miedos, esperanzas, creencias, reflexiones o fantasías. No se puede, o por lo menos, no se debe, excluir al arte de su entorno social y económico para poder entender la razón de que se realice, cómo, dónde y para qué está concebido y, de ese modo, comprender el por qué de sus características y su influencia en obras posteriores. A lo largo de la historia (e, incluso, prehistoria) la pintura ha ejercido varias funciones que la definen: ha sido un mensaje, un ideal estético e intelectual, un modo de aprender y enseñar, una representación de la realidad, una reflexión sobre ella o incluso una realidad en sí misma. A veces sólo ha tenido una función; otras, por contrario, ha reunido varias de ellas en un mismo momento. Y esa función, además de la mera destreza técnica, es uno de los elementos que debemos tener en cuenta para valorarla y entenderla.
I. «El medio es el mensaje»
Cuando Marshall McLuhan definió el estado tribal de comunicación, dijo que la tecnología es un medio que no poseemos cuando nacemos. La pintura es una de las primeras (si no la primera) tecnología de comunicación creada por el hombre cuando el mensaje escrito aún no era posible.
Las pinturas paleolíticas no sólo deben entenderse como un ejercicio de observación y reproducción de la Naturaleza sino que son, con toda probabilidad, el reflejo de los ritos de magia propiciatoria que seguían los cazadores paleolíticos para asegurar la abundancia de piezas. Su función no es decorativa: su situación dentro de las cuevas, en lugares donde no llegaba la luz natural, indica que tenían un objetivo que no era el de la mera decoración del hábitat o el puro entretenimiento. La aparición de este nuevo modo de comunicación es el mensaje en sí: el ser humano había descubierto el poder de las imágenes y no dudaba en utilizarlo.
Y es que, antes de la invención de la escritura, la pintura se convirtió en el principal modo de transmisión de ideas y conceptos, haciendo buena la sentencia de McLuhan: el medio a través del cual se transmite el mensaje dice tanto como el mensaje en sí. En este caso, nos habla del descubrimiento de la comunicación. A partir de ese momento, el ser humano ya no será el mismo y recurrirá a la imagen para guardar el archivo de los acontecimientos históricos:
Y a pesar de la aparición de los textos escritos, la pintura continuó con su poder invocador a través de las imágenes, quizá ya no para garantizar la abundancia de la caza pero sí para fijar el esplendor del poder o para asegurarse una plaza fija en la vida eterna. Y para ello la imagen tomaba como referencia la realidad, pero de un modo muy relativo. Al igual que en las representaciones prehistóricas la esquematización y el estereotipo ayudaban a transmitir el mensaje:
II. Ut pictura poesis
El periodo clásico grecorromano fue el punto de inflexión con respecto al arte. Los griegos definieron el arte en un doble nivel: por un lado, estaba caracterizado y se determinaba su valor por el dominio de la técnica (techné, que era la palabra con la que se denominaba al arte propiamente) y de la capacidad de evocar elementos no reales (phantasia); pero, por otro, el arte estaba directamente relacionado con otras artes, sobre todo con la literatura, y constituía por si mismo la materialización del ideal estético y filosófico de la belleza, como también lo era la escultura. En la pintura griega se establecieron los conceptos de belleza, proporción en la figura y género pictórico que se mantendrían, con más o menos altibajos, durante casi 2.000 años:

Pintor de Dolon. Crátera de cáliz de figuras negras con escena de «Nekyia» (descenso de Odiseo a los infiernos): Odiseo sentado en el centro consultando el espíritu de Tiresias con Euríloco y Pelimedes flanqueándolo. Siglo IV a.C.
La pintura griega puso imagen a la mitología y a los poemas épicos. Sobre cerámica, madera o sobre los muros arquitectónicos pintores como Parrasio, Zeuxis o Apeles dotaron a la pintura de realismo, expresividad y sensación de tridimensionalidad respectivamente. Establecieron las normas que seguirían otros artistas y configuraron una herencia que recogería con reverencia la cultura romana. Eso sí, los romanos dotaron al arte y a la pintura de cierto aire de domesticidad: llevaron la pintura a los muros de cada una de las habitaciones de sus casas pero también hasta los confines del mundo conocido. Los gobernantes romanos supieron enseguida del poder de las imágenes. Mantuvieron de algún modo los criterios estéticos de los referentes griegos: no en vano el poeta Horacio escribió la máxima que tan bien define al arte clásico y su relación con otras artes: Ut pictura poesis (así como es la poesía, es la pintura -y viceversa). Pero Roma añadió la capacidad uniformadora del arte oficial. El Imperio se construyó sobre la base de legiones y vías de comunicación, pero también con obras de arte:
III. «Y ví un viento huracanado que venía del norte…» (Ezequiel, 1:4)
Ese poder de la imagen y de la comunicación fue una lección que el cristianismo aprendió con rapidez y no dudó en utilizar desde los primeros tiempos de expansión de la nueva religión. Podría haber quedado relegado a ser una religión más de la zona oriental, compitiendo con el judaísmo, pero San Pablo amplió sus expectativas no sólo geográficas, sino de comunicación. El judaísmo era una religión anicónica y explicar los dogmas religiosos a una población acostumbrada a entender esos conceptos abstractos era una tarea más o menos asequible. El problema surgió cuando el cristianismo se extendió por lugares y culturas cuyo concepto de la religión y del mundo era más concreta que abstracta. Los evangelizadores tuvieron que echar mano de las imágenes para explicar al mundo cómo era el Paraíso y, de paso, le pusieron cara a Dios, a Jesucristo, a la Virgen María y a todos los santos, con mayor o menor fortuna:
El uso de las imágenes se convirtió en el principal medio de enseñanza de la doctrina. Primero en los códices y posteriormente en las esculturas y pinturas que llenaban las iglesias, las imágenes llevaron los conceptos de la religión a una población fundamentalmente iletrada, a través de cuyos ojos entraban los jinetes del Apocalipsis o los milagros de Jesucristo:
La transmisión de la religión a través de las imágenes no estuvo exenta de polémicas, algunas de ellas sangrienta como la crisis iconoclasta que llevó a la eliminación total de las imágenes religiosas durante los siglos VIII y IX en el Imperio Bizantino. El conflicto se resolvió volviendo a permitir la utilización de imágenes en el ámbito religioso, pero siguiendo unas normas estrictas que hicieran posible la identificación de figuras y escenas y se evitaran las confusiones. La iglesia cristiana aprendió de sus errores y estableció la iconografía de la representación religiosa, no sólo en la parte oriental sino también en occidente. La llegada al resto de los países europeos de los modelos bizantinos no sólo supuso es establecimiento de estereotipos visuales sino que trajo consigo el recuerdo perdido de las tradiciones pictóricas grecolatinas. El occidente bárbaro y fragmentado tras la caída del Imperio Romano recobró, de ese modo, el modelo pictórico de la Antigüedad clásica y dedicó el final del periodo medieval a recobrar aquel ideal estético e intelectual perdido, como dan cuenta las obras del Románico y Gótico.
IV. «Che bella cosa è la prospettiva!»
La búsqueda incansable por recobrar el esplendor del arte clásico acabó por dar sus frutos en el Renacimiento. La pintura estaba en desventaja con respecto al resto de las artes porque no disponía de tantos modelos a imitar como la arquitectura o la escultura. Pero consiguió finalmente aquello que ansiaba: que el cuadro fuera un fragmento de la realidad. Y esto fue posible gracias al establecimiento de las leyes de la perspectiva por el arquitecto Leo Battista Alberti. A partir de ese momento, los pintores tuvieron las pautas que les permitieron crear un espacio tridimensional sobre una superficie bidimensional. No es de extrañar el entusiasmo de pintores del primer Renacimiento como Paolo Uccello, que repetía una y otra vez a quien quisiera oirle: «¡Qué bella es la perspectiva!».
El Renacimiento no supuso sólo la recuperación de la importancia de la técnica como elemento de valoración de la pintura. La estructuración de los géneros pictóricos buscó reflejar el ideal clásico y la obsesión por la perfección inundó todo el arte. La pintura se valoraba en función de la maestría del dibujo, de las proporciones, del uso del color y de la incidencia de la luz (que otorgaba volumen a las figuras) y, sobre todo, de la representación del espacio en perspectiva. El mundo pintado no era otra cosa que un trozo de la realidad circundante, aunque tal afirmación no fuera del todo exacta, ya que el sometimiento a los ideales clásicos limaba las aristas de todo aquello que no fuera armonioso, bello y perfecto.
El Renacimiento probó que la perfección era posible. Que el dominio del dibujo, la contención de la gestualidad, la armonía del color, la suavidad de la luz y el dominio de la perspectiva podían configurar mundos reales sobre un lienzo. ¿Y qué se puede hacer después de haber encontrado la perfección, tal como la había plasmado Rafael en sus cuadros? Quizá lo que hicieron los pintores del Manierismo: buscar otros caminos, explorar otros medios de expresión, explotar la fuerza visual del color, de la forma, de la composición y de la luz más allá del marco perfecto (y estricto) que se había establecido en el Renacimiento.
La Contrarreforma Católica ayudó, de algún modo a explorar estas nuevas vías expresivas de la pintura. La utilización masiva de las imágenes (ya fueran pinturas o esculturas) para la propaganda de los principios de la religión católica frente a la austeridad visual del protestantismo fue uno de los motivos de la espectacularidad de los planteamientos artísticos del Barroco. El otro fue el establecimiento de las monarquías absolutistas y la consiguiente parafernalia de sus cortes, de las que el arte se convirtió en el decorado dramático y perfecto:
A pesar de la aparente ruptura de los planteamientos visuales del Barroco con respecto a la contención y mesura del Renacimiento, en realidad ambos beben de las mismas fuentes y siguen valorando la pintura en función de los presupuestos clásicos. Unos presupuestos que se retoman de un modo mucho más estricto y literal con la llegada de la Ilustración, el enciclopedismo y las primeras transformaciones surgidas de la Revolución Industrial. El Neoclasicismo, como su propio nombre indica, vuelve su mirada a la Antigüedad clásica y escruta, analiza y disecciona todos los aspectos del arte grecolatino, que ahora se conoce mucho mejor gracias a yacimientos arqueológicos como los de Pompeya o Herculano y al estudio minucioso de las ruinas y las esculturas clásicas. La pintura, sin tantos referentes como las otras artes, se inspira en la escultura y reproduce poses, temas y estéticas del arte griego y romano. Y la búsqueda de la perfección vuelve a ser la protagonista.
Desde que los pintores griegos establecieran los modelos de representación pictórico, allá por el siglo V a. C., la pintura transcurrió por caminos establecidos, encontrando, perdiendo y volviendo a encontrar el equilibrio anhelado. Y así habría seguido con toda probabilidad si el mundo no hubiese sufrido su mayor transformación desde la Revolución Neolítica. Una transformación que afectó a las estructuras sociales, políticas y económicas y que se reflejó en la pintura que, por primera vez, comenzó a reflejar las reflexiones que la realidad producían en el artista.
Ya hice el comentario en la segunda parte, porque los leí en sentido inverso, me ratifico en el mismo.
Por fin te he localizado, es la una de la madrugada, dejo el contenido para leerlo tranquilamente y dar mi opinión
Manuel Cuesta IV Ciclo
¡Qué pena no haber estado!.